Capítulo 3 - La Fiesta Carmesí. Parte I

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     Los últimos retoques en el maquillaje, el chaleco recién planchado. Perfume caro, saco fino. Uñas pintadas de color negro, y una de estas llevaba brillantina plateada. La camisa de botones, abotonada hasta el último, color rojo intenso, hacía contraste con todo lo demás que era negro, exceptuando al saco, que además de ser negro, tenía pequeñas y relucientes lentejuelas plateadas. Zapatos de vestir masculinos, sin ningún detalle más que una hebilla que marcaba el logo de uno de los diseñadores más caros de la ciudad. Ernest estaba listo, con los pómulos remarcados en plateado, un sombrero de copa negro con retoques en rojo que mantenían su largo cabello liso recogido. Sus labios no tenían maquillaje, solo un poco de manteca de cacao para mantenerlos hidratados, y sus ojos solo eran remarcados por una línea vinotinto debajo. Él era la viva imagen de lo que a muchos les parecía "un joven glamouroso".

     La limusina llegó puntual, como de costumbre y Ernest salió de su departamento dejándolo en perfectas condiciones, a pesar de que horas antes estuvo sacando prendas de vestir como si de una tienda departamental se tratase. Se subió y miró en su espejo de mano su rostro, quería estar perfecto. A pesar de no querer asistir, todo lo que hacía, lo hacía a la perfección y esta fiesta no sería la excepción. El chofer de la limusina volteó a verlo como si de nadie se tratase, y al observarle, abrió los ojos ampliamente. -Ernest, ¿En serio eres tú? -Al escuchar decir su nombre con tanta confianza, Ernest volteó a verle de forma antipática, y respondió con voz ronca. -Sí, soy yo. ¿Te conozco? -El joven se emocionó al escucharlo, sin embargo se sintió un poco cortado al escuchar la antipatía del joven. -Es normal que no me recuerdes, lo anormal es que trates así a un desconocido. -Procedió a quitarse la gorra y a voltear el rostro, prendió la luz interna del vehículo. ¿No me recuerdas, príncipe encantado? -Una sonrisa enorme se dibujó en los labios de Ernest. -¡No puedo creer que seas tú, frena el carro! -El joven rubio hizo caso, y ambos se bajaron del auto para saludarse. Un fuerte abrazo antes de la charla inició un reencuentro muy grato. 

-No puedo aún creerlo... Y pensar que me fui hace tanto de allí que ni tu voz reconocí. -Ernest se avergonzó, sin embargo siguió tomando el hombro de su amigo con gran cariño. -La verdad yo tampoco creí que fueses tú, sino es porque hace poco me enteré de que la nueva sensación de Internet es mi mejor amigo de la infancia. Espero que al menos te acuerdes de mi nombre. -Sonrió al escuchar esto, y luego le volvió a abrazar. -Cómo podría olvidarte, Luc, no tienes idea de cuánto me hiciste falta... 

     Ambos subieron nuevamente a la limusina, esta vez con Ernest en el puesto de adelante, y no podían parar de hablar acerca de sus vidas. Al llegar, a pesar de la invitación que le hizo Ernest de ir a la fiesta, Luciano sintió cierto temor a entrar. -Lo siento amigo, pero mi ropa no es adecuada, además, tú los cegarás a todos. -Ernest se despidió con un abrazo, y se bajó, se prometieron unos tragos el fin de semana. 

     La entrada de Ernest a la fiesta ocasionó furor, además de ser muy puntual, los fotógrafos no tardaron en activar sus flashes para capturarlo. Su altura y porte le favorecían en lo absoluto delante de muchas figuras famosas que eran 10 cm más bajas que él. Además de ser uno de los únicos hombres que recibían la misma o más atención que las mujeres a la hora de pasar a la alfombra. En el salón habían mesas como personas, mesoneros vestidos de blanco sirviendo todo el alimento que se podría imaginar, canapés de diferentes clases y estilos, de los mas caros ingredientes. La champagne no podía faltar, y el vino tinto era uno de los más pedidos de la fiesta. Él observó como una mano lo saludaba desde el tumulto de personas, pidiéndole que se acercase. Al hacerlo, observó a Rossana. Una joven alta, esbelta, rubia casi platinada, ojos de un color azul intenso. Tenía el cabello en una cola de caballo, que le hacía resaltar el largo del mismo, recogido le llegaba a la cintura. Su vestido era largo, con un escote en V, definiendo sus pequeños pechos, ceñido al cuerpo. De cola larga. El jaspe relucía, brillaba, rojo intenso, al igual que sus labios. Su vestido era una creación exclusiva del hermano de Rossana, Alessio, un diseñador italiano que trabajaba con los más exóticos componentes. Rossana se acercó a él con paso elegante y posó ambas manos en sus hombros, que, a pesar de que ella era alta, él aún la sobrepasaba por varios centímetros.

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