capítulo cuatro parte cuatro

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Viola no recordaba haberla visto jamás. - Tal vez no es el mismo libro. -Pensó, colocándolo nuevamente sobre la repisa.
¿Quiénes  serían  el ratoncito y la cabrita?
Demasiadas preguntas sin respuestas.
El sargento Simmons también  preguntaba muchas cosas.
-¿Tu tía, actuaba de manera diferente últimamente?
-No- había  respondido Viola.
-¿No notaste algo extraño  en ella?
-No.
-¿Se comportaba raro?
-No.
-No. No. No. - repitió  Viola en voz alta.
Cornelia  era la misma: perfecta ,elegante, impecable, sonriente, ausente. Con esas ganas de escribir que nunca la abandonaban.
Casi siempre encerrada en su estudio.
Viola volvió  a explorar la habitación.  Hurgó  en todos los cajones del escritorio: intentó  abrir, sin grandes esperanzas, también  el último  cajón...  el de abajo,  a la derecha.
Imposible, estaba abierto y ¡vacío!
Viola  no lo podía  creer. Ese cajón  siempre estaba cerrado. Cornelia usaba la llave colgada al cuello con una cadenita. Era una llave dorada, muy linda, que terminaba en una rosa cuyos pétalos  estaban exquisitamente labrados. Viola la recordaba desde que era niña.
- ¿Qué  puedes abrir con esta llave? - le preguntaba  a su tía.
- Es la llave de tu corazoncito - contestaba Cornelia
- Es la llave de la madriguera del conejo blanco.
- Es la llave del castillo de la reina de Hadas.
Se había  convertido en un juego entre ellas.
Hasta este día  en que Viola descubría  que el último  cajón, el de abajo a la derecha, del escritorio de Cornelia no tenía  llave y la magia se esfumaba.
¿Por qué  estaba abierto el cajón?  ¿Qué  había  ahí  adentro?
Viola lo estudió  con atención : solo encontró  polvo,  una engrapadora y algunos papelitos.  Lo cerró  y abrió  él  de arriba. En el interior se encontraba una vieja edición  de Mujercitas con las cuatro actrices de una película  de los años cincuenta en la portada. Seguramente se trataba de un volumen de la biblioteca  de la abuela. Mujercitas era otro libro que Cornelia le leía  a Viola cuando  era pequeña. Mucho  tiempo antes de que Narcissus robara su corazón, Viola había  estado enamorada de Laurence, el chico rico y consentido que vivía  en la casa a un lado de las hermanas March y que al final se casa con la bella  Amy de nariz respingada.
Descorazonado, Viola se sentó  otra vez frente a la máquina  de escribir y tomó  el manuscrito. Decidió  saltarse toda la escena en la que salía  Isabella. Ya no la aguantaba,  siempre  pegada a Narcissus como una rémora.

Narcissus llegó  a su casa al amanecer. Estaba por poner la llave en el ojo de la cerradura cuando la puerta se abrió y se topó  con Bunter,  que venía  sujetando  una taza de té  humeante.
El viejo mayordomo lo esperaba despierto, como de costumbre. Parecía  que un radar lo alertara de su llegada.
El mayordomo miró  con desaprobación  al chico que conocía  desde que era un niño, al ver su cabello húmedo  por la niebla, pero no hizo comentarios. - La chimenea de la biblioteca está  encendida,  ¿quiere desayunar? - le dijo.
Narcissus sonrió  y su rostro  pálido  repentinamente  pareció  jóven.  -No, gracias Bunter.  Vete a la cama.
- Por si acaso cambia de opinión, hay huevos estrellados en la cocina - dijo  el mayordomo con voz impasible -.
Y bocadillos.
- Gracias,  siempre piensas  en todo - dijo  Narcissus con un poco de ironía -. Ahora te puedes retirar.
Bunter se rindió, le dio su taza de  té  y se dirigió  hacia  su cuarto.
Narcissus fue hacia la biblioteca y se sentó  en la oscuridad. Dentro de la chimenea,  las llamas chispeaban proyectando sombras y luces sobre las repisas. Se hundió  en el sillón. Extendió  sus largas  piernas hacia las llamas para calentarse.
La rodilla derecha sobresalía  de un agujero  en el pantalón de mezclilla. Bunter lo haría desaparecer pronto : odiaba ese pantalón.
Apoyó  la taza sobre  una mesita al lado  de una pila de cartas  de sus admiradoras. Bunter siempre  se las dejaba allí, por si acaso tuviera ganas de leerlas.
Narcissus las tiró  en la chimenea y las llamas ardieron con fuerza. En aquel momento, tenía  algo mucho  más importante  en que pensar.
Algo muy serio.
Un homicidio
Naturalmente, el caso se lo habían encargado a su papá  Lord Norland,  el mejor agente de Scotland Yard.  Hacia una semana que Narcissus solo se lo topaba de pasada,  en la mañana, temprano, antes de que llegara el coche que lo llevaba a su trabajo. Probablemente , dormía  muy pocas horas  durante la noche porque se le veía   cansado .Parecía  más  preocupado que de costumbre.
En realidad, hacia mucho  tiempo  que Lord Norland parecía  preocupado.
- Esta ciudad se está  hundiendo en el caos- repetía  cada día  más  descorazonado.
- El mal domina Londres...
Narcissus tenía  la sensación  de que el espeso cabello negro de su papá  se había  puesto gris en las sienes.
Las ojeras marcaban su hermoso rostro. Tal vez estaba cansado de su trabajo de policía. Había  días  en que Narcissus ni lo veía.
Y ahora, ese homicidio.
Nada raro en Londres, pero esta  vez la víctima  era un hombre  muy famoso, un importante  anticuario llamado  Arthur Blackwood, asesor del Elizabeth Museum y amigo íntimo  del primer Ministro, nada menos. Lo habían  matado en su tienda en el centro  una semana antes. Narcissus se enteró  de todos los detalles leyendo el expediente que su padre trajo a casa de la oficina.
El expediente se encontraba en la caja fuerte, pero Narcissus  conocía  la combinación.
Los hechos conocidos no eran muchos: Blackwood estaba solo en la tienda,  el día  de trabajo había  terminado, y su asistente acababa de irse. La puerta de la tienda estaba cerrada. La policia no había  encontrado señales de allanamiento. La asistente, la Srta.  Sheridan, dijo que no tocaron nada. Lo único  que había  desaparecido era un viejo  mapa de Londres.
Un viejo mapa sin valor.

Corazón NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora