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Lo primero que vio cuando la puerta se abrió de nuevo fue al guapo chico sin camisa con el perro tembloroso en un brazo y un costal de alimento canino sobre el hombro.

-Gracias, volveremos en unas semanas para las próximas vacunas.

-Tiene mi número, puede llamarme para lo que sea -el veterinario lo miró de arriba a abajo mientras él se alejaba- en serio, lo que sea.

Dakota se mordió el labio para contener una sonrisa, el apuesto hombre sin camisa se detuvo de nuevo frente a ella aún con la sonrisa intacta.

-No sé porqué sentí que seguirías aquí.

Ella no sabía porqué se había quedado ahí afuera durante casi una hora, se debatió apenas él había entrado agitando su mano en forma de despedida, para ella fue como un "gracias, no volveremos a vernos nunca", no supo porqué ese solo pensamiento le incomodó.

No sabía muchas cosas en ese momento.

-Mi pequeño amigo está mejor, le han puesto un par de inyecciones, le dieron un baño para quitarle las pulgas y solo tiene que comer bien para recuperarse del todo -el animal agitó la cola un poco cuando ella acarició el espacio entre sus orejas, olía a químicos y champú para perros- volverá a ser un perrito feliz.

-Le haz cambiado la vida.

-Si bueno, los amigos se encuentran en sitios inesperados -sin pedir permiso arrojó la bolsa de comida por la ventana del asiento trasero- gracias por esperarnos.

-No es nada -fue a meterse al auto detrás del volante mientras el se acomodaba en el asiento del copiloto- ¿a dónde los llevo?

-Asesino y yo te agradeceremos que nos dejes en algún hotel, motel, posada o cualquier sitio donde acepten perros. 

-¿No tienes una... ? Espera, ¿lo haz llamado Asesino?

-También puede que lo llame Puffy o Dorito, ya veremos cuál le gusta más -le acarició el lomo cuando terminó de atarse el cinturón- ¿verdad que sí, Pepinillo?

-Oh, bien -tamborileó con los dedos sobre el volante- ¿no tienes un sitio propio?

-Ya no más, estoy iniciando de nuevo -se recargó contra el respaldo suspirando.- Es liberador, en serio, no has vivido hasta que ves el rostro de una mujer que lleva a cuatro niños llorando con ella y le dices que le regalas tu auto.

Okay, ella ahora pensaba que estaba un poco chiflado si aquello era cierto, pero le pareció que un tipo que rescata un perro de la basura debería ser un ser humado decente.

-Quizá te interese um... rentar una habitación.

-Claro, eso sería genial, ¿conoces alguna?

-Ajá, ya lo verás.

Y arrancó antes de arrepentirse de sus palabras, encendió la radio para minimizar las posibilidades de una charla intrascendente en el camino hasta el lugar que había sido su hogar desde hacía cuatro años, la casa que había heredado de su abuela, construida en los sesenta permanecía igual por fuera pero ella la había renovado por dentro cuando se mudó, de paredes blancas y tejados verdes complementaba su entorno a la perfección, Jamie había sido el primero en bajar emocionado por lo que veía, al entrar cubrió el cartel que ponía "habitación en renta" que había pintado ese día antes de bajar a la playa, luego lo guió hasta la habitación de la segunda planta que tenía la vista hacia el frente con el balcón.

-Sin duda es el sitio ideal -él dejó al perro sobre la alfombra al lado de la cama, el animal se puso a olfatear antes de echarse con un suspiro agradecido de no pasar la noche bajo un contenedor apestoso- nos la quedamos.

-Debería explicarte el proceso primero -ella parecía más nerviosa que estusiasmada.

-Claro, dime.

-Pido ochenta dólares a la semana, tienes tu propia ducha, las sábanas se cambian cada semana y se hace la limpieza miércoles  y domingos, puedes usar lo que necesites de la cocina, en el sótano está una lavadora y secadora.

-¿Qué hay de la comida?

-Puedes dejar tu compra en el frigorífico.

-¿Y si compartimos las comidas? Puedo pagar algo extra por eso.

-Supongo que está bien, aunque no suelo cocinar todos los días.

-Puedo cocinar yo algunos días, se dejó caer en la cama- ¿qué tal si te pago doscientos a la semana?

-Es demasiado -negó apurada- dejémoslo en cien.

-Ciento veinte, puedo ser muy glotón.

La falta de grasa en su cuerpo desmentía eso, pero al final aceptó.

-Usa esta noche de prueba -ella dio un paso atrás- si necesitas algo, estaré abajo.

Él sonrió complacido.

-No desperdiciaré mi oportunidad.

Labios rojos | Relato | DamieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora