CAPÍTULO 8

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 Harry tenía claro que no podían ir al Callejón Diagon, ni a ninguna otra calle comercial mágica. Por el momento, el Ministerio había logrado ocultar la existencia de Corvus, no había salido nada en El Profeta, pero cualquier niño al que vieran paseando con Harry Potter y Ginny Weasley llamaría la atención y provocaría molestas e inadecuadas investigaciones.

Lo mejor era ir a alguna tienda muggle. Preferiblemente un gran almacén, donde pudieran encontrar todo lo que el niño necesitara. 

- No tienes por qué venir con nosotros – le insistió Harry a su mujer. - Necesitas descansar.

- Estoy embarazada, no enferma – replicó Ginny. - Te vendrá bien mi ayuda para comprarle ropa. 

Harry no pudo contradecir aquella afirmación, porque lo cierto era que se sentía un poco perdido en lo que a comprar ropa de niños se refería. Cuando les hacían un regalo a Victoire y a Dominique, las hijas de Bill y Fleur; o a Molly, la pequeña bebé de Percy; o a Teddy, su ahijado, Harry se encargaba de los juguetes y Ginny de la ropa. 

- Está bien – aceptó. - Pero si te notas cansada nos volvemos a casa. 

Fueron a buscar a Corvus y se pusieron en marcha. Dieron un paseo hasta el centro comercial, porque estaba cerca y no merecía la pena coger el coche. El niño parecía fascinado con cada rincón de la calle que alcanzaba a ver y de vez en cuando alzaba la cabeza con los ojos cerrados, como si quisiera sentir la luz del sol en uno de esos extraños días soleados en Inglaterra. Hundió los hombros en cuanto le dijeron que habían llegado. 

- ¿No podemos quedarnos aquí un rato más? - preguntó. 

- ¿En la calle? - se extrañó Ginny. 

El niño juntó ambas manos con timidez y no dijo nada más. Harry y Ginny se miraron, intentando buscar una explicación y Harry creyó encontrarla. Se puso delante de Corvus y se agachó para mirarle frente a frente. 

- No tienes que responder si no quieres, pero me pareció entender que los hombres con los que estaban no te dejaban salir mucho – tanteó y el niño le dio la razón con un asentimiento. - Ahora ya no estás con ellos. No estarás con ellos nunca más y podrás salir siempre que quieras. 

- ¿Siempre que quiera?

- Bueno, con algunas normas – se apresuró a aclarar Harry. - No puedes salir tú solo, siempre con Ginny o conmigo. Pero no estás encerrado en la casa. Podemos ir a donde tú quieras. 

Corvus estiró sus labios y sus ojos en una sonrisa genuina, deleitado ante esta idea. 

- Ahora ven, vamos a comprarte ropa. 

El niño no terminaba de entender a qué se referían cuando decían eso. No podían estar hablando de comprarle ropa a él, ¿o sí? Le bastaron unos minutos para comprender que sí, que era para él. Ginny empezó a poner un montón de camisetas y pantalones en sus manos para que se los probara. Corvus no sabía qué hacer con todo eso, era más ropa de la que había visto en toda su vida. 

- Cielo, creo que le estás abrumando un poco – intercedió Harry. Tomó algunas prendas y dejó al niño con tan solo una camiseta y un pantalón. - Ten, ve a probarte esto – le indicó, señalando los probadores. - Si necesitas ayuda, llámanos. 

Corvus caminó despacio hacia los pequeños habitáculos. Desde el día anterior vivía en un estado de confusión constante, pero encontraba cierta tranquilidad al recibir instrucciones y limitarse a seguirlas. Era mucho más sencillo entrar en aquel cubículo a probarse la ropa que preguntarse por qué le estaban comprando ropa en primer lugar, por qué aquellas dos personas le trataban bien y por qué habían decidido que viviera con ellos, aunque fuera por unos días. 

Harry Potter y el hijo de Voldemort [FANFIC]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora