Capítulo III

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De camino a mi casa… tú me hablas de cuánto se quieren, de cuando jugaban de niños, de sus sueños juntos—Sí, los dos teníamos el sueño de ser médicos y poner un consultorio juntos.

—¿Médicos? Yo no podría visualizarte como médico Kogure, no creo que sea una buena opción para tí— no sé por qué lo dije, pero es lo que pienso en realidad, y veo como me miras con tristeza y algo de dolor…

—Sí supongo que tienes razón, mi padre siempre me dijo que no era lo suficientemente capaz para ser médico, pero igual era mi sueño ser igual que él.

Soy un idiota, ahora te eh hecho sentir mal, pero yo no pienso así, tu has malinterpretado las cosas, y no quiero que esto se quede así. Y me detengo te tomo de los hombros y mirándote fijamente a los ojos te digo:

—Yo jamás dije que no fueras capaz, el jovencito Kogure puede llegar tan lejos como él se lo proponga, estoy seguro que si tú quisieras podrías ser el mejor cirujano de Japón, y si no mira cuando has curado mis heridas, no tengo ninguna cicatriz, y eso que aún no has llevado ninguna preparación anterior—tú me miras con asombro.

—Pero entonces ¿Por qué?

—Porque creo que no deberías ser médico? Por que tu eres la persona más noble que conozco, tu siempre te preocupas por los demás. Mírate… ahora mismo tú estás preocupado porque me sentía mal. Es que no puedo imaginar el dolor que sentirías al ver morir a uno de tus pacientes, estoy seguro que sufrirías mucho, y yo no soportaría verte llorar.

Por Dios, pero ¿qué demonios estoy diciendo? ¿Y de dónde me salió tanta filosofía? Va a notar lo que siento por él… Y rápidamente te suelto de los hombros y no puedo evitar sonrojarme… Te miro para ver la cara que has puesto…y con el mayor de mis asombros veo que estas feliz y me sonríes con una sonrisa tan pura que me derrito, te acercas y me abrazas, y sin más me dices…

—Muchas gracias por decir eso, nadie había dicho cosas tan lindas sobre mí.

Y al sentir tu cuerpo tan cerca del mío, tu calor… Mis impulsos luchan contra la razón, ese abrazo tan cálido esta haciendo que pierda el poco control que tengo, mis manos necesitan tocarte, sentirte…

¡Pero qué clase de ser maldito soy! Tu me abrazas agradeciendo el consejo de un amigo, de la manera más inocente, y yo quiero tocarte de la manera más indecente. No, definitivamente debo controlarme… y gracias a Dios desatas el abrazo y me sonríes. Seguimos de camino a mi casa, ya en la puerta me despido y prometo llamarte en cuanto me sienta mejor.

Ya en el interior de mi casa me dejo caer en la capa, ahora solo quiero dormir con el recuerdo del calor de tu abrazo…

Hoy, ten miedo de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora