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Abajo del hoyo de excrementos —como es conocida la cámara de torturas— de uso exclusivo del alcalde, desde los ochenta, se maneja una oficina clandestina. Ahí el doctor de la mano temblorosa, más conocido en las calles de bajo mundo como el Carnicero, aguarda a que le entregue la lista de las chicas a secuestrar.

Ese día en especial, el doctor de la mano temblorosa, se siente demasiado fatigado. Ha vuelto a soñar que una bandada de palomas se le echaban encima, le comían los ojos y todas las tripas.

—Las necesito intactas.

Simulando normalidad, El doctor de la mano temblorosa, recibe el encargo y se marcha. Como es habitual, lleva siempre debajo del brazo un maletín negro, el que cuida con recelo.

Dobla hacia la izquierda, se adentra por calles a medio asfaltar, casas desprolijas, puestos de comidas en la intemperie; el olor a chicharrón grasiento, a esa hora de la mañana le revuelven las tripas. Debido a la noche anterior su mano derecha tiembla más de lo habitual.

Esa misma mañana, a Teo, un joven fornido, con aspecto de albañil, la mala suerte le aguarda en la puerta de su casa. Para ser precisos, avanza por la vereda de enfrente.

Teo reconoce al Carnicero, lo recuerda demasiado bien, la primera vez que lo había visto, acompañado de su hermana, tuvo la fuerte sensación de que ese no era un simple hombre. Estaba convencido que era más, que era un pájaro de mal agüero. Cuando desapareció su hermana, y lo señaló como principal sospechoso, la policía no le creyó, y terminaron encerrándolo a él, injustamente. En esos últimos años ha sobrevivido con la esperanza de que si un día volvía a verlo, haría justicia con sus propias manos.

A cierta distancia, un tanto alterado, poco cauto, Teo le sigue.

Por el escaso tiempo con el que cuenta, el doctor de la mano temblorosa, apresura el paso, repasa mentalmente las fotos de las candidatas, sus nombres, sus debilidades. El alcalde ha dicho intactas, intactas significa conscientes. Aquello acarrea mayores riesgos. El recuerdo del sueño era como una piedra en el zapato, ¿acaso era un aviso, una señal? No podía ser. Su método es implacable, las mujeres objetivos, por sus propias motivaciones, e intereses vienen a él. Comenzaba dándoles lo que buscaban, dinero, drogas, lo que fuera, paulatinamente iba alejándolas de sus círculos, para que su posterior desaparición pase sin levantar sospechas.

Atraviesan la nueva plaza recién inaugurada. Todo nuevo, todo limpio, da gusto. Teo se da perfecta cuenta que al Carnicero, nada de lo que ocurre alrededor parece sacarlo de su concentración. En cambio, él se distrae con la risa de los niños y una tierna pareja de ancianos que van alimentando a las palomas. Va imaginando posibles escenarios en la que lo mata delante de todos ellos. No le importaba regresar a la cárcel.

El Carnicero agiliza el paso como si aquel lugar estuviera embrujado. Antes de doblar la esquina, le regala una maliciosa sonrisa, como diciéndole que sabe que está detrás. Teo, consigue disimular y desvía la cabeza, para no arruinar su plan.

Ya muy cerca del teatro, se da cuenta que entre la gente, el Carnicero se le ha escabullido. No obstante, está decidido a eliminarlo. Camuflado entre la gente, entra al hall del teatro, lo busca en el mar de personas, hasta que da con él.

Teo saca su cuchilla, listo para atacar. Va a darle, al fin, paz al alma de su hermana.

Una pequeña niña toma la mano del Carnicero, y le llama Papá.

Teo titubea. Vacila. Delante de la niña no puede.

El Carnicero se ve envejecido, corroído por dentro, lo mira como si fuera un desconocido.

A lo sumo, te queda un par de años de vida. Teo murmura, y se pierde entre la gente.

A dos pasos de su casa, una bala le atraviesa la espalda.

Fin.

Fin

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