XII

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12.











"Bed Stuy"














El Diablo.














Si juntos llegamos al cielo.

Si juntos llegamos al cielo y lo encendemos en llamas.

Mis dedos, inconscientes, palpitantes, abandonan el cigarro prendido en la mesa junto al rastro de lubricante que ha dejado Monserrat al pasear sus hermosas piernas suaves en la madera.

Y la acorralo, mis manos sudorosas empañan el cristal que reemplaza la pared, el cristal que se asemeja a su presencia, mi boca surge de manera tan delicada, porque parece un sueño, porque presiento que la morena va a desaparecer en cualquier momento por mi puta culpa, como siempre, como nunca.

―Bésame, bésame, dime que soy glamorosa, dime que... ―ronronea suave, sus manos, sus dedos calientan aún más mi espalda ardiente, cuando mis labios carnosos han vuelto para devorarle el cuello a mordiscones―. ¡Dios! ―aúlla al sentir mis dedos dentro.

―Encontré a Dios en tu humedad, morena ―susurro en su oído mientras penetro su vagina, lento, tortuoso, con mi índice y mi dedo medio, joder, casi puedo sentir el núcleo de sus pálpitos en las yemas de mi jodidos dedos.

Ella deja escapar una carcajada al tomar mi rostro entre sus manos, sus mejillas rosadas combinan perfecto con el sudor de su frente. Soy la atención de ojos azules nuevamente.

―Estás tan drogado ―bufa, observando las chispas en mis ojos rojos.

―Di que eres mía, dime que te sentarás en mi pene.

―¡Soy libre, soy divertida, soy un bombón y soy...! soy tuya ―corona su frase con las palabras que me hacen poner más duro de lo que jamás he estado. Sus respiraciones agitan sus senos, que con cada inhalación, se acercan más a mis pectorales, más a mí infierno. Quiero morderla, saborearla, arrancarla de mis propias manos, ya ni siquiera el hecho de que la toco donde quiero, de que beso su cuerpo, de que soy más que su simple dueño me llena.

Es ella quien tira de su faldita de cuero para que pueda ver sus bragas mojadas, y yo estiro ambos filos abotonados de mi camisa en un segundo. Mis manos juegan con la lencería coqueta de su brasear, levantando cada pecho por encima de la tela, sin desabrocharla. Enseguida vuelvo a sus labios, salados, dulces, míos, joder, míos.

Bajo la cremallera de mi pantalón al mismo tiempo que me quito el cinturón para enroscar con él a su cintura y pegarla a mi abdomen. Suelto el cinturón cuando mi erección roza su vientre. Tomo mi miembro.

―No la recordaba tan grande ―sisea, temerosa, al verme estimulándome.

―No estoy muy parecido a la última vez que lo hicimos, bombón. Y no voy a esperar ―mis ojos, que se desbordan, que se derriten en lujuria ya ven rojo, es cómo si mi único objetivo en esta vida miserable fuese la mujer que estoy sintiendo.

Estoy caliente, estoy tan malditamente caliente que voy a derretirla.

―Esto va a dolerme mucho mañana ―dicta finalmente, antes de que sus caderas se balanceen hasta encajarse en mis manos que apresan su trasero como dos trampas.

―Te voy a coger tan bien, tan bien que vas a desear morir antes de amanecer en la cama de otro ―espeto, mordiendo una de sus mejillas y dándole vuelta de un tirón a su cuerpo. Sus manos se limitan a apoyarse en el cristal y con mis dedos hago a un lado sus bragas, la cabeza de mi pene de por sí, busca el camino a la entrada de la gloria, de mi puta gloria en éste maldito juego.

EL DIABLO IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora