El Colmillo y la Sierra 2

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Ocurrió que una noche mientras la tribu del Cacique Colmillo se había organizado en una partida de caza junto a la gente del Jefe Huajuco y habían salido a rastrear a un oso que les atacó en el campamento el día anterior, los hombres vieron un par de luces reflejadas en la superficie de un riachuelo tranquilo y asustados levantaron los arcos con sus puntiagudas flechas apuntando al cielo.

Las luces parecían caer lentamente hasta que tras varios minutos, los cazadores asombrados las vieron ser engullidas por las copas espesas de los árboles de uno de los picos del cerro y uno de los indios, aquel conocido como Espino, envió a un par de muchachos de vuelta al campamento para dar aviso a los Caciques.

***
Los pies empapados de vida pertenecientes a la mujer hicieron florecer los manzanos de la zona en cuanto tocaron tierra y el espíritu de la sierra, vuelto una mujer resplandeciente de rocío, descendió el escarpado camino hasta ocupar su lugar bajo el árbol de oyamel y cerró los ojos esperando a que Colmillo hiciera su aparición y pasaron dos días antes que el indio posara sus palmas y frente morena ante ella.

La Sierra sonrió al mirarlo, pues del chico que había acudido al primer llamado no quedaba nada, ahora frente a ella se encontraba un hombre alto y de largos cabellos, envuelto en pieles de coyote.

—Te pareces a tu madre —le dijo sin levantarse del suelo.

El hombre volvió a postrarse y ofreció la vasija que llevaba como presente a su deidad.

La mujer la tomó y olfateó el contenido, se trataba de una bebida alcohólica hecha a base de tunas, el preciado fruto del nopal y después de varios tragos la devolvió.

—¿Usted conoció a mi madre? —inquirió él tímidamente.

La mujer le miró con ojos entornados y después los cerró con gesto soñador.

—Tu madre se llamaba Piedra de río y no tenía más de quince años cuando tu padre vino a pedir ayuda para ella, pero no es para hablar de los muertos que te he hecho venir —dijo poniéndose de pie y él la imitó.

El negro manto de una noche sin luna los cubrió y ambos parecieron desvanecerse.

—¿Dónde está? —Buscó saber el hombre extendiendo sus brazos, intentando encontrar cualquier cosa de la cual sostenerse.

—En todas las cosas —le respondió una voz cavernosa muy diferente a la conocida—, en las piedras que te lastiman los pies, en el agua con la que te refrescas, en cada una de las hojas de los árboles que te arrullan cuando mi aliento las mueve y susurra en tus oídos, en los regueros de sangre derramada en la batalla, en los llantos de los vencidos, en el miedo de los sacrificados, en el canto de los victoriosos y las alegrías caídas del cielo.

—¡No entiendo!

—Los blancos barbados ya se han puesto en movimiento y han cruzado la sierra de Zapalinamé, hicieron asentamientos en nombre del Dios cruel y extraño con el que intentarán someterlos para aniquilarlos… vuelve a donde tu pueblo y explica la situación, porque esta vez vienen decididos a quedarse.

—¿Debemos entrar en guerra?

Tras la pregunta, la oscuridad que se tornaba asfixiante, se desgarró provocándole al hombre tal dolor punzante y agónico entre los omóplatos que le hizo caer de rodillas y desesperado se palpó hasta que sus dedos se aferraron a un objeto largo, hecho de un material frío y desconocido para él.

—¿Qué me has hecho? —Preguntó mientras tiraba del objeto para extraerlo de su carne y otro objeto le atravesaba el vientre.

—Ellos les llaman lanza y espada —explicó la voz—, y muchos han caído ante ellas y las enfermedades que emanan de las palabras y alientos prodigados por aquellos labios barbados.

Colmillo asintió poniéndose nuevamente de pie para arrancarse la espada del vientre.

—Ahora ve a dar mi mensaje —comandó la mujer reapareciendo junto a él y poniendo la mano sobre la herida de su espalda le hizo despertar.

El Cacique abrió los ojos, la aurora ya asomaba levemente sus matices en el cielo y de forma inconsciente se llevó las manos al vientre… la herida provocada por la espada había desaparecido y de inmediato se dispuso a volver montaña abajo para dar el mensaje.

Ese día se inició el movimiento de los guerreros que hábilmente recorrieron a pie el paisaje, vadeando ríos, despeñaderos y los fondos de cañones montañosos.

Atacaron cruelmente al tercer amanecer…

Los hombres blancos no los esperaban.
    

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⏰ Última actualización: Sep 28, 2019 ⏰

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