L E G A D O | 29. Promesas

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El mar no podía estar más calmado aquella tarde. La superficie del océano que rodeaba las islas de Otelandia parecía una fina capa de hielo. Las olas no se veían. Y tampoco se sentían bajo los pies del buque que llevaba a Natalia y María a Isla Pamprona. En el cielo también se respiraba la misma parsimonia. El sol lucía con fuerza, sin nubes de por medio, iluminando una sonrisa cargada de esperanza y buenas noticias.

—Tienes ganas de llegar, ¿verdad? —le preguntó la presidenta de Elxe, apretándole el hombro. Juntas disfrutaban en la cubierta del tranquilo y sereno paisaje por el que estaban avanzando.

—Solo puedo pensar en eso—reconoció, agachando la cabeza. Y María le revolvió el pelo—. En contarle lo que vamos a hacer y... Pf. No paro de imaginarme su reacción... Se va a poner tan contenta.

—Estás... estás muy segura de que va a ganar...

—Lo va a hacer—carraspeó, irguiéndose—. He estado allí. Conozco a la gente. No sabes... de verdad, María. No te haces una idea. Isla Peseta ama a su familia. Los Reche les llevaron a la gloria... Tienen mucha historia.

—Conquistando otras islas como la nuestra a base de guerras—bajó la mirada.

—Ya, bueno.

—Me da miedo mi padre, Nat. Él sigue muy dolido. Remover eso...

—Seré delicada.

—Y estaré contigo—le prometió, abriendo sus manos para fundirse en un reconfortante abrazo.

—¡AGACHAOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOS!

—¿Qué coño? —gritaron al unísono, tirándose a la madera de la cubierta.

No había olas. Ni nubes. ¿Qué podría ir mal?

—No me jodas, no me jodas—murmuró Natalia asomando la cabeza por el lado contrario al que miraban—. Creo que son piratas, tía.

Una bola de cañón pasó por encima de sus cabezas. Ni hubo daños materiales, ni humanos. Pero el peligro seguía ahí, latente, cercano.

Les habla el capitán del buque Pamprona. Les ordenamos la retirada del ataque. Están atentando contra un barco del gobierno republicano. Lamentarán las consecuencias.

Pero quién puede negociar con piratas... Eran como salvajes. Almas perdidas que navegaban para robar y secuestrar a cambio de rescates millonarios. Ninguna amenaza iba a conseguir que se dieran la vuelta.

—¿Puedes verlo? —le preguntó María, tumbada boca abajo en plena cubierta. La presidenta de Pamprona volvió a asomarse con precaución.

—Joder, lo sabía... Es un puto barco Mikalia.

—Los peores piratas... —recordó la joven.

—No están cerca, pero... esto tiene mala pinta.

—¡Eh! ¡Eh! ¡Venid aquí! —las llamó uno de los marineros abriendo la puerta que daba al camarote más alto del barco—. ¡Con cuidado!

Las chicas se agacharon y caminaron con sumo cuidado y miedo hacia ese lugar seguro. Pero entonces, otra bola de cañón salió disparada hacia el buque Pamprona. Y esta vez fue certera: impactó contra la cubierta de madera, muy cerca de la morena.

—¡NATALIA!

Una gran nube de humo y polvo cegó al grumete y a María, que confusos y ahogados por el olor, buscaban a la presidenta entre gritos por ese suelo que se había vuelto tan peligroso: al agujero creado por el impacto le rodeaban tablillas reventadas y astilladas.

1001 CUENTOS DE ALBALIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora