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01 | Un cuerpo anclado a la tierra

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Dicen que mientras alguien nos recuerde, no habremos muerto del todo

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Dicen que mientras alguien nos recuerde, no habremos muerto del todo.

Yo seguía así. Tratando de mantener vivos los recuerdos con mi abuela Nina, aunque ella ni siquiera supiera quién soy. Para ella, hacía dos años que yo me encontraba muerta. Desde que el Alzheimer llegó a su vida, su alma parecía haber volado lejos, y ante mí tan solo quedaba un cuerpo anclado a la tierra. Una cáscara vacía.

Ese fue el panorama que me encontré cuando volví a casa después de acabar la universidad. Unos padres divorciados y una abuela, que de alguna manera había dejado de existir. Me pregunté cómo la vida podía cambiar tanto en tan pocos segundos. Y aquí sigo, haciéndome cada día la misma pregunta.

Levanto la cabeza y ante mí se alza la residencia en la que vive mi abuela desde hace unos cuantos meses. El "Lucero del alba" me da la bienvenida con su cartel colocado justo en la entrada de la puerta principal. Como cada sábado vengo a hacerle una visita aunque ella no sea consciente de mi presencia.

Cuando entro, sé que lo más probable es que se encuentre en la sala de lectura. Nina ha amado desde siempre leer y su enfermedad no le ha quitado las ganas de esa pasión, al menos aún no. Una sonrisa se dibuja en mi rostro cuando la veo recostada en un sillón con un libro entre las manos.

Me acerco hasta a ella. Justo en estos momentos me siento un poco aterrada, para mí es mi abuela, pero yo para ella tan solo soy una extraña más. De toda la familia creo que soy la que peor lo lleva. Mi relación con ella siempre ha sido muy buena y saber que las cosas ya no volverán a ser como antes, me parte el corazón en dos.

Al menos, me consuela saber que por momentos sigue manteniendo esa sonrisa que le caracteriza.

—Hola. —Trato de sonreír, pero la felicidad se me esfuma cuando levanta la cabeza y me mira con curiosidad.

No me reconoce.

Hay días en que Nina recuerda algunos momentos de mi infancia con ella. Hablamos de cuando me quedaba a dormir en su casa y ella se sentaba a los pies de mi cama para contarme cuentos. O incluso de nuestra sesiones de repostería. Pero hoy no veo nada de eso.

El silencio se instaura entre las dos. Sé que va a ser una tarde difícil para ambas.

—¿Me toca la medicación? —pregunta sin soltar el libro.

Piensa que soy una de las chicas que trabaja allí. Quiero decirle que no, por un momento se me pasa por la cabeza responder que no, que soy Siena, su nieta, pero luego me doy cuenta de que eso no serviría de nada. Tan solo crearía más confusión en su mente y quizá le generaría ansiedad.

Aunque me pese, asiento con la cabeza.

Ella sonríe, pero no a mí. No sonríe a Siena. No sonríe a su nieta. Sonríe a la chica que cree que le da la medicación. Y eso me rompe por completo.

Bajo el Lucero del albaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora