Capítulo 12

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Es otro día gris en el viejo pueblo de Micktown.
Mis zapatos planos combinan con mi vestido negro, lo aliso con suavidad y carraspeo cuando estoy frente a Barry.
Él se aparta un momento y mi campo de visión se extiende hasta la tumba de su madre.
Trago saliva.
—He traído flores. —Casi susurro, las pongo en el lugar que creo conveniente y mi mirada se cruza con la del chico.

—Son muy bonitas, Caitlin.
Gracias. —Asiento y repaso mis labios con la lengua.
—¿Vienes mucho aquí? —Se sienta en el pequeño banco de piedra y hace un espacio junto a él.
—No demasiado, sólo cuando tengo algo de tiempo. —Me siento junto a él.

—Mi abuela murió también, aunque nunca vine a visitarla. —Recuerdo. Él me da una sonrisa leve.
—Lo sé, está un par de calles más allá. Acabo de ponerle flores. —Un cosquilleo me recorre el estómago. Muerdo mi labio antes de sonreír.
—Gracias, Barry. —Los dos nos levantamos y pasamos por la tumba de la abuela Snow.

Seguimos avanzando con calma por las calles de Micktown.

—¿Y Roger? Sé que su hijo murió hace como cuatro años pero no he sabido nada de él ni de Mandy. —Barry chasquea la lengua.
—Roger murió el año pasado. Mandy se mudó a Londres con Katherine, no quería estar sola aquí. Ya sabes, es bastante mayor. —Asiento apretando levemente los labios.

—Hemos hablado de muchas cosas, Barry. De mi vida, de las vidas de los demás.
Pero no de la tuya. Casi no me has contado nada de ti desde que llegué. —Me agacho un poco para quitarme los zapatos y pisar la hierba.

—Mi vida no es como la tuya, Caitlin. Es aburrida y básica.
Nunca tengo nada interesante para contar, así que si quieres que te hable de cuantos coches he arreglado desde que te fuiste pues son 24. Y creo que eso es todo lo que puedo decir. —Suelto una risa.

—¿Por qué no fuiste a la Universidad, Barry? —Suspira.
—No me gustaba estudiar pero iba más allá de eso.
Me gustaba la grasa en las manos y el aire en la cara. No había nada para mi allí. —Me explica simple. El castaño se sienta en la hierba y sus manos arrancan algunas briznas verdosas.

Me siento junto a él. El césped está húmedo y huele a lluvia.
Aspiro profundamente.
Sus ojos me miran pero después se desvían unos centímetros por encima de mi cabeza y sonríe ampliamente.

—Mira Caitlin. —Sus dedos se cierran sobre mi muñeca y tira de mi.
Recorremos apenas unos cuantos metros y quedamos frente a un árbol.
Pero no cualquier árbol.
Si no nuestro árbol.

En la corteza hay dos inscripciones.

«Caitlin y Barry, 8. Para siempre»

«Caitlin y Barry, 18. Para siempre»

Ambas inscripciones acompañadas de dos pequeños corazones.
La primera, escrita por dos amigos de 8 años.
La segunda, escrita por un matrimonio de 18 años.

El recuerdo me golpea como un puñetazo directo al corazón.
El aire se agolpa en mi pecho y me quema. Humedezco mis labios y noto como la vista se me nubla.
Entonces nuestros ojos se encuentran.
—Tal vez tu olvidaras a Micktown.
Pero Micktown no te olvidó a ti. —Trago saliva.

—Barry... —Mi voz es un susurro apenas audible. Él me sonríe, pero es una sonrisa amarga.
Sé muy bien lo que quiere decir.
Barry y yo nunca necesitamos palabras para comunicarnos, mirarnos solía ser suficiente.

El camino a casa se me hace tan pesado que cambio de opinión a último minuto y decido ir a otro lugar.
Por mis fosas nasales se cuela un olor a cigarrillos y cerveza.
Me siento en uno de los taburetes rojos.

—Necesito una amiga y una copa. —Jenna me mira y asiente.
—Puedo darte una botella y si te sirvo yo, escucharte.

Muchas horas y varias copas después, siento que el taburete da vueltas y la cabeza me va a explotar.
—Honestamente Caitlin, yo te entiendo. —Asiento efusiva.
—¡A veces pa-parece que nadi-die me entiende! —Ella me pide con gestos que baje el volumen y eso me provoca reír.

—Pero creo que fallaste en las formas. No debiste irte así. —Asiento. Tiene toda la razón.
—¡Totalmen-mente! No debí irme assí. —Sigo asintiendo y mis ojos se vuelven incapaces de enfocar a Jenna.

—Deberías haberle pedido disculpas a Barry. —Entonces frunzo el ceño.
¡Ella tiene razón, mucha!

—¡Por supu-puesto que si, Jenna! Voy a pedírsselas. Hasta mañana. —Decidida, trato de ponerme en pie. Pero las piernas me fallan y tengo que agarrarme a la barra para no caer.
—¡No, Caitlin! ¡Ahora no! —Pero ya no oigo nada más.
Me deshago de los tacones y sigo descalza.

Cuando ya he llegado, me fijo en que la luz está apagada.

—¡Barry! —Vocifero.
—¡Baaaaaaarry! —Canturreo su nombre una y otra vez hasta que la luz se enciende.
—¿Caitlin? Estaba dormido. —Su pelo está enmarañado y sus ojos levemente cerrados.
—¿Te he despertado? ¡Ups! —Me tapo la boca para contener una risita.

—¿Estás borracha? —Su mano se posa sobre mi hombro y me mira a los ojos.
—¡Mucho! Y tú estás mu-muy guapo. —Me pongo de puntillas para permitir que mis dedos se enreden en su cabello.
—Caitlin entra en casa. Hace frío. —Su mano trata de tirar de mi pero me zafo.

—¡Lo si-siento mucho! No debí dejarte así y realmente lo si-siento. Perdón, Barry. Te quería muuucho, lo prome-eto. —Llega un punto donde ni yo misma logro entender mis palabras.

—Venga cariño, vamos dentro. Vas a congelarte. —Susurra pero me alejo de él.
—¡Deja que me conge-le! Lo me-merezco. —El castaño niega y rueda los ojos.
—Entra dentro. No me obligues a obligarte. —Río.

—Ni mi ibliguis i ibliguirti. —Le imito y me separo un par de pasos de él.
Sus brazos se ponen en jarra y alza una ceja.

—Tú lo has querido así, para que conste. —Y antes de que pueda correr, ya me ha atrapado.
Me agarra como un muñeco entre sus brazos y pataleo pero de nada me sirve. Río.

—¡Tonto! —Exclamo una vez dentro de la casa.

El castaño me deja sentada en el sofá.
—Hoy duermes en la cama ¿Bien? Pero no te acostumbres.
Espera hasta que puedas ponerte de pie. —Me informa.

No sé cuanto tiempo pasa. Si minutos u horas pero sé que Barry no aparta su mirada de mi ni un sólo instante, atento a cada uno de mis movimientos.
Me cuida en la distancia.
Y entonces noto una repentina necesidad de llorar que aplaco como puedo.

Cuando puedo respirar profundo de nuevo, soy incapaz de evitar la pregunta que se formula dentro de mi.
Y también soy incapaz de mantener la boca cerrada.

—¿Y si tomé la decisión equivocada, Barry?

Tatatachan!!!! Como me gustan este tipo de finales 😍.

Sweet Home. Snowbarry Donde viven las historias. Descúbrelo ahora