✿Capítulo 13

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BILLY:

Culpable de asesinato. Culpable de un tiroteo. . . Billy Hargrove, dos días después de haber sido oficialmente trasladado a la prisión, se hallaba en una celda individual, aislado de todo preso por cortesía de un pago de Neil para que nadie le hiciera daño. Esa celda, a diferencia de las demás, era como una especie de habitación cerrada, sin barrotes para ver el exterior, con paredes grises casi blancas y un par de ventanas cuadradas con rendijas por las que podía asomarse de vez en cuando y ver el patio donde los reos jugaban al baloncesto o a veces, simplemente estaban haciendo pesas o peleando unos con los otros: sobre todo hombres blancos con hombres de color. Era lo típico en esa cárcel. Pero Billy tenía la suerte de que era llevado a dicho patio cuando todos estaban dentro, tenía como un horario especial que el dinero de su padre pudo hacer posible, claro. Desde que había ingresado, Hargrove se volvió completamente mudo; no hablaba, también había perdido el brillo en su azulada mirada y las ganas, literalmente, de seguir viviendo.

"Yo no soy un asesino. No fui yo"

Pensaba día sí y día también. Y todo por culpa de Henry Bowers, pues para él, era el único culpable, al menos, del asesinato de Jessica Barnes, ya que del tiroteo no tenía ni la menor idea de quién pudo ser. En su ignorancia, no tenía ni idea de que si en algo era culpable, era en ese preciso tiroteo aunque no lo recordase. Vestía un uniforme completo de color naranja, y en sus muñecas, quedaban signos de lo fuertes que le apretaban las esposas cuando lo transportaban de un lado a otro. Solían llevarle la comida a la habitación; y lo hacía siempre la misma enfermera: Amber, una mujer de unos veintiocho años, bien hermosa, alta, con una melena rubia y ondulada que le llegaba casi a la altura de los pechos y con quien había cogido cierta confianza a la hora de hablar o de volver a ser el mismo. Con Amber, todo era diferente, si Billy conseguía salir de su mudez, era gracias a ella.

Miró el reloj colgado a la pared: era casi la hora de cenar y frunció el ceño porque sabía que hoy Amber no hacía turno de noche, por lo cual, a saber qué enfermera le llevaría la cena y qué le llevaría. Impaciente, llevó el pulgar a los labios y mordió el pellejo mientras iba al urinario, instalado en la mismísima habitación. Todo estaba allí: la cama, la mesa donde debía comer, la televisión que apenas funcionaba y, por supuesto, el urinario. Bajó la cremallera de aquel molesto uniforme anaranjado y comenzó a hacer la típica necesidad de un ser humano hasta que escuchó los pasos provenientes de unos tacones de aguja dirigirse hacia la susodicha celda. Enseguida, se dio prisa para no ser pillado en un momento que sería bastante incómodo y retrocedió hasta la cama, cruzándose de brazos. No pudo creerlo al ver quién era la persona que le llevaría la cena por segunda vez: Amber, que llevaba en el antebrazo una bandeja de plata con cubiertos y alimentos que olían de maravilla. El rubio se levantó, sin poder evitar mirar la figura de la fémina de pies a cabeza, pues el vestido blanco que llevaba puesto le sentaba como anillo al dedo.

━Buenas noches, Billy. ¿Cómo te encuentras hoy? ━preguntó la mujer, con una amplia sonrisa plasmada en ese rostro digno de una diosa━.

Si Hargrove no había pensado en sus sentimientos hacia Bowers, había sido porque había estado demasiado ocupado fijándose en otra. Al fin y al cabo, era su naturalidad desde que las circunstancias de la vida le habían obligado a convertirse en un chico malo.

━No te esperaba. Pensaba que no era tu turno. ━dijo Billy, levantándose mientras ella dejaba la bandeja sobre la mesa y se planchaba las arrugas de la tela blanca━.

━Pues no, pero una compañera ha caído enferma y adivina, ¿quién mejor que yo para cubrir su turno? En fin, al final me compensa porque luego tengo un día más para descansar. Veo que te alegras de verme.

Billy asintió, con una sonrisa casi rozando lo pícaro. Fue entonces cuando Amber, divisó horrorizada las marcas de guerra en sus muñecas provocadas por esposas metálicas y se acercó al chico, tratando de que su gorrito no se cayera al suelo. Tomó, suavemente, una de las manos del menor y la acarició con mimo, atravesándolo con la mirada. Esa tensión sexual se había notado desde que ambos se habían visto por primera vez desde que Hargrove ingresó en la prisión. Diez años de edad se llevaban uno con el otro, pero, ¿desde cuándo eso a él le había importado? Seguramente desde nunca.

IT  Arrástrame Al Infierno (Henry Bowers X Max Mayfield)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora