CAPÍTULO 4

1.4K 206 81
                                    

Estoy en medio de una gran crisis. Esto es malo, terrible, horrible, fatal, funesto, pésimo, nefasto, aciago, infausto, fatídico, ominoso y todos los demás sinónimos que se te ocurran para describir una tragedia de proporciones bíblicas: acabo de abrir el armario de Fabián y me he dado cuenta de que no tengo nada decente que ponerme. Parece que mi anfitrión sufría una extraña y horrenda adicción a los vaqueros, sudaderas y zapatillas de deporte. No tiene ni un solo pantalón de vestir o una mísera camisa en todo el guardarropa. En una semana, empiezo las prácticas en Ortiz y asociados y no puedo presentarme en el bufete con esta ropa. Aunque sólo sea un simple becario, allí dan mucha importancia a la apariencia.

Necesito comprarme un vestuario decente, pero el problema es que no tengo dinero. Me he gastado la mayor parte del que me dio Carmen en productos de limpieza para este barracón y no quiero pedirle más porque sé que no le sobra. Nunca había tenido problemas de dinero antes, puesto que mis padres estaban muy bien posicionados económicamente, así que no sé qué hacer. Miro a mi alrededor desesperado (desesperada), tratando de encontrar una solución y de repente reparo en la guitarra abandonada en una esquina; después, encuentro el equipo de escalada bajo la cama. Nunca he tocado una guitarra en mi vida y con mi vértigo jamás se me pasaría por la cabeza colgarme de una cuerda para trepar por una pared. Cuando estaba viva, lo más parecido que hice a la escalada fue subirme en las escaleras mecánicas de un centro comercial. Fabián ya no va a necesitar estas cosas nunca más y desde luego yo tampoco, así que voy a darles un mejor uso que el de estar aquí acumulando polvo.

Un poco más animado (¡Mierda! Animada), recojo estos objetos y me encamino a una tienda de segunda mano. No saco tanto con ellos como me gustaría, estoy seguro (¡Segura!) de que sólo el equipo de escalada ya vale el doble de lo que me han pagado por todo, pero no me queda más remedio que aceptar la abusiva oferta del usurero de la tienda. «¡Vaya forma más mezquina de aprovecharse de la gente necesitada!» pienso, indignado (¡Será posible! Indignada). Al menos, tengo suficiente para comprarme alguna ropa medio decente y pagar un buen corte de pelo. Algunas horas después, vuelvo a casa cargado (¡Ahhh, esto es desquiciante! Cargada) con un montón de bolsas llenas de toda la ropa elegante, pero barata que he podido pagar. Al entrar, me encuentro a Gordi en su sitio favorito, el sofá, que se me queda mirando como si fuese un extraterrestre verde con antenas que acaba de salir de su nave espacial.

—¿Has ido de compras? —pregunta, boquiabierto. ¡Qué chico más observador!

—Sí, es que necesitaba ropa para trabajar en el bufete —respondo, ligeramente aliviado (¡Aliviada!) de que no siga enfadado conmigo por el encontronazo con Laura.

—¿Cómo pagaste todo eso? ¿Has atracado un banco o qué? —pregunta, divertido.

—No, vendí la guitarra y el equipo de escalada...

—¿Has vendido la guitarra? —De repente, su expresión cambia de forma radical y una extraña furia brilla en sus ojos. No sé por qué, pero tengo la impresión de que he metido la pata.

—Sí, de todas formas, no me acuerdo de cómo se toca... —murmuró, incómodo (¡Incómoda!).

—¿No te acuerdas de cómo se toca la guitarra, pero sí de lo que has estudiado en la Facultad de Derecho?

—Bueno, supongo que por eso lo llaman amnesia selectiva... —Me encojo de hombros—. ¿A ti qué más te da?

—Era la guitarra de mi hermano. Te la regalé a cambio de que me enseñases a tocarla.

—¡Oh, mierda! Perdona, no lo sabía... Es decir, no me acordaba.

—¡Da igual! Ahora es más importante que vayas bien vestido a tu nuevo trabajo —repone, sarcástico antes de encerrarse en su habitación con un sonoro portazo.

Asuntos pendientes (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora