El Pozo de todas las almas - Amaya Felices

66 7 1
                                    

Así que, como me sentía molesta, fui un poco injusta: saqué mi daga de la bota y se la

clavé en el pecho. En el lugar exacto donde le dolería. Podía amarle, pero no era

idiota.


Salvaría niños, pero no era una santa. Tan solo algunas veces mi parte materna me hacía demasiado humana.

Si es que el amor te hacía débil

Por más que esas lascivas sanguijuelas se empeñaran en creerlo, podía parecer perfecta, pero nunca había pretendido serlo.

-Gracias pero creo que puedo sola.


-Esta es gratis, cielo


Me cogió de la muñeca y me obligó a girarme, sus labios a pocos centímetros de mi boca. El poder que emanaba de su cuerpo me envolvía de un modo más seductor que la cercanía de sus músculos.

« Maldito chupasangres -pensé-, debería estar prohibido que alguien tan poderoso jugara sucio. Como si no te bastara con chasquear los dedos para tenerme» .

Y tras guiñarme un ojo (¡¡¡un ojo!!! ¿Es que sus más de dos milenios de vida no le habían enseñado algo de seriedad?)

« ¡Será ególatra y pagado de sí mismo! Encima pretende que me entregue voluntariamente. ¡Ja! Antes se helarán los siete infiernos»

Era una mercenaria. Nada que ver con mi parte humana.

Una chica nunca sabía qué tipo de criaturas acechaban en la noche. Ni siquiera siendo una de ellas.

« Su alma -pensé distraída-, como quien promete amor eterno... Inocentes. Casi merece la pena lo que tengo que hacer solo por ver sus caras cuando comprenden que es de verdad. Y mira por donde, de eso sí que disfruto» .

En un instante estaba allí la tierna muchachita herida, mirándolo con ojos desbordados de terror (¡gracias, papi por las lecciones de Cacería 101!)

Un demonio. Una criatura de la noche más allá de toda  redención, rodeada de los cuerpos desmembrados de mis enemigos.

Hablando de trajes, había hombres que parecían haber sido diseñados para rellenar cada pliegue de tela con un cuerpo masculino y poderoso...


-¿No te sientas? -Miró hacia el escaso espacio que había a su lado.

-Es mi casa, pero... gracias.


Me di la vuelta. Estaba magnífico: salvaje, desafiante, apuesto... Me miraba con diversión y, para unos ojos entrenados como los míos, irradiaba de manera inconfundible el gran poder de los vampiros milenarios.

Observé, hambrienta, cómo el vampiro se iba hacia la puerta de salida. Maldito Casio. Lo había vuelto a hacer.

Otro vampiro, al que no había visto al inspeccionar rápidamente la casa, había venido para ayudar a su amiguito. Y, ¡oh, sorpresa!, era más rápido que yo. Como siempre. Por suerte yo solía ser más perra.

« ¿Un fragmento de sus cuerpos para estar juntos por siempre jamás? -me recriminé-. ¿Estoy idiota o qué?» .

Mis ojos, siempre tan serenos, querían humedecerse cuando pensaba en su trágica historia de amor. Como si esas gilipolleces me importaran algo.


Joder. Hay que ver qué sensiblera y melodramática podía ponerme a veces.


Frases del Olimpo. Vol2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora