Capítulo 6

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La estación de policía de Midas se ubicaba silenciosa y solitaria bajo la lluvia. Su gris y empapado exterior no revelaba nada fuera de lo ordinario, haciéndola parecer aún más modesta y austera. Dentro de las inmediaciones de Midas, donde el omnipresente impacto de lo nuevo y lo llamativo se tornaba casi opresivo, aquel resultaba un edificio discordante.

En lo que se percataba del susodicho conflicto visual, Riki no pudo evitar arrugar la nariz, disgustado. Se encontró a sí mismo frunciendo el ceño de nuevo. Nunca habría imaginado que los Siniestros irrumpirían en su apartamento, forzándolo a entrar en un auto aéreo, y llevándolo hasta ese lugar.

Riki sospechaba que la única razón por la que el hombre le había dicho que se cambiara de ropa, era que no había podido soportar la imagen de un Riki ahí parado con su bata como un perro mojado.

¿Qué mierda estaba pasando?

Un millar de preguntas se aglomeraban en su cabeza. No había previsto que las cosas pudieran ponerse así de horribles tan rápido. Quería respuestas, pero los hombres que lo contenían no parecían estar de humor para conversaciones casuales. Eran del tipo que trataba a los mestizos de los barrios bajos como si fueran contagiosos, y nunca se dignarían siquiera a mirar a alguien como Riki a los ojos.

De modo que el viaje fue uno silencioso.

Riki estaba inquieto. Estaba en su juicio final y no podía relajarse. Pero la atmósfera dentro del auto resultaba incluso peor. No había cometido ningún crimen y sin embargo, había sido repentinamente llevado a la fuerza por los policías. Imaginar lo que le esperaba solo abanicaba las llamas de su ansiedad.

Los mestizos de los barrios bajos deambulaban por las lujuriosas noches de Midas en busca de emoción y aventura, y sobre todo para distraerse de la opresiva claustrofobia de su vida diaria en Ceres. Aquello se había convertido en un rito de iniciación para los temerarios muchachitos.

Todos los residentes de los barrios bajos sabían con exactitud cuál sería su destino si metían la pata y eran capturados en Midas. Apaleados hasta casi morir. Miembros rotos. Desmembramientos.

Los Cuerpos de Vigilancia en cada área no eran seres caritativos. En cuanto veían a un mestizo, inventaban cualquier pretexto para justificar una paliza a pierna suelta, en algún callejón oscuro fuera de la vista de la gente, por supuesto.

Mezclándose con los turistas y los paseantes, los mestizos podían armonizar sin un dispositivo PAM. Pero los Cuerpos de Vigilancia habían ideado maneras de distinguirlos y los mestizos eran asesinados uno a uno con una regularidad que iba en aumento. A veces, se encontraban cadáveres, pero era seguro que la policía de Midas calificaba el hecho como un misterio sin resolver y colocaba el incidente bajo la alfombra.

Los mestizos de los barrios bajos no tenían derechos civiles. Ni cabida para buscar justicia o compensación. Así era la vida.

Riki ya no estaba en su territorio. Estaba en el terreno de los Siniestros. Ese hecho revoloteando a través de sus sentidos era suficiente para hacer que juntara los dientes y pusiera mala cara.

El auto aéreo volaba por encima del llamativo mar de neón, y entonces descendió sobre un puerto en lo alto de un techo en la cima del agujero negro del Centro policiaco de Midas. Con un ligero resplandor, el auto aterrizó. Al mismo tiempo, las puertas cerradas del techo se juntaron. Cuando el auto se detuvo por completo, un golpecito en la espalda de Riki le indicó que se bajara.

El aparente líder del grupo, el hombre de cabello corto y plateado, se bajó primero. Tras él venían dos hombres con Riki a cuestas, uno a cada lado suyo. A sus espaldas, venían dos más de cerca, escoltándolos. Riki estaba contenido fuertemente por una sólida pared de cuatro hombres. Era como estar atrapado en una caja. Cada respiro se hacía más difícil y superficial. Aunque no estaba esposado o encadenado, no era el tratamiento que un mero testigo importante esperaría recibir. Era más bien ese tratamiento delegado a los asesinos desquiciados.

Ai No Kusabi - Vol. 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora