El reloj del instituto marcaba las seis en punto de la mañana y todos los alumnos con permisos firmados, estaban formados en dos filas fuera de su salón.
La excursión al lago había sido una gran idea, para aprender a apreciar la naturaleza, más cuando los pequeños se quedarían a acampar por una noche.
Seis adultos responsables y treinta niños de siete años, no parecía complicado.
La profesora pasó lista de los presentes, y al terminar, los guío hasta el autobús que estaba esperando.
De uno en uno iban subiendo con sus grandes mochilas de supervivencia sobre sus hombros.
Cada asiento era compartido por un par de niños, que regularmente se sentaban junto a sus amiguitos.
Casi todos, excepto Joel. Él se sentó hasta el final, solo, porque a su amiguito Yoyo no le habían dado permiso, ya que es muy sencible a las cosas en su piel, mosquitos.
Con sus pies sin tocar el suelo, comenzó a jugar con ellos, cuando el autobús avanzó.
Sus ojitos recorrían cada parte de las calles con emoción, pero no la suficiente para tener una sonrisa en el rostro; le hacía falta con quién platicar.
La ciudad cada vez se apreciaba más lejana, y los árboles comenzaban a inundar su vista.
Pego su rostro a la ventana para apreciar mejor lo que sucedía. Es la primera vez que salía de todo aquel desastre al que le llaman ciudad.
Todo era tan hermoso, que no se dió cuenta de en qué momento el camión se había detenido.
El conductor se bajo, para comenzar a revisar la parte delantera del vehículo y luego de una ardua investigación, no consiguió reparar nada; necesitaban un especialista.
Una llamada estabilizó la cosas, pero los pequeños se estaban aturdiendo entre las cuatro reducidas paredes del autobús.
—Vamos chicos, tomemos un poco de aire— habló la maestra principal.
Todos los niños salieron satisfechos, tal como convictos saliendo de la cárcel.
—No se alejen demasiado. Relajen su cuerpo, y en unos minutos volvemos dentro— ordenó, sentándose en una roca.
Un maestro cubría cada lado del pequeño espacio, así que era imposible que un niño pudiera escabullirse. Exacto, era.
La palabra imposible no estaba dentro del vocabulario de Joel, y con unos sencillos movimientos logro evadir al profesor de educación física.
Tenía unas ganas inmensas por orinar. No llevaría mucho tiempo, incluso nadie notaría su ausencia.
Se adentro un poco en el bosque, hasta sentirse relativamente cómodo para hacer pipí.
En un árbol común, se orillo a sacar eso que tanto lo molestaba.
Una vez termino, subió su cremallera, al compás con que una suave voz lo llamaba.
—¿Llegaste hasta acá, solo para eso?— murmuró aquella silueta sentada en un tronco, que no había visto que estaba.
—Disculpe, ¿Me esta hablando a mi?— se acerca cauteloso.
—¿Disculpe? ¿Pues cuantos años crees que tengo, niño?— lo mira indignado —Solo llámame Erick— le sonríe.
—Bueno Erick, ¿Tu también vienes de excursión?— se sienta a su lado.
—Yo vivo aquí— ríe, porque le parece lindo que no lo haya notado: la marca en el cuello.
—¿Aquí? ¿Dónde?— mira en todas direcciones.
—En aquel árbol— señala uno que se encuentra muy cerca.
—Ahí— repite.
—Eres muy pequeño ahora, que no lo entenderías—suspira —Si dentro de unos años, aún recuerdas que existo, vuelve, puedo contarte la historia— toca su hombro cortamente.
—¿Cuál historia?— interroga girando, pero nota que ha desaparecido.
No entiende como es que un tipo tan atractivo como él, viva en medio de la nada, y se esfume tan de repente.
Tiene tantas preguntas, y ninguna respuesta.
O al menos no por ahora.
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Avenida 240 ¡! Terminada
FanfictionErick solo necesita, que alguien le ayude a liberarse de su hechizo.