Había una especie de pasarela fijada en una ruta específica que rodeaba las mesas y que se acentuaba por el suave celeste pastel que adornaba el suelo elevado. En el fondo se veía a un chico de contextura atlética que estaba envuelto en un pantalón de cuero, sin zapatos, con un buzo de malla que poco ocultaba, porque casi toda la piel se denotaba entre los pocos cordeles que se entretejían desde las muñecas hasta el cuello y la cintura. Hombre imponente de piel lechosa que hacía un espectáculo pulcro con dos cuerdas que al final ataban a una pequeña bolita encendida con fuego y que brillaba a la par de los movimientos.
Y había más.
Una mujer vestía de manera semejante, diferenciada por el sostén negro de encajes que ocultaba sus pechos bien formados, la misma que daba un espectáculo con cintas en una mesa al otro extremo, la más grande y con más espectadores. Usaba correctamente la pasarela y su instrumento, danzaba rítmicamente y se estiraba cual gimnasta experimentada al danzar al son de la música y los aplausos. Y otro más apareció por allá, encaminándose a la mesa que le tocaba, sonriendo mientras balanceaba aros en sus manos. Una mujer más delgada se movía de puntillas usando las masas para hacer malabares, dejando alterados a los comensales quienes aplaudían encantados mientras dejaban de lado su café o su bebida.
—Te pedí al especial —sonrió Colonello quien devolvió los menús—, y eso incluye el mejor café que hay en el menú, junto a un trozo de pastel de suave sabor como para que no te empalagues.
—Qué generoso —Reborn ni se fijó en la cámara que recién fue guardada—, pero sigue pareciéndome algo sin chiste.
—Es porque no disfrutas del espectáculo de cerca, pero tranquilo, en cinco minutos vendrá nuestro pedido especial.
Bufó mientras daba una mirada a las mesas ajenas, tratando de determinar si su mesera era una omega o una beta, o si el que daba el espectáculo en la mesa cercana era un alfa o algo más. Se entretuvo sin pensarlo y terminó por descuidar de su compañero, hasta que escuchó un ligero bufido y vio al rubio monear el celular. Lo miró fijamente antes quitarle el aparato, pelear por él y olvidarse que su pedido estaría a punto de llegar.
—Su café —la voz que les hizo separarse fue diferente a la de la mesera—, queridos comensales.
Grave voz, pero a la vez ligera que endulzó sus oídos. Una masculina figura delgada frente a ellos, la mirada chocolate penetrante y de brillante entonar debido a la luz sobre ellos, de dulce facción en su rostro, tallado con sigilo, asemejando a las esculturas de las mujeres comparadas con las ninfas de historias antiguas. Un muchachito que seguramente era un beta por aquella figura fina que se acentuaba en la cintura que parecía delicada al tacto. Músculos en los lugares correctos, una línea de sirena que sobresalía por el pantalón de cuero que le cubría desde la cadera hacia abajo, abdomen marcado por suaves líneas.
Y esos dedos.
Reborn se fijó en el largo de esos magníficos dedos unidos a una mano delicada como la de una mujer, con las uñas bien cortadas y brillantes debido a esmalte transparente, sin muchas venas marcadas u ocultas por la piel algo bronceada. Todo en ese castaño estaba equilibrado, excepto por el cabello algo alborotado. Tal vez era hasta más pequeño que él, pero de hombros anchos y encantadores, descubiertos apenas por las rendijas de la red que lo cubría. Y esos labios fueron el toque final, ni tan gruesos, ni tan delgados, perfectos, con una curva que asemejaba a la de los bebés y que se movían con ligereza mientras les daba un pequeño halago.
—Su café lo he preparado yo mismo.
Esas manos habilidosas colocaron las tazas frente a ellos, y después de una explicación que Reborn no escuchó —porque estaba perdido en el lunar que destacaba sobre el hombro derecho del chico—, sonrió con dulzura al entregarles el postre. Reborn quiso decirle algo, pero se vio atrapado por un suave aroma a vainilla que brotó cuando el chico les reverenció al desearles provecho. Hasta Colonello se quedó mirando al chico porque era la primera vez que pudo reservar al exclusivo de la casa para que le diera su espectáculo.
—Gocen de su comida —el castaño se inclinó hacia ambos, cuidando la distancia para que ninguno de los dos se perdiera el detalle de su clavícula desnuda—, mientras también disfrutan del espectáculo.
—Gracias —murmuró Colonello, sintiéndose un tanto raro al escuchar la última palabra siendo susurrada con delicadeza, pero a la vez con firmeza envidiable.
—Siempre es un placer para mí —se relamió el labio superior delicadamente, apenas y mostrando la punta de esa rosada lengua.
Era una malsana tentación, porque incluso Colonello se vio contrariado por la dulzura de esa mirada y la lascivia de esa lengua que atrajo su atención. Y siendo el rubio un omega ya marcado, jamás pensó que incluso él caería engatusado ante el omega frente a ellos. Por eso se mordió el interior de su mejilla y sonrió para girarse hacia Reborn, quien, como supuso, estaba atento y vigilante de cada movimiento dado por el chico que les daría su espectáculo personal.
Las manos del castaño se movieron en suaves círculos antes de agitarse y, como por arte de magia, hacer aparecer dos listones pulcramente blancos que sujetó con firmeza mientras se subía en la pasarela y les daba una marcada reverencia que fijaba el inicio del espectáculo. Los ojos achocolatados del niño cambiaron a ser feroces, dominantes, y los tuvo por objetivo durante unos segundos antes de que les sonriera con amabilidad y empezara a mover sus manos. Empezó con un suave movimiento y después tomó fuerza para conseguir que las cintas giraran a su merced, destacando sobre su cuerpo y tomando las formas que deseaba, haciendo que ese instrumento sólo realzara su presencia.
Y esa mirada.
Reborn juraba que esa mirada le caló hasta los huesos.
Penetrante, hambrienta, cambiante, porque pasó de ser dulce e ingenua a una segura y salvaje. Cada movimiento de la cinta solo aumentaba el aura dominante que presenciaba en el muchacho. Y cada que se giraba para mostrar sus músculos al moverse, parecía que una línea más hermosa aparecía de la nada. Reborn se centró tanto en el espectáculo que ignoró que su amigo lo filmaba, que su café se enfriaba y tan siquiera que el tiempo pasaba sin detenerse. Porque no sólo era cada movimiento del chico, sino el perfume que brotaba del mismo en cada movimiento y que él, con su nariz sensible, percibía sin reparo. Ese aroma le brindaba ese toque de calidez que extrañamente adoró.
—Espero lo hayan disfrutado —jadeando levemente, se inclinó en respeto, estirando los listones con sus manos desnudas, deslizando la suave tela entre su índice y su dedo medio—. A sido un placer atenderlos.
—Gracias a ti. Ha sido maravilloso —respondió el rubio quien ya terminó de encantarse con el chico y tomó consciencia de nuevo.
—Espero que su silencio sea muestra de que le ha gustado —el castaño miró al azabache que estaba cruzado de brazos.
—Hum —Reborn sonrió de lado antes de tomar su taza de café—. Interprétalo como quieras —logró que sus palabras no temblaran y fingió beber sin apuro para así cerrar sus ojos.
Estaba perturbado, con sus rodillas temblando, sintiendo euforia y a la vez desesperación. Jamás se había sentido así, ni siquiera cuando el mejor alfa intentó seducirlo. Pero ese simple mocoso, que parecía ser de su misma casta, logró no solo dejarlo en un estado deplorable, sino que incluso después de días aun siguió rememorando cada movimiento del listón y esos músculos, esa sonrisa dulce y esa mirada salvaje. Ese desconocido generó en él la libido que creyó muerta desde su último amante.
Estaba bien jodido.
Notas finales:
Un capítulo dedicado solamente a describir la belleza de Tsuna. ¿Se lo esperaban? Porque Krat no XDDDDD
Nos vemos mañana~
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Delicioso aroma
Fiksi PenggemarSu amigo quería darle una sorpresa, Reborn desconfiaba de eso y aun así le siguió el juego. Lamentablemente, lo que quiso terminara con un golpe hacia su fiel amigo, concluyó en su fascinación por un par de ojos cautivadores. R27Week2019 Día 2: Café.