Parte I

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        TEODORO Perdomo se inclina para recoger el cigarro que se le resbala de las manos en los pedales de la patrulla policiaca, sacude un poco el cilindro de nicotina y vuelve a humedecerlo en sus labios. En su matutina labor Teo como todos lo conocen observa como su compañero de patrullaje habla con algunos transeúntes a pocos metros del automóvil.

Escondido bajo la sombra de una mata de mango, Teo el policía regordete de bigotes, coloca sus distintivos lentes de sol debajo de sus pobladas cejas, las sombras son su habitad natural, viviendo en Maracaibo no le queda de otra que confinarse al opaco escondite de una sombra arbolea y como una leona hambrienta se dispone a observar el semáforo de la plaza para cazar su próxima presa.

Ya son más de las nueve de la mañana, Teo sigue con sigilo entre las sombras del árbol. Su compañero Diego Castillo es muy conversador, se encuentra hablando con los vendedores de empanadas. Diego es un muchacho joven de unos 25 años, un policía novato pero con el ímpetu y destreza de un veterano, en cambio el señor Teodoro, ya está pasando sus mejores días, en sus 57 años su labor policial no es la misma de antes, el camino de su verdad se ha desviado a uno turbulento, lleno de problemas, 2 divorcios, tres hijos que ayudar y que a veces no puede ver, y quién sabe si algún hijo bastardo en algún lugar; manutenciones, pensiones, gente que le debe dinero, un aire acondicionado dañado en su apartamento y 5 disparos en su vida laboral que le han causado sus peores malestares, incluso mayores que los dolores de cabeza que le producen sus exesposas.

A pesar de todo el peso negativo que lleva en sus hombros, su cara de amargado y sus molestas respuestas Teo se divierte haciendo lo que más le gusta... un carro se come la luz roja del semáforo, inmediatamente enciende la sirena de la patrulla, la mueca de malicia toca la puerta de su rostro y con mucho gusto él le da la bienvenida como una vieja conocida.

El automóvil rojo desacelera al escuchar la policía, Teo habla por el altavoz indicándole que estacione a la derecha y como un reflejo automático baja de la patrulla acomodándose el cinturón del pantalón. Con el nudillo del dedo índice toca con brusquedad el vidrio del piloto, el veinteañero detrás del volante baja el vidrio nervioso, esa situación ya la ha vivido antes, sabe muy bien lo que vendrá a continuación.

-Campeón te comiste la luz roja, ¿Qué vamos a hacer?- Suena la voz gruesa de ultratumba de Teo, primero mirándolo a los ojos y después girando su cabeza hacia el semáforo.

-Señor oficial... estamos en Venezuela, usted sabe cómo son las cosas aquí, no venía ningún carro del otro lado...- se excusa el joven tragando su saliva de rabia.

-¡Son 8 unidades tributarias por atravesar un semáforo con la luz roja encendida!- Afinca la voz Teo evadiendo la respuesta del muchacho.

-¿Cuánto es eso?- Responde el joven conductor asimilando lo inevitable.

-La unidad tributaria está en 177 bolívares, saca la cuenta campeón- baja un poco los lentes burlándose del muchacho.

-Señor... no...no tengo tanto dinero ahora, yo solo iba a casa de mi novia por aquí mismo...- vuelve a excusarse el joven tratando de divisar una última esperanza.

-¿A casa de tu novia y sin cobres? Yo sé cómo es todo esto de tener novia en estos días, a las carajitas les gusta salir a rumbear, que les brindéis el almuerzo, que le compréis vainas... ¿Y me vais a decir que no cargas plata encima?- se vuelve a acomodar los pantalones y el cinturón. -Cuando yo era un carajito era todo más fácil, la invitabas a salir y ya, si le gustabas salían con vos y si no...- Teo no termina la frase observando como el muchacho se soba la cabeza desesperado.

-Vamos a hacer algo campeón, no te voy a poner la multa, pero me vas a dar pal café, ¿Cuánto tenéis ahí?- señala con el dedo los bolsillos del muchacho.

El PasajeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora