Capítulo 3: Ya lo sé.

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Lo maldijo.

Maldijo a ese niño, porque el recuerdo de aquellos ojos fieros se combinó con el aroma de ese café frío que se tomó al final, mismo que le supo a gloria pues calmó su agitado estado para que pudiese levantarse y retirarse del local. Ahora no podía tolerar ni siquiera el café regular que servían en la cafetería en su empresa, ¡por dios! ¡El café era un asco! Y solo le generaba recuerdos que quiso borrar de raíz.

Dichosos los dueños de esa estúpida cafetería temática, porque la jugaron bien, manipulando los subconscientes de sus clientes para generarles la necesidad de ir por más. Combinaron la belleza exótica de sus empleados con un espléndido servicio y productos por sobre el nivel regular.

Ni siquiera él lo resistió.

Fue hacia aquel local en solitario, buscando ser atendido por aquel niño, pidiendo lo mismo que la vez pasada, suspirando al saber que el "exclusivo" —como denominaban al castaño—, solo trabajaba unas tres veces a la semana y que había que reservarlo con anticipación. De todas formas, Reborn se quedó ahí, buscando a un artista que sustituyera su recuerdo y le generara aquella fascinación, pero no la halló. Probó con una mujer y un hombre, dos ocasiones diferentes donde sonrió ante el espectáculo propio de un artista cirquero profesional, pero no llegó a emocionarse tanto como con aquel desconocido del que ni el nombre sabía.

No fue hasta dos meses después que pudo reservar un espectáculo, al que, como en ocasiones anteriores, fue solo, y que le generó un placer culposo dado desde que vio al castaño caminar hacia su mesa. Fue como la vez anterior, así que no fue solo una ilusión pasajera. La voz, la sutil seducción del cirquero, esa voz aterciopelada que combinaba con los movimientos de esos dedos, el aroma a vainilla, la actuación impecable que esta vez recurrió a las mazas, y finalmente esa mirada dominante que le dio. Hasta el café sabía mejor si el castaño estaba cerca. Supo mucho mejor cuando verificó que esas manos angelicales lo preparaban personalmente.

—¿Quieres saber el nombre del chico?

—Sí

—¿Por qué? —Colonello estaba más que sorprendido.

—Porque sí —Reborn no miró al rubio.

—Oh —sonrió con malicia—, no será que... ¿te gustó?

—Solo quiero saber su nombre —corrigió los pensamientos de su amigo, aunque en parte éste tuviera razón.

—Eso ya es mucho —rio bajito—, pero tranquilo. Lo averiguaré.

—Eso espero.

—Y ¿cuánto me pagarás por eso? —elevó una ceja.

—Nada —afiló su mirada, no estaba de humor—, porque tú fuiste el culpable, porque tú me llevaste a ese lugar.

—Oh —Colonello olvidó el dinero y lo suplantó por algo mejor—. ¿Eso significa que sí te interesó ese chico?

—¡Solo cállate y cumple con mi pedido!

—Sí, sí —rio divertido—. Averiguaré cuál es el nombre del chico de tus sueños más pervertidos-kora —iba a contárselo a Lal antes de eso.

En parte, Colonello no se equivocaba, porque muchas veces Reborn soñó con esos labios repasando su piel, con esos dedos intactos en su boca, con aquella piel perlada de sudor por su causa. Crueles fantasías que lo dejaban insatisfecho, y por eso necesitaba saber al menos un nombre, para darle algo de sentido a sus fantasías y susurrar algo coherente en medio de su autocomplacencia a través de memorias visuales, auditivas y olfativas.

¡Jodido mocoso! Porque estaba seguro de que ese castaño era menor a él.

Tengo una pésima noticia, Reborn —la voz de Colonello sonaba fastidiada, lo notó incluso a través de esa llamada telefónica—. La información es clasificada. El dueño de ese café no aceptó coimas, es un hombre recto y que cuida a sus empleados. Nadie sabe el nombre del chico, todos los trabajadores usan alias, y solo el dueño tiene la información que quieres.

Delicioso aromaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora