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Volvió a Madrid a mediados de noviembre, cuando cumplió la mayoría de edad. Y de nuevo, el recuerdo de aquella pelirroja interrumpió en su mente. "¿cómo era posible que no pudiera olvidarla" pensar en ella le hacía añicos el corazón. Había besado muchos labios antes que los suyos, y muchos más después de ella. Pero ninguno sabía igual. Había tenido chicas en su cama, pero ninguna le había hecho sentir esa electricidad en la espalda, solo con el roce de su piel, ni siquiera Claudia consiguió despejar su mente, era como querer saborear miel en un sucedáneo sin azúcar.

Esa tarde hacia frío cuando salió de casa, Abril había cogido su abrigo negro, y su bufanda, pero no pensó que empezaría a llover según llegará a la clase de arte. Las gotas de lluvia, golpeaban con fuerza sobre el cristal, y no parecía que fuera a parar nunca. Terminó la clase, subió la capucha de su abrigo y salió corriendo hacia la parada del autobús. Solo eran las seis y media, pero ya era de noche cerrada y las negras nubes, parecían oscurecer el cielo aún mas.

El agua comenzó a mojar su cabello, a pesar de la capucha y el tejadillo de la marquesina no la protegía demasiado. Miró el reloj, el autobús aún tardaría al menos diez minutos. Deseó llegar a casa rápido, darse una ducha caliente y ponerse algo seco. "Una taza de chocolate caliente" eso también quería.

- ¿Abril? - una voz procedente de alguna parte la llamó. Miró a los lados pero no logró ver a nadie.

- ¡Abril! - volvió a escuchar. Aquella voz parecía proceder de un Mustang rojo, parado en doble fila frente a ella. No reconoció el coche y frunció el ceño, forzando la vista, apartando las gotas de lluvia que se amontonaban en su frente.

- ¡Abril!- volvió a pronunciar el chico, asomándose desde su interior.- ¡Corre! ¡monta¡

Ella cruzó sonriente la acera, con el corazón acelerado y con una sonrisa en la cara. Él abrió la puerta y la invitó a subir.

- ¡Robert! ¿Que haces aquí? - preguntó con una gran sonrisa sorprendida.

El se encogió de hombros. La última persona con la que esperaba encontrarse, era ella.

Posiblemente ni se habría fijado en ella si no fuera, por qué la vio, temblando bajo aquel tejadillo, sin más protección que un abrigo de paño negro que parecía empaparse y calarla por segundos.

- Mera casualidad. Estaba probando el coche.

- ¿Es tuyo?

- ¡No¡ - dijo rotundamente, negando con la cabeza. - Es de Bruno. Terminó de arreglarlo hace unos días, lleva meses reparándolo. Lo encontró prácticamente para el desguace y mira... parece nuevo. Y... me lo ha dejado para dar una vuelta.

Ella miró el coche desde el interior sorprendida, mientras se abrochaba el cinturón. Tenía razón, parecía nuevo, totalmente nuevo.

- No sabía que Bruno, fuera tan manitas.

- Pues... si. Su padre se dedica a la restauración de coches antiguos y Bruno... está estudiando ingeniería mecánica. - dijo sintiéndose un inútil a su lado.

Robert arrancó el motor, y se incorporó de nuevo al tráfico.

- ¿Te llevo a casa o vas a otro lado? - preguntó.

- Si, voy a casa. - contestó frotándose las manos para entrar en calor.

Robert la miró de soslayo y sonrió. Dio la vuelta en la primera rotonda y se dirigió a la autopista.

- ¿Que tal todo? - pregunto feliz de verle.

El puso una mueca sin tener mucho que decir. La había echado de menos, mucho más de lo que hubiera imaginado nunca, pero no iba a volver a ir detrás de ella, y sufrir otro rechazo.

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