¿Desconfianza?

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Elizabeth y Severus se metieron dentro de la capa invisible y atravesaron el largo túnel que conducía hasta la casa de los gritos. Ella se sorprendió mucho al notar que estaban en el interior de una casa abandonada. 

—Pero ¿qué es este lugar? —preguntó. 

—Ya te lo dije, la casa de los gritos de Hogsmeade —respondió Severus en susurros, llevándose el indice a los labios para indicarle a su esposa que guardara silencio.  

Se oían voces que provenían del piso de arriba. Elizabeth se estremeció de horror, no porque estuviera en el interior de una casa encantada, después de todo no le sorprendía ver a los fantasmas ya que a diario los veía en Hogwarts, sino porque estaba consciente de que allí, quizá en la planta superior desde donde se escuchaban voces, estaba Sirius Black, su pariente y potencial asesino. Tembló de horror al imaginar que pudiera tener de rehenes tanto a los chicos como a Remus, porque dijera lo que dijera Severus, ella no creería que él pudiera ser capaz de introducir a un asesino en el colegio, por muy amigo suyo que hubiese sido en el pasado. 

Severus la tomó de la mano y la condujo hacia la vieja escalera que estaba al fondo de la casa. Al principio ella se resistió para impedirle el avance. Le aterraba que ese asesino lastimara a su esposo, en vista de que lo había odiado tanto en su época de estudiantes. Snape se giró para mirar qué sucedía. 

—¡Por favor, no vayas! 

—Quédate aquí si quieres, Lizzie.  

—No temo por mí, Severus. No quiero que vayas. Podría lastimarte y hasta...

—No me subestimes, Elizabeth —respondió Snape señalando la varita que llevaba en la mano.

—Lo sé, cariño, pero... 

—Tenemos la capa de Potter y ese es un punto a nuestro favor, no nos tomarán por sorpresa, será todo lo contrario. 

Severus estaba ciego de emoción por la venganza. Soñaba con capturar a Black desde que éste escapó de la cárcel. De seguro sentiría un enorme placer de entregárselo a las autoridades y, de ser posible, presenciar el momento en que los dementores le robaran el alma, eso y más merecía la bestia de Black, por haber tan sido tan jactancioso y arrogante en el pasado, por haberlo humillado tantas veces y sobre todo, por traidor, por haber entregado a los Potter, en especial a Lily. 

Ahora que amaba a Elizabeth, pensaba en Lily con nostalgia, pero ya no lamentaba que no hubiese sido suya sino de Potter; No obstante eso no borraba todo el amor que había sentido por ella y lo mucho que había lamentado su muerte. Desde luego que también se culpaba a sí mismo ya que al fin y al cabo había sido él y nadie más que él quién había revelado la profecía... Pero estaba seguro de que, si Black realmente hubiese sido el amigo en quién el imbécil de Potter confiaba, hubiese mantenido el hocico cerrado sin revelar el paradero de la familia.  Pero había algo que todavía lo intrigaba desde aquellos tiempos. ¿Desde cuando Black era servidor del Señor Tenebroso? ¿Por qué nunca nadie lo supo? ¿De qué artimaña se habría valido para evitar que salieran a flote sus verdaderas intenciones?  

Comenzaron a subir las escaleras lentamente, un escalón a la vez, tratando de no hacer ruido, pese a que una que otra tabla de madera, crujía bajo sus pies. Las voces comenzaron a escucharse más cercanas conforme subían, incluso ya se podía comprender el contenido de la conversación. Era una voz que Elizabeth no conocía, pero que Severus reconoció al instante. Por lo visto, ni los años, ni los dementores, ni la desidia del lúgubre Azkaban, habían hecho decaer el tilde arrogante y ufano de aquella voz...

—Si se lo vas a contar, date prisa, Remus —gruñó Black—. He esperado doce años, no voy a esperar más.  

El corazón de Severus casi se detuvo de horror al escuchar esas palabras. Sirius Black comenzaba a perder la paciencia y tal vez pretendía matar a los niños, en especial a Potter, lo más pronto posible. Pero debía ser sensato y aguardar el momento oportuno. 

La Princesa Malfoy y el Murciélago de las mazmorrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora