XIII

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13.




"Bed Stuy"



Kalipso.




El camino de vuelta es bastante silencioso, ni Onell se atreve a decir una sola palabra, y yo menos, he gastado todo éste tiempo en mirar los edificios pasar, los semáforos cambiantes, los demás autos transitar, esperando que así, mi mente recurra a alguna idea de lo que debería hacer, de lo que debería pensar, de absolutamente todo, y esque, ahora ya no soy sólo "Monserrat" ahora sé que mi hijo nació, lloró, respiró y me lo arrebataron, sin embargo, sé, en lo más profundo de mis miedos, que el responsable de tal acto de cobardía fue él.

―¿Quieres escuchar música? ―la voz de Onell irrumpe en mis pensamientos y es tan pasajera, como las luces de las calles.

Asiento.

―Estaría bien ―levanto levemente la vista a él quien me sonríe apenas su dedo aprieta el botón de encendido de la radio y la música llena el silencio incómodo.

No es muy grato que un desconocido sepa que tuve un hijo y que no he sido capaz de cuidarlo como debí haberlo hecho.

―Lo siento ―habla en medio del ritmo y yo lo miro, frunciendo el ceño, sin entender―. Siento que no hayas podido ver a tu hijo.

―Sí yo... ―suspiro pesado― yo también.

―¿Puedo preguntarte algo? ―su mirada se concentra mayormente en el trayecto, pero me observa de vez en cuando―. ¿Por qué no me dijiste quien eras cuando te invité a salir? ¿Por qué no me dijiste que conocías al Diablo?

―Es complicado, Onell ―me limito a decir.

―No, no es complicado es injusto ―me contradice con pesar en la mirada. Sus ojos, no sé si son tan profundos cómo los del Diablo, pero son atrayentes, son hipnóticos, aquella cicatriz en su ceja sólo provoca que su mirada parezca más seria de lo que en realidad es―. ¿Es el padre de tu hijo, verdad? Tú eres Monserrat.

El hecho de que baje la vista a mis manos entrelazadas le da la razón, el dolor reflejado en mis ojos le da la razón.

―Se supone que "biológicamente" lo es ―argumento, haciendo comillas con mis dedos. Onell apaga el radio―. Y, bueno, técnicamente, aun soy Kalipso ―alego, poniendo un mechón detrás de mi oreja.

―¿Tienes alguna idea de dónde pueda estar? ―pregunta Onell de nuevo.

―¿Qué pretendes? ¿Por qué eres tan amable conmigo? Incluso me llevaste a tu hogar, con tu familia, soy alguien que puede delatarte fácilmente y ahora, me haces preguntas sobre mi hijo, dime Onell, ¿Cuál es tu fin? ―salgo de mi timidez, mirando su perfil directamente.

Él bufa, invalidando mis reclamos.

―Tenía una hermana ―su agarre en el volante se aprieta, sus nudillos se hacen blancos― ella... ella se parecía mucho a ti.

Su argumento llama mi atención, deja a mi curiosidad apetitosa de saber más.

―¿En qué?

Los suburbios se reflejan en los cristales de la camioneta.

EL DIABLO IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora