Sentimientos lastimados

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Severus regresó a la habitación para despertar a Elizabeth y que se diera cuenta de la buena noticia. Al igual que la vez anterior, ella frunció el entrecejo y apretó con fuerza los parpados ante el estímulo de la luz del candil. No se percató, a simple vista de que Snape estaba sentado a su lado, ni que le hablaba con voz suave para despertarla. Cuando pudo adaptarse a la luz, se dio cuenta de lo que estaba sucediendo: Snape estaba allí, junto a ella, hablándole desde su propio cuerpo, podía sentir sus manos grandes y varoniles apartarle del rostro el cabello que, por cierto, volvía a ser rubio y muy largo.

—¿De verdad? —preguntó con un hilo de voz, contenta al comprobar que había recuperado la suya.

—Así es —respondió Snape con una ligera sonrisa que, un segundo más tarde, se perdió detrás de una expresión de sorpresa, al notar que Elizabeth, en un acto reflejo, se lanzaba sobre él para capturarlo en un abrazo.

Al principio no supo qué hacer más que permitirle a la muchacha expresarse. Ella se notaba agradecida y feliz, y lo estaba, no solo por haber recuperado su cuerpo, sino también por comenzar a experimentar sensaciones que nunca antes había imaginado siquiera: pudo comprobar que los muggles, al igual que ella, tenían sentimientos y que no ganaba nada con la actitud egoísta que había mantenido hasta ahora pues, su padre no la amaría más por su rechazo hacia los muggles, sus hijos y los mestizos, ya que de hecho la había obligado a casarse con uno. No obstante y por alguna razón que ella todavía no descifraba, ese hecho no le desagradaba tanto como al principio.

Finalmente, Severus se decidió a corresponderle el gesto, de modo que, en un movimiento lento, comenzó a rodearla con los brazos, aunque sin estrecharla, sintiéndose extraño porque hacía tan solo unos poquísimos días, ni lo habría soñado, solo quería matarla por sus majaderías.

Finalmente le dio un par de golpecitos en la espalda para indicarle que había sido suficiente. Ella lo comprendió así y lo soltó. Severus notó, al mirarla, que lo ojos de ella estaban enrojecidos aunque no tenía lágrimas.

—¡Andando! Es hora de ir a desayunar.

—Estaré lista en un segundo —respondió Lizzie—. ¡Por cierto! Creo que mi poción funcionó —agregó luego, acariciándole el cabello.

—Eso parece —respondió Snape, tomando uno de los mechones para comprobarlo—. No está mal.

—¿Que no está mal? —preguntó Elizabeth con un tono ofendido, mientras salía de la cama—. Está genial, y eso debería demostrarte que no soy una cabeza hueca. Y no te atrevas a decirme que nunca lo creíste o lo pensaste, si hasta muchas veces me lo dijiste —añadió luego al ver que su marido abría la boca para replicar, pero él volvió a cerrarla, dejando un silencio incómodo que duró unos segundos que parecieron días.

—Se supone que deberíamos dejar todo eso atrás ¿no es así? —dijo Snape para romper el silencio—. Además, creo que hiciste un buen trabajo. Te esperaré en el despacho. No tardes.

Elizabeth asintió antes de meterse al cuarto de baño. Severus tenía razón, más les valdría no comenzar una nueva discusión, ya estaba bastante contenta con haber vuelto a su cuerpo.

Mientras se daba una ducha, no podía dejar de recordar la primera vez que había tomado un baño en el cuerpo de Snape, cada detalle de su fisonomía, sus formas y los rubores que a ella le había provocado esa visión, por más que le hubiese agradado, lo desagradable radicaba en estar en ese mismo cuerpo. Se preguntó, mientras volvían a subirle los colores al rostro, si a Snape le había sucedido lo mismo al habitar el cuerpo de ella.

Más tarde, durante el desayuno, Dumbledore pareció notar el cambio debido a la sonrisa que esbozó al mirarlos y una hora después se reunió con ellos en su despacho. Ambos, resignados con la reunión, pero felices de haber vuelto a sus respectivos cuerpos.

La Princesa Malfoy y el Murciélago de las mazmorrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora