Capítulo 8

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En algún lugar de la plomiza oscuridad, un débil sonido se acercó dando tumbos hacia él. Algo húmedo y torpe se enredó en torno a sus extremidades, temblando lánguidamente, lanzándose contra él con su peso muerto.

No sabía si se hundiría o flotaría, si se lo llevaría la corriente, o si no. Estaba consciente, pero de alguna manera nada parecía real. Era como si su cuerpo, mente, alma y corazón se hubieran separado los unos de los otros.

En algún lugar, algo gritó.

Reconoció el sonido como el pulso de sus venas. En ese instante, su cuerpo y su mente volvieron a encontrarse, resonando con cada grito.

Cercano y lejano, como el repique incesante de una campana, el golpeteo hacía que le doliera mucho la cabeza. El mundo se deformó, como si lo estuviese viendo a través del lente de un caleidoscopio. En su mente visualizó un aplanado mundo a blanco y negro de dos dimensiones. Nada tenía sentido. Nada permanecía igual. Los venenosos colores danzaban frente a sus ojos, como puntos y líneas de un holograma incomprensible.

La progresión de las señas vagamente familiares y los símbolos eran producto de los fragmentos de sus propios recuerdos. O quizás era una ilusión creada por su mente. O como si la fantasía febril de su imaginación hubiera enloquecido. Un mal presentimiento que no comprendía. Una sensación de desasosiego. Una irritante sensación de urgencia. Un hambre.

Sus parpados se sentían tan pesados que parecían estar pegados a la esclera de sus ojos. Finalmente se obligó a abrirlos y un relámpago de dolor lo recorrió de los pies a la cabeza, como si una mano hubiera aferrado sus entrañas para retorcerlas.

—Mi madre... —Riki se dobló sobre sí mismo y gimoteó.

Su espalda crujía como una bisagra oxidada. Sus retinas veían chispitas. Apretó con fuerza los dientes.

—Qué demo... —contuvo el aliento—. Joder...

Ni quedándose tan quieto como le era posible, el dolor dejaba de afectar sus nervios. Los eventos de la noche anterior habían empezado finalmente a penetrar dentro de su cabeza. Su pulso era un ruido sordo en sus oídos.

—Mierda... me... duele...

Recordó el trato tormentoso que le habían dado los Siniestros. Se hizo consciente de un incesante golpeteo algo distinto de las olas de agonía que sentía. Haciendo una mueca, Riki levantó la cabeza.

—¿Qué?

Alguien estaba llamando a la puerta. El reloj que tenía en su mesita de noche marcaba las ocho treinta y cinco.

¿Qué infeliz... fastidia tan temprano... a estas horas de la mañana?

Maldiciendo a su visitante, haciendo frente al dolor tanto como pudo, Riki se levantó. Los golpes en la puerta solo se hicieron más implacables.

—Espera —murmuró por lo bajo. Y entonces se acordó de repente. La noche de ayer, después de haber llegado a su apartamento, había apagado el teléfono.

Haciendo acopio de toda la terquedad y fuerza de voluntad que poseía, arrastrando su cuerpo retorcido y curvado bajo la lluvia, había logrado volver a casa. Muriéndose de cansancio, boqueando por aire, digitó a los golpes el código de seguridad de la puerta con dedos temblorosos y entró tambaleándose.

Como una liga elástica que ha sido estirada hasta su punto de ruptura, colapsó. Aun así, se las arregló para bloquear nuevamente la puerta y encender el sistema de seguridad como si planeara no volver a abrir su puerta nunca jamás. Todo lo que quería hacer era tirarse a la cama y dormir por el resto de su vida. Así que también había apagado el teléfono.

Ai No Kusabi - Vol. 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora