XIX

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No puedo controlar el temblor de mi cuerpo, aprieto mis ojos para no enfrentar aquella realidad. El frío no desaparece y a su vez percibo el incremento de cada palpitar de mi corazón.

Los murmullos penetran en mi cabeza, me advierten que no estoy sola y que hay una multitud a mi alrededor. De repente,  dos hombres corren y uno de ellos me tira al suelo, me inmoviliza boca abajo, trago tierra al intentar gritar y con una mano presiona mi cabeza. Otro hombre toma mis manos y las coloca en mi espalda para después encerrarlas en una especie de caja de metal que me aprieta e inmoviliza por completo desde el antebrazo. 

—¡No, suéltenme!— grito furiosa. 

—¡Entrenadores, lleven a su grupo a la zona de contención y que nadie salga de ahí hasta nuevo aviso!— grita el hombre que me derribó. 

—¡En movimiento, ya!— los gritos son horribles y retumban en mis oídos. 

Me levantan a la fuerza e intento dejar caer todo mi peso pero eso es mucho peor ya que me arrastro desde las rodillas y rompo mi pantalón. 

—¡Ayúdame, por favor!— le grito a la chica de cabello gris pero ella da pasos hacia atrás, yo le doy miedo, a esa chica que acabo de ver pelear con furia y valentía... le doy miedo. 

Contengo mis lágrimas y me concentro para mantenerme firme y no mostrar debilidad ante. Sé que nadie me ayudará, todos son parte de este campamento insólito y hacen caso a las indicaciones de los hombre que me tienen apresada. 

Las conversaciones incrementan, y aunque no entiendo muy bien lo que están diciendo sé que hablan de mí. No los culpo, yo también estaría asustada y sorprendida al ver lo que acaba de suceder. 

¿El maldito hielo salió de mi cuerpo?

 ¡Eso es una locura, debe de ser algún tipo de ilusión!

Nos alejamos del bullicio y entramos a lo que parece ser el edificio principal, reconozco de inmediato la piedra que compone la edificación. Es la misma que la de las ruinas simplemente está mejor tratada y mucho más nueva y brillante.  

—¡Estúpidos, suéltenme!— no paro de gritar. 

Los hombres me sueltan y caigo de rodillas en la baldosa del salón. Frente a mí hay un escritorio sucio y lleno de papeles, del otro lado hay un hombre sentado de edad avanzada que me observa con curiosidad y a su lado otros hombres y mujeres con diferentes trajes a los que tenían los jóvenes que estaban luchando. Me llama la atención la mirada de ojos morados de una señora, su cabello es gris y muy largo, es la única que me mira conmovida y afligida.

El sudor cae helado por mi frente, intento zafar mis manos de la caja de metal pero es imposible, cada movimiento que hago me lastima las muñecas e intento reprimir el llanto. 

La mujer se acerca, me toma de los hombros y me levanta. No quiere verme de rodillas o tan indefensa como estoy en ese momento, lo se por su mirada. 

Uno de los hombre que me derribó se acerca con el señor que parece ser el jefe. 

—Comandante Elani, es ella— dice firmemente y extasiado. 

Todos a mi alrededor comienzan a murmurar, hay rostros de confusión, incredulidad y sorpresa. 

—¡Yo no hice nada!— les grito para llamar la atención— Miren viejos locos, yo no sé y no me interesa saber cómo lograron llevar a cabo esa ilusión. Pero les prometo que si me dejan ir olvidaré todo y fingiré que nada ha ocurrido. Les extendería la mano para sellar el trato pero bueno, ustedes ven que eso no es posible. 

Se quedan en silencio, pensativos ante sus siguientes movimientos. El nudo en mi garganta se vuelve a formar. 

—Salgan— dice el comandante sin despegar su mirada de la mía. Tiene voz firme y persuasiva, todos le hacen caso

Fireproof | Harry StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora