Vestido de carne

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Diablo acompañó a su Señora camino abajo. Las pesadas botas de constructor que calzaba el cuerpo de Nelson dejaban huellas nítidas de su andar por sobre el verde y húmedo musgo del suelo del bosque.

Por allí no… —advirtió el espíritu de La Sierra vestido con la piel de su última víctima, al notar que el oso se desviaba con la intención de internarse en un escondido camino secundario—, Esta noche quiero llegar por la entrada principal.

El animal gruñó levemente y rectificó su dirección.

Ambos recorrieron un trecho y se detuvieron en el entronque que lindaba con el terreno de la cabaña 22. Diablo se levantó sobre sus patas traseras y olfateó la brisa que llevaba la noche.

Allí tampoco está —declaró La Sierra siguiendo de largo para después tomar el camino de la izquierda.

El Ahuichote volvió a llorar arrancándole un gruñido al oso mientras se volvía traslucido, como si estuviese hecho de humo… 

La luna había avanzado tan solo un corto trecho escondiéndose tras una gruesa nube que anunciaba una de aquellas tormentas pasajeras comunes en los lugares altos y mientras en la cabaña 19 los muchachos habían decidido esconderse bajo las literas del segundo piso, Laura batallaba al intentar bloquear la escalera levantando uno de los sofás para que abarcara y cubriera totalmente a lo largo y ancho del acceso a los escalones.

—¡Necesito ayuda! —Exclamó con la cara roja por el esfuerzo.

—¡Deja así las cosas y ven con nosotros! —Respondió Arturo.

La chica maldijo en voz alta sin renunciar a su tarea hasta que unos pasos se escucharon en la entrada y tocaron a la puerta; entonces Laura dejó caer el sillón y corrió a la ventana para mirar.

—¿Puedo pasar? —Inquirió esa cosa que vestía la piel de Nelson con una sonrisa en los labios y la puerta se abrió.

El cuerpo fornido del muchacho atravesó el umbral de la puerta.

—¡Creímos que te había pasado algo! —Gritó Laura echándose a sus brazos con los ojos llenos de lágrimas— ¡Eres un maldito! No te importó que estuviéramos preocupados por Diana y te perdiste también a drogarte por allí.

Nelson sonrió acariciándole el cabello.

No tienes por qué llorar, tu tampoco eres a quién busco —le dijo con un tono extraño asomado en la voz.

La muchacha levantó la cara un tanto extrañada encontrándose con el rostro contraído del muchacho.

No entiendo tu cambio de actitud —dijo él tomándole la cabeza—, pensé que me odiabas.

Laura negó con vehemencia mientras escalera arriba Arturo y Ricardo se apretaron un poco más dentro de su escondite, tal vez ellos también habían percibido aquella disonancia cavernosa en la voz de su familiar.

No te odio —dijo ella intentando apartarse suavemente de él sin conseguirlo.

Eso es bueno, aunque no cambia lo que pienso de ti —respondió Nelson torciéndole el cuello hasta quebrárselo y la arrojó hacia un lado; luego recorrió algunos pasos y abrió la puerta desde donde Diablo gruñó enfurecido mostrando los dientes.

Los otros osos que esperaban cerca de la entrada principal se habían congregado en el área del asador.

Ninguno vivo —declaró La Sierra con la voz de Nelson cruzando con rumbo a la cocina y Salió por la puerta de la trasera que conectaba con el área en la cual le esperaban.

La nube que había ocultado a la luna resplandecía de cada en cuanto cargada de rayos y truenos. Nelson levantó los ojos al cielo. La temperatura había descendido algunos grados más y la granizada no tardaría en hacerse presente.

Dentro de la cabaña, Diablo caminó algunos pasos hasta donde la muchacha se hallaba despatarrada sobre el suelo y después de olfatearla le ignoró subiendo las escaleras emboscando a los muchachos escondidos en la habitación.

Ellos habían temblado de miedo en cuanto dejaron de escuchar la voz de Laura, pero, decididos en el último momento a investigar que había ocurrido salieron del escondrijo encontrándose de frente con el enorme animal. Ricardo alcanzó a gritar y retrocedió algunos pasos hasta sostenerse del barandal de la litera superior mientras el hedor del oso se mezclaba con el aroma a hierro de la sangre de su primo, quien no pudo reaccionar, y se derrumbaba sobre el suelo con el pecho abierto y el corazón asomándosele a través de la mortal herida.

Diablo continuó avanzando y lentamente se acercó a Ricardo, quien se hallaba inmóvil por el miedo. El animal de pie sobre sus cuatro patas, debía medir por lo menos un metro y medio.

<<Nunca había visto un animal tan grande>>, pensó Richie cerrando con fuerza los ojos sin ánimo para defenderse.

Diablo detuvo su andar y se alzó sobre sus patas traseras aferrándose al cuerpo del muchacho en un abrazo mortal y asestándole una mordida en el cuello para después y ya con el cuerpo tendido, escarbar en su tórax hasta extraerle los pulmones.

Las gotas de lluvia eran opacadas por el ruido del granizo al chocar con el techo de la cabaña mientras sobre el suelo de la estancia, Laura aun respiraba débilmente y el animal asesino bajaba la escalera transfiriendo desde su pelaje rastros de sangre hacia las paredes.

La muchacha parpadeó incapacitada para moverse… Nelson le había partido las vértebras cervicales y necesitaba ayuda o se sofocaría rápidamente.

El oso chilló en su dirección y dio algunos pasos para tomarla por una de las piernas arrastrándola hacia afuera, donde los otros plantígrados esperaban ansiosos ante el curso de los acontecimientos.

Los animales retrocedieron en cuanto La Sierra se arrodilló junto a la muchacha. De las fosas nasales de Nelson había comenzado a escurrir sangre y mucosidad.

Esta es la mujer del mestizo que puso sus pies en mi casa.

Diablo resopló echándose en el suelo y cerró su único ojo mientras La Señora se puso de pie y abandonó el vestido de carne que portaba.

Laura parpadeó aterrorizada, sin ser capaz de comprender plenamente que frente a sus ojos se materializaba una mujer morena hermosísima cuyos ojos negros parecían brillar como un par de diamantes bajo la tenue luz de la bombilla que pendía del techo que cubría el asador.

El cielo fue recorrido por una cicatriz de luz perteneciente a un rayo y La Sierra volvió a sonreír, pero esta vez mostrándole a la caída sus blancos y puntiagudos dientes de oso.

Tienes que morir —le dijo—, porque he mandado a llorar al Ahuichote para que anuncie un cierre de ciclo muy especial.

Laura respiró profundamente viendo a la mujer india cerrar el puño frente a su cara y el poquísimo aire tomado hacía poco fue extraído de sus pulmones sofocándole hasta la muerte. 

Los osos se acercaron tímidamente y en cuanto La Sierra se alejó, rasgaron las ropas de los muchachos y se dieron un festín con ambos cuerpos.

El viento sopló llevándose el mapa que Miss Tania le había prestado a Laura junto con la nota escrita por los guardas...



 
  




DIABLO [En Pausa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora