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Lo primero en que se fijaron sus ojos fue en el enorme sujeto que chapoteaba entre las olas del mar.

Y es que no era común ver a gente bañándose ahí, mucho menos saltando y corriendo como un cachorro al que le han soltado la correa y ve por primera vez el océano, aquel tipo debía rondar los treinta años, tenía un cuerpo fornido, como quien pasa mucho tiempo en movimiento cuando va al gimnasio solo porque necesita liberar energía, tenía los mechones de cabello pegados al rostro y cada que sacudía la cabeza miles de gotas salían disparadas, brillando con la luz del sol de la tarde, unos cuantos niños en caros trajes de neopreno se reían jugando en la orilla mirándolo, él los llamaba a ir dentro, pero no parecían la clase de chicos que disfrutaran ir todos pringosos por la arena y el agua, al igual que todas las personas que se limitaban a tomar fotos desde la comodidad de sus toallas bajo sus coloridas sombrillas.

Ella dio un largo sorbo a su bebida sin dejar de mirarlo, había algo en él que resultaba hipnotizante, quizá la forma en que los rayos de sol reflejaban su cuerpo, o quizá era por la sonrisa infantil de su rostro cubierto de barba. Sea lo que sea, luego de lo que pareció una eternidad, por fin comenzó a salir del agua, para sorpresa de varios salió con unos largos pantalones oscuros de vestir que se le pegaban como una segunda piel, si había pagado una buena cantidad por ellos había sido una pérdida significante, corrió entre las dunas blancas hasta un bulto de ropa amontonada, alzó una camisa blanca de vestir y comenzó a secarse el rostro y el cabello con ella, noto que también había un saco que hacía juego con el pantalón, una corbata y un maletín que, a juzgar por lo que vio, también era caro.

Cuando devolvió la vista de nuevo a él, la estaba mirando. 

Y para mayor sorpresa, le dedico la sonrisa más increíble que había visto en su vida, tuvo que esforzarse para mirar hacia otro lado, pero no había nada interesante en la playa aquel día, ni una sola nube, personas jugando a la pelota o vendedores, nada destacaba como él.

Miró de nuevo en su dirección, él la seguía mirando mientras recogía sus cosas, y no lo disimulaba, apretó el vaso de su café helado con tal fuerza que comenzó a derramarse por la pajilla metálica, se apresuró a beberlo para tratar de refrescar el ardor de sus mejillas.

Él seguía mirándola.

Era hora de irse de ahí, se puso a mirar en el móvil la ruta más rápida para volver a casa cuando unos pesados pasos se acercaron por detrás de ella, percibió el sonido de la tela húmeda y notó como la vieja escalera de madera se sacudía, extrañamente le dio un vuelco al estómago cuando lo tuvo casi frente a ella, era más impresionante así, su aroma a colonia y sal le penetró hasta los pulmones, aspiró como si fuera su última bocanada de aire.

-Buen día.

Le estaba hablando a ella, o eso supuso ya que era la única persona ahí, asintió apartando la vista, se sentía como una colegiala otra vez, incluso se le había coloreado las mejillas y hacía mucho tiempo que no le pasaba, a su lado le pareció escuchar una risa grave por lo bajo y luego un largo suspiro.

-Que afortunados somos de estar vivos ahora.

Esta vez estaba segura que se dirigía a ella, porque sintió sus ojos clavados sobre ella aún mirando hacia otro lado, así que respiró hondo antes de hacerle frente.

-Me llamo Jamie.

-Qué tal.

-Hoy he decidido ser feliz -se sujetó del pasamanos mirando hacia la playa, sonreía como si las aguas y el cielo fueran algo que jamás había visto.- Y ahora me encuentro contigo, debe ser una señal del destino para que formes parte de mi plan.

-Suerte con eso -comenzó a rodearlo para marcharse, él no la detuvo, siguió mirando las olas abstraído totalmente en ella.

Ella subió a su auto y dejó la bebida en el posa vasos mientras encendía el vehículo y se abrochaba el cinturón, fue ahí que vio que aquel enorme sujeto bajó de las escaleras del muelle y se dirigió directamente al los basureros que había detrás del local de bebidas, abrió el maletín y dejó que un montón de papeles cayeran mezclándose con restos de café, servilletas y comida a medio terminar, al final se rió y dejó el maletín caer también y se sacudió las manos orgulloso de su hazaña, parecía que iba a volver a la playa cuando algo pareció llamar su atención, se arrodilló en la arena y miró detrás de los contenedores, metió ambas manos por debajo, ella alzó la vista para fijarse bien, el tipo sacó un perro que parecía estar en los huesos, quién sabe cuánto tiempo había estado ahí debajo, lo envolvió en su saco mientras parecía hablarle para calmarlo haciéndole mimos, comenzó a caminar calle abajo, seguro hacia el pueblo para buscar un veterinario lo que la hizo debatirse un rato tamborileando con las manos sobre el volante.

Una buena acción no se le niega a nadie.

Comenzó a conducir despacio hasta alcanzarlo, bajó la ventanilla del copiloto y carraspeó.

-Hola.

Él se detuvo, la miró y sonrió.

-He visto que sacabas al perro de ahí -carraspeó- ¿vas a llevarlo a que lo revisen?

-Sí, este amiguito parece necesitar con urgencia comida, agua y un buen antipulgas.

-Supongo que piensas ir andando.

-Hace un buen día, y este cachorro ha pasado por mucho, seguro resistirá un rato más.

-Me queda de paso la veterinaria, puedo dejarlos ahí.

¿Había dicho eso en verdad, que nunca le habían advertido sus padres sobre no montarse con extraños en un auto? Aunque la cosa era que era ella quien montaría un extraño, y su instinto parecía decirle que era una persona decente.

Tan decente que ya estaba abriendo la puerta, tomado asiento y atándose el cinturón.

-Te lo agradezco, también mi nueva mascota.

-Es muy noble de tu parte ayudarlo.

-Ves, te lo dije.

-¿Qué cosa?

-Que formarías parte de mi plan.


Labios rojos | Relato | DamieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora