Capítulo 10 - El azulejo

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     El teléfono comenzó a vibrar justo antes de que iniciara la melodía que tenía de tono de llamada; varias veces repicó hasta que Ernest despertó y lo tomó.

-Por fin contestas. Desde que te volviste todo un príncipe duermes hasta tarde, al parecer. -La voz de Luciano resonaba en el teléfono, burlona y amigable. -Vamos, habíamos acordado que nos veríamos hoy. 

-Bueno, tú como mi noble chofer deberías estar ya abajo, pero no lo estás. -La voz de Ernest sonaba ronca, cansada, además de notarsele una ligera congestión nasal. -Nos vemos en media hora, almorzamos juntos y ya luego voy a la oficina.

-Vale, pasaré por tu casa. Espero que el almuerzo valga al menos la tercera parte de lo que valgo para ti. -El tono dramático de Luciano antes de colgar hizo que Ernest lanzara una carcajada. 

     La amistad con Luciano siempre había sido así. Luc era una persona que solía desaparecer de vez en cuando, sin embargo, siempre mantenía contacto. Estos últimos años, él había sido quien había desaparecido de la vida de Luc, yéndose de su tierra natal por trabajo. Tenía más de 6 años sin verlo y no había otra cosa que le hiciera más feliz que volver a saber de él. A pesar de la tecnología, nunca pudo conseguirlo en las redes sociales; era un joven al que lo tecnológico le parecía algo inútil y que prefería todo en persona, aunque bueno, seguramente al salir de aquel pequeño pueblo se habrá dado cuenta de lo importante que es en la actualidad.

     Ernest se levantó de la cama después de colgar y fue directo a la ducha. Al encenderla, el vapor comenzó a sobresalir. El agua tibia recorría su largo cabello oscuro mientras pequeñas gotas de agua rozaban cada rasgo de su rostro. Cerró ambos ojos y respiró profundo.

-Di que me amas una vez más y estaré tranquilo. 

     Su voz resonaba en un eco, el cual era provocado por las paredes rocosas de una cueva. La humedad y la pequeña cascada que allí se encontraban hacían que todo él estuviese empapado, sin embargo, se sentía en completa armonía.

-Pero si ya sabes la respuesta... ¿No ha sido suficiente todo lo que he hecho por ti? 

      Hablando de forma cantarina, la joven que hablaba se acercó a él, lo suficiente como para sentir su respiración mezclarse con la suya. Él observaba a los ojos de la chica, como si de dos piedras preciosas se tratasen. En ellos había un brillo naranja muy leve, además de su color natural, almendra. 

-Amo escuchar a tu voz decirlo... -Ernest llevó una de sus manos hacia el hombro de la chica, acariciándole con suavidad. 

     Pequeños lunares adornaban la blanca y delicada piel que hacía un leve contraste con la suya gracias a la diferencia de color. 

-Y amo ver como tu cuerpo lo repite una y otra vez con solo tenerme de frente. -Al decir esto, vio como los rosados y levemente gruesos labios de la chica sonreían de lado. La joven comenzó a acercarse a él, hasta rozar la piel de su boca con la de sus labios. 

     Ernest abrió repentinamente los ojos, tenía más de diez minutos bajo la ducha sin siquiera enjabonarse. Terminó de asearse y al salir de la regadera se vio al espejo. Su perfil delicado pero a la vez varonil le saludaban en el espejo, mientras que su largo cabello provocaba que comenzara a mojar absolutamente todo lo que tenía alrededor. Acercó su rostro al espejo para observarse alguna imperfección con más detenimiento y comenzó a echarse crema hidratante. ¿Qué podría estar provocando esos sueños incompletos? Aunque lo que había sucedido no había sido un sueño, a menos que se haya quedado dormido de pie en la ducha. Pero ya estaba exhausto, quizás era hora de hablar con alguien de esto y quien mejor que Luciano para ayudarlo. Terminó de utilizar el baño y se cambió. Apenas terminó, recibió la llamada de su amigo quien ya se encontraba esperándolo en la entrada del edificio.

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