Capítulo 4

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Un año y medio más tarde, Tanagura era tan impresionantemente inmenso como siempre había sido. Hasta lo que sus ojos podían ver, la fachada de cada edificio se veía exactamente de la forma como debía, inmaculado sin un solo rastro de suciedad. La vista era tan limpia, que picaban los ojos. Las arboledas y los rascacielos parecían llegar hasta las estrellas.

No importaba cuanto la vecina Midas cortejara y levantara sus faldas, Tanagura no lo haría aun en su dirección. Si ella era la camarera desaliñada, Tanagura era el aristócrata fresco y compuesto. Aunque compartían la misma tierra, el cielo e idioma, era la más extraña de las parejas.

La muy particular y fría belleza metálica de Tanagura era la definición característica de la ciudad original. Más bien, se había alzado como una especializada y cibernética ciudad, construida por los androides que persiguieron afanosamente los fines de su propia creación. Eso era la personificación de la naturaleza de Tanagura.

La ciudad mecánica misma era una destilación de la ideología elitista unificada de los androides que evolucionaron más allá de las capacidades de sus propios cerebros y vías neurales en una artificial forma de vida. Y ellos como omnipotentes creadores eran el gigante, la inteligencia artificial conocida como Lambda 3.000.

Criado en el sofocante, desquiciado crisol de los barrios bajos, Riki encontraba difícil respirar en esta impecable, descontaminada, y fríamente inorgánica parte del planeta. Simplemente estar ahí había puesto sus nervios de punta y traicionaba sus sentimientos de pavor.

El único repositorio completamente orgánico de Tanagura donde el calor de un cuerpo humano podía sentirse, era la Torre del Palacio de Eos.

Tres diferentes especies vivían allí: el androide de elite cuyo único componente humano eran sus cerebros hiper-evolucionados; los esclavos despojados de toda humana dignidad llamados furnitures; y los pets, las muñecas inútiles criadas sólo para el sexo.

Las razones de la existencia de cada especie no tenían nada que ver con la de los otros. El desinterés mutuo cedió a la investigación racional. No había abismos de incomprensión esperando a ser llenados. Sus líneas paralelas se fueron para siempre.

Alguna especie con una deforme existencia deficiente había florecido allí. La realidad era asombrosa, y sin embargo, de alguna manera sonaba hueca. No era debido al exilio de lo real de lo ideal, pero era una cortina de aislamiento que no podía soportar el más mínimo desgaste.

Riki siempre había pensado en los barrios bajos como un mundo lleno de hombres hacinados unidos por la saturada claustrofobia. Era un montón de basura donde se desperdiciaba lo peor de su libertad mutilada. Pero comparado con Eos, esa libertad inmóvil era muy superior. Porque con toda la aparente indulgencia en las reglas, el grado a la que las acciones se reducía en Eos no se comparaba con los barrios bajos.

En Eos, los pet no hacían y no debían pensar en nada excepto en cómo ser las mejores muñecas del sexo. Eso es lo que estaban destinados a ser. Deslumbrados por todos los lujosos muebles y preparativos, nunca se dieron cuenta de que estaban atados de pies y manos.

En lo que se refería a Riki, el hecho más cuestionable de su vida en Eos era tener que aceptar servilmente cada capricho de su propietario. Un pet no podía pensar por sí mismo ni tomar sus propias decisiones. El sufrimiento que esto provocaba era completamente ajeno en Eos, un hecho que ninguna razón ni emoción podían explicar.

Con los pies sobre la tierra y el influjo que significaba el dolor y el pesar, durante esos tres años, Riki había experimentado esa verdad en su totalidad.

Una semana había pasado desde que Riki había sido encarcelado en Eos, una vez más. Como siempre, él descansaba en su amplia habitación, pasando su tiempo sin hacer nada.

Ai No Kusabi - Vol. 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora