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A sus cincuenta y cinco años doña Adela, era maestra en una escuela rural, allá en un pueblo apartado de los Yungas, como el viaje a casa los fines de semana le resultaba demasiado largo y bastante caro para sus bolsillos de maestra provincial, prefería quedarse en la escuela, ahí tenía su pequeño dormitorio, era la excusa que daba cada vez que sus hijos se quejaban. Pero nadie conocía del temor se sentía a la ruta del diablo, no quería volver a sufrir ese miedo que sentía, cada vez que el bus transitaba por el serpenteante, y angosto camino. Si miraba por la ventanilla vería la oscuridad reinante en el precipicio, imaginaba su cuerpo caer en esa boca sin fondo, y los lamentos de los otros pasajeros, condenados, como ella a la muerte, la ensordecerían en los minutos finales de su existencia. Pero doña Adela no quería morir de esa forma, prefería quedarse en la escuela a descansar, ya sus hijos eran grandes, tenían sus propias familias, sus propios problemas, no deseaba causarles incomodidades, además, cuando querían la visitaban.

El silencio de la escuela le era reconfortante, luego de cinco días infernales con niños desnutridos que apenas les interesaba aprender, era un alivio para ella estar sola, pero ese fin de semana era diferente, la escuela festejaba su treceavo aniversario y todo el plantel docente se quedaba para los agasajos. Era sábado, muy temprano sus colegas, jóvenes se fueron a participar del mini campeonato de futbol. Doña Adela a quien no le interesaba ni en lo mínimo el deporte decidió prepararles el almuerzo, seguro los chicos, volverían hambrientos, con agilidad se puso a pelar papas. Prepararía una rica Sajta, ya el pollo hervía en la salsa.

Encendió la radio, tarareaba la canción de moda mientras pelaba el chuño, miraba de vez en cuando, sin ningún motivo especial, por la ventana que daba al patio principal. Los gritos de gol llegaban como un eco fantasmal. En ese momento la radio dejó de funcionar y doña Adela le dio un suave golpecito y la radio volvió a funcionar. Tenía más pilas en su cuarto, recordó aliviada. Era el tercer año que trabajaba de maestra de quinto grado y lo único que le desagradaba de verdad era tener que pedirles a sus colegas, mucho más jóvenes, que no se olvidaran comprarle pilas para la radio, como era costumbre, la electricidad en los pueblos yungeños se cortaba a las seis de la tarde y ella le gustaba escuchar música hasta las nueve, hora en que se le cerraban los ojos. Al menos esa noche podría escuchar música hasta quedarse dormida, el lunes llamaría a su hijo para que no se olvide comprarle una caja de pilas de repuesto.

Doña Adela sintió unos pasos ligeros que pasaban de largo, seguro era uno de los alumnos, que al encontrar las puertas abiertas entró a chusmear. Una vez pelada las papas, las puso a cocinar, removía cada tanto la olla, la sajta ya tenía buen aroma. Miró de vuelta hacia el patio, ya no escuchaba los gritos de euforia de sus colegas ni el abucheo del equipo contrario, una vez más sintió los pasos ágiles y apresurados pasar de frente.

—Será mejor que te vayas, no vaya ser que tus papás se lleven un susto. –soltó al aire,para persuadir al pequeño curioso.

La sombra, soltando una risilla traviesa, y volvió a pasar por la puerta, de la misma forma, que no le dio tiempo a reaccionar.

—Vuelve con tus compañeros a menos que quieras ayudarme a cocinar.

Doña Adela siguió removiendo la olla, la radio se había apagado, volvió a sentir al niño cerca, giró velozmente para pillar al fisgón. Nadie. Y de vuelta las risillas pícaras. Sintió que le jalaba del mandil, y le hizo gracia.

—Vale, vale, seguro tienes hambre, ven que te doy un poco.

Doña Adela esperó a que el niño entrara, y al ver que el niño no se animaba, se distrajo con sus pensamientos. El niño le jaló devuelta del mandil, y salió velozmente. Aquello ya no le hizo gracia y se puso atenta. Iba a atrapar al pillo.

Apagó la olla y la lleva con bastante cuidado a la mesada. En el trayecto, siente que el niño le jala del cabello, con tanta fuerza que si no estaba atenta la habría soltado, se hubiera quemado las manos, y los pies.

—Ya vas a ver...

Esta vez, doña Adela, dejó la olla, con la intención de ir en busca del niño. Lo tenía parado justo en la puerta. Aunque era así de bajo, ese no era un niño; tenía el pelo amarillo y llevaba encima un gran sombrero de alas grandes, la miraba, riendo con malicia. Del susto retrocedió, persignándose tres veces.

—¿Quién eres?

—Soy Juanito.

No le dio tiempo a nada y saltó hacia ella, con sus dedos duros y delgados, le jalaba de los pelos, riendo, siempre riendo, y con una fuerza sobrenatural, la llevaba hacia las canchas, doña Adela, no podía soltarse, ese ser, le arrancaba mechones de la cabeza para evitar que huyera, gritaba, pedía ayuda, pero nadie venía a socorrerla. Al ver que no podía con él, comenzó a implorarle que la dejara en paz.

—¡Soltame! ¿Qué quieres de mí?

—¡Quiero jugar contigo! ¡Soy Juanito! ¡Soy Juanito!

Su voz era infantil y diabólica, parecía que se regocijaba con su sufrimiento. Doña Adela, que nunca fue fiel creyente, aferrándose al mástil de la bandera, comenzó a rezar el padre nuestro, mientras Juanito, la tiraba del pelo,con bastante fuerza para que se soltara, el la lucha, doña Adela veía caer mechones de su pelo ensangrentados, Juanito comenzó a golpearla en la cara, en el pecho, tirones de sus ropas ensangrentadas manchaban el suelo de tierra. Nadie, nadie podía ayudarla. Aferrada al mástil, siguió rezando, y rezando, hasta que la oscuridad llegó y cerró sus ojos.

Doña Adela despertó en su cama, sintiéndose completamente adolorida, se miró los moretones en el cuerpo, con el recuerdo de Juanito, gritó aterrada. El director entró, le preguntó qué le había pasado, la habían encontrado desmayada, abrazando el mástil.

—Juanito...Juanito... viene por mí...

Aunque sabía que era posible que la tilden de loca, le contó lo que había pasado. A los pocos días se animó a salir de su habitación, como el rumor se había propagado y todo el pueblo sabía lo que le había pasado, algunos pueblerinos le contaron que en ese lugar habilitaban duendes malos que solían hacerse pasar por niños, y así engañar a las mujeres y llevárselas. Le dijeron que si había visto a uno, tendría que marcharse, nunca estaría a salvo, él, volvería por ella algún día.

A los dos días llegaron de la ciudad sus dos hijos con la intención de llevársela, pero decidió quedarse. Doña Adela vivía con el temor a que Juanito volviera por ella, pero tenía un arma. Ella rezaba cada noche el padre nuestro, y si lo hacía todos los días, ese día jamás llegaría.

FIN

FIN

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