Capítulo 5
Siete años antes.
Una discusión más. Se suponía que el día pintaba bien para ambos. El último trimestre del embarazo no había sido lo que esperaba. Desde la boda, el poco entusiasmo de Paola por la situación, lo tenían contrariado. ¿No se suponía que lo que más deseaba ella era que el bebé tuviera una familia estable y “feliz”? Parecía que esas palabras habían quedado en el olvido o más bien, habían sido el anzuelo perfecto para lograr su principal objetivo: atarlo irremediablemente a ella. Él no era tonto y si algo conocía, era el comportamiento de las mujeres y sobre todo de mujeres como ella. No era la primera en usar ese tipo de ‘trucos’ para conseguir un compromiso más serio, pero sí la única en lograrlo. ¿Por qué? Ni él mismo lo sabía… Era claro que la relación que existía entre ellos se basaba en la conveniencia y en un juego de poder bastante tóxico… Y en sexo. En un principio, ella llevaba las de ganar, al haber sido la facilitadora para su ingreso en la empresa donde trabajaba actualmente, sin embargo, con el tiempo sus habilidades en las relaciones públicas y méritos individuales, lograron que obtuviera la simpatía de directivos y se hizo imprescindible como parte de la compañía. Pero ella también lo era. Paola sin duda era una mujer increíblemente inteligente, de una manera perversa y calculadora. Descubrió con el tiempo que de hecho, en cuestión de negocios, hacían un equipo perfecto. Hasta que ocurrió lo que lo tenía ahora bajo esta situación. Un simple y hasta casual “me embaracé y es tuyo” mientras subían por un elevador rumbo a una junta, debió haber sido la primer alarma de lo que vendría. Ni siquiera lo tomó en serio, creyó que era algún tipo de juego de su parte así que siguió la corriente. “¿Y qué vas a hacer?”, cuestionó con el mismo interés de quien pregunta la hora. “Tenerlo, obviamente”, fue la respuesta rápida de ella antes de que las puertas del elevador se abrieran. Lo siguiente, fue el envío de una foto de la prueba sanguínea con resultado positivo a su celular en medio de la junta. Entonces era real. Sabía que un embarazo era algo poco probable, más no imposible. Y ella quería continuarlo. Lo que debía hacer estaba claro, pues era de las pocas cosas en su vida que se tomaba en serio, lo cual en su posición de casanova era hasta irónico: se haría cargo, por supuesto. Nunca abandonaría a un hijo suyo, lo vivió en carne propia y no era tan canalla para repetir lo que hizo su padre con él. El niño llevaría su nombre y él estaría presente en su vida, tanto económica como afectivamente. No sería el primero ni el último hombre en esa situación y trataría de llevar la fiesta en paz con Paola. Sí, podría funcionar. Lo que no esperaba fue que después de expresar su disposición a asumir la responsabilidad, ella soltara un “Quiero que nos casemos o si no, tendré que criar al niño sola y lejos de ti.” Y no hubo acuerdo o negociación que cambiara esa premisa. La boda se celebró en donde y con quienes ella quiso, tampoco es que él tuviera muchas personas cercanas a quien invitar. Después de esos meses viviendo como “marido y mujer” se preguntaba cómo habían soportado llegar hasta ahí. La última semana había estado extrañamente tranquila. Las amigas de Paola habían organizado un “baby shower”, lo que la convertía en el centro de atención, quizá de ahí provenía su buen humor. Por la mañana acordaron dar un paseo por Central Park, aprovechando el buen clima. Pero todo se vino abajo cuando él le anunció su intención de llevar a su madre al evento, últimamente presentaba cierta mejoría. Ella puso el grito en el cielo y la discusión comenzó. A esta alturas, dado su avanzado estado y para evitar algún altercado que dañara a la bebé (porque ya sabían que sería niña), lo único que hacía era contestar con monosílabos y no seguir la pelea. En este tipo de momentos se sentía desesperado ¿Así sería el resto de su vida? No, algo se le ocurriría al respecto, pero por el momento, debía esperar que la niña naciera. Suspiró con resignación mirando hacia otro lado para tratar de despejarse. Un par de niños muy pequeños jugaban a lo lejos con dos adultos, sus risas se alcanzaban a escuchar hasta donde estaban. Al mirar con atención se dio cuenta que una de esas personas era nada menos que Armando Mendoza. Una mezcla de sentimientos se aglomeraron en su pecho: una parte de él, la que de cierta forma añoraba el pasado, tuvo la intención de caminar hacia ellos; la otra quería huir, la cobarde. Y optó por irse, aprovechó que un grupo de turistas pasaba cerca para hacerlo, llevando a Paola con él, quien se mostró extrañada cuando la tomó de la mano. Y algo supo en ese momento: extrañaba a su amigo.
De vuelta al presente
Permaneció de pie dándole la espalda, recordando el “casi encuentro” que tuvo con él en Central Park hace más de siete años. Suspiró y un escalofrío recorrió su espalda. ¿Estaba nervioso? La verdad sí. Tantas cosas habían pasado desde la última vez que se dirigieron la palabra, que ya no sabía qué esperar de él y ni siquiera de sí mismo.
- No puedo estar equivocado – aseguró Armando acercándose a él. Por un instante, Ricardo perdió la noción del tiempo y espacio.
- Armando Mendoza – repuso Ricardo sin moverse. Sintió una mano sobre su hombro y en ese momento se dio la vuelta para encararlo.
Permanecieron en silencio mirándose con cierto recelo, dolía esa sensación de verse como extraños y esa incertidumbre de no saber qué hacer o cómo actuar frente al otro, cuando en el pasado había ocasiones en que parecían leerse la mente.
- Es increíble – fue lo único que atinó a comentar Ricardo.
- Ni que lo digas – resopló Armando tratando de sonar casual – entré aquí porque moría de hambre – intentó sonreír.
- Y yo vine porque…. – en ese momento, Ricardo regresó por completo a la realidad y de inmediato volvió a dirigir su vista a la puerta donde había entrado Lucy. Pudo escuchar que desde la barra llamaban a Armando para entregar su pedido de comida. Su hija salió del baño y se dirigió hacia él dando saltitos.
- Misión cumplida y manos limpias! – Exclamó Lucy al llegar con él y mostrándole la palma de las manos - ¿Podemos tomar una malteada? – propuso al notar la naturaleza del lugar en el que estaban.
- ¿No crees que con el jugo de frutas fue suficiente señorita? – Lucy hizo un puchero – ¡Eso es trampa! – la acusó Ricardo en juego. Armando volvía junto a ellos con una charola de comida en sus manos. Lucy de inmediato notó su presencia y lo miró con timidez.
- Hola – saludó Armando a la niña, regalándole una cálida sonrisa. Lucy solo lo observó y tomó de la mano a Ricardo en busca de seguridad.
- Él es Armando Mendoza abejita – le dijo dulcemente Ricardo a la niña - ¿Recuerdas la historia de la carrera de disfraces? – Lucy sonrió de inmediato y asintió. - ¿Recuerdas quien ganó la carrera?
- ¡El hombre lobo! – respondió ella divertida. Armando los miraba confuso.
- Así es… ¡Adivina quién es el hombre lobo! – Lucy lo miró emocionada entendiendo lo que su padre le quería decir.
- ¿El señor Armando es el hombre lobo? – Ricardo asintió. Ahora la expresión de la niña era de curiosidad y observaba detenidamente a Armando. – Hola – le devolvió el saludo al adulto.
- Mucho gusto pequeña – repuso Armando con una sonrisa - ¿Y tú cómo te llamas?
- Lucy – contestó la niña.
- Tienes un lindo nombre Lucy.
- Muchas gracias señor Armando.
Armando aun cargaba la comida, además de todos los regalos que había comprado y los tres estaban literalmente en medio de la cafetería. Por eso, cuando una mujer pasó cerca de ellos, irremediablemente lo empujó haciendo que perdiera un poco el equilibrio.
- ¿Piensas comer parado? Francamente no creo que sea muy cómodo… - habló Ricardo en un tono sarcástico.
- Esperaba que lo notaras, fíjate – respondió en el mismo tono Armando, si saber con certeza si hacía lo correcto.
- Pues aquí la gente acostumbra a comer sentada… No sé tú – continuó Ricardo. - ¿Qué mesa te gusta abejita? – preguntó a su hija. La niña echó una rápida mirada al lugar y señalo una mesa al fondo, a lado del área de juegos. – Lucy y yo tomaremos una malteada… Podrías acompañarnos. – sugirió de golpe, ante la mirada alegre de la niña y la sorpresa de Armando.
- Puedo. – respondió de inmediato Armando.
- Corre a apartar lugar cariño, el ‘señor’ Armando te acompaña mientras yo pido nuestras malteadas – Lucy asintió y fue hacia la mesa, seguida por Armando quien dio un leve asentimiento.
Ya estaba, Ricardo lo había hecho. Pudo ignorar a la parte de él que casi siempre huía. Estuvo a punto de tomar a su hija e irse de ese lugar, pero en realidad no quería hacerlo. En todo el tiempo que llevaba criando a Lucy había descubierto que los niños son el pretexto perfecto para romper el hielo y lo había aprovechado. Observó desde la fila como Armando y la niña comenzaban a charlar… Raro en Lucy confiar tan rápido en alguien, no pudo evitar sonreír al ver la escena.
- ¿Cuántos años tienes Lucy? – preguntó Armando
- Tengo seis, pero pronto cumpliré siete… Mi papá me hará una fiesta! – exclamó emocionada.
- ¿De veras…? Sabes… yo tengo dos hijos, son un poco más grandes que tú, se llaman Diego y Mauricio. ¿Quieres conocerlos? – La niña asintió. Armando buscó en su celular y le mostró las últimas fotos del viaje a los Hamptons. Para cuando Ricardo se les unió, Armando le contaba a Lucy como habían hecho un paseo en el Yate, ella lo escuchaba muy atenta.
- Ya está, de cereza para ti y de vainilla para mí. – dijo Ricardo mientras colocaba los vasos en la mesa y se sentaba junto a la niña. - ¿Se puede saber de qué hablaban?
- El señor Armando tiene dos hijos que son gemelos, pero no son iguales y son más grandes que yo – respondió rápidamente Lucy antes de darle un gran sorbo a su bebida.
Armando le pasó el celular a Ricardo sin que se lo pidiera. – El de la izquierda es Diego y el de la derecha Mauricio. - El hombre los observó un momento. Mauricio se parecía mucho a Armando, tenía el cabello un poco rizado y obscuro, solo sus ojos eran de diferente color, marrones y muy expresivos; Diego tenía el cabello castaño claro y lacio, en sus mejillas se alcanzaban a ver algunas pecas y sus ojos azules eran serenos y tranquilos.
- Diego se parece mucho a… - comentó Ricardo sin poder evitar un ligero tono burlón.
- Ya sé… - lo interrumpió Armando – ¿Irónico verdad? - Ricardo dejó escapar una sonrisa. - Pero solo físicamente. Es un niño muy bueno… Ambos lo son… Solo que Mauricio es más travieso.
- Papi ¿Podemos invitar a los hijos del señor Armando a mi fiesta? – intervino Lucy. Ricardo la miró de reojo.
- Ellos viven muy lejos abejita… Creo - miró con duda a Armando ante su propia afirmación.
- ¿Dónde vive señor Armando? – cuestionó sin contenerse Lucy
- Vivimos en Nueva York – contestó Armando, provocando de inmediato una cara de sorpresa en la niña.
- ¡Ahí vive mi mami! – exclamó con alegría. Armando notó de inmediato la expresión incómoda de Ricardo cuando Lucy reaccionó. – Papi, cuando vayamos a visitar a mamá, podemos ir a visitarlos también! – Continuó hablando Lucy. Ricardo de inmediato cambió su semblante cuando ella lo miró.
- Puede ser abejita… – le respondió acariciando su mejilla – Hey… ¿Por qué no vas un rato a los juegos?- le cambió el tema – Ya tomaste más de la mitad de la malteada y mira yo, solo llevo un traguito. - La niña lo consideró unos segundos, luego se puso de pie y corrió hacia el área de juegos. Ricardo suspiró cuando la vio alejarse.
- ¿Dije algo malo? – preguntó con cautela Armando.
- No… solo que llevo más de un año de prometerle llevarla a visitar a su mamá. – contestó sin apartar la vista de la niña. – Y lo haría, si Paola estuviera interesada. – agregó molesto.
Armando lo observó. Ese no era el mismo hombre al que dejó de hablarle tantos años. El antiguo Ricardo parecía siempre alerta, a la defensiva, como si esperara que alguien o algo lo pudieran dañar en cualquier momento. Nunca lo notó. La persona que tenía en frente se veía más tranquila, a pesar de la tensión que se percibía entre ellos desde que se encontraron y que ahora que de nuevo estaban solos, volvía a ser evidente. Sin Lucy como ‘intermediaria’ la incomodidad regresaba.
- Entonces ¿Qué te trae por aquí? – preguntó Ricardo volviendo su atención a él.
- Vine a México por dos semanas, llevo una metido en juntas y reuniones… Apenas hoy tuve tiempo libre. No sabía que tú vivieras aquí…
- Bueno… últimamente no sabemos mucho de nuestras vidas – sentenció Ricardo – Llegamos hace poco. Me salí de los negocios en Estados Unidos y quiero intentar algo nuevo aquí… Así tengo más tiempo para ella.
- Tu hija es muy linda – comentó Armando
- Lo sé. Es lo que más quiero en la vida… Supongo que lo entiendes de lo que hablo.
- Sí, Mauricio y Diego son lo más preciado para mí, no sé qué sería de mi vida sin ellos.
- No lo cambio por nada.
- Ni yo… - afirmó Armando. Ricardo tamborileaba los dedos en la mesa, de nuevo regresó su atención al área de juegos - ¿Carrera de disfraces? – Preguntó de pronto Armando, Ricardo lo miró con duda – Lo que le dijiste a Lucy… - aclaró - ¿Entonces soy el hombre lobo? -
- Ah… - repuso Ricardo comprendiendo el cuestionamiento – A Lucy le gusta que le cuente historias en la noche… Llegó un momento en que no había nada nuevo en los cuentos de los libros que tenía, entonces empecé a inventar. Descubrí que nuestras historias de juventud pueden ser bastante entretenidas para ella, claro que un poco modificadas – sonrió genuinamente.
- ¿Un poco modificadas? Yo diría que ‘muy’ modificadas… Más del sesenta por ciento de esas historias definitivamente no son aptas para niños – dijo Armando tratando de contener la risa.
- De hecho, muy modificadas jajaja – concedió Ricardo. Armando también rió. – Espero nunca descubra las versiones originales – Añadió.
- No recuerdo haberme disfrazado nunca de hombre lobo – siguió la conversación Armando.
- No lo hiciste, pero te autoproclamaste “el hombre lobo” – Contestó Ricardo, Armando parecía no entender todavía – ¿Recuerdas el viaje que hicimos cuanto terminamos el High School? Que empezamos a hablar de películas infantiles y terminamos poniéndonos personajes… Eras el hombre lobo porque querías impresionar a Jessica… ¿La recuerdas?
- Oh sí… Jessica… jajajaja Pero no sé de qué carrera hablas…
- Estabas demasiado ebrio para recordarlo ‘bro’ – soltó entre risas. Quizá él no lo notó, pero Armando sí, parecían siglos desde que Ricardo se había referido a él así. No dijo nada y siguió riendo.
- Pues tendrás que darme una pista, porque no tengo idea cómo se supone que gané esa carrera.
- Larga historia – respondió Ricardo. Lucy volvió con ellos, parecía un poco triste.
- Ya me quiero ir papi – le dijo en un murmullo.
- ¿Qué pasó bebé? Mira, no te has acabado tu malteada – trató de animarla.
- Es que no quieren jugar conmigo – refiriéndose a los otros niños.
- Ven acá – Ricardo abrió los brazos para cargarla en su regazo y abrazarla. – Quedémonos aquí otro rato para que Armando termine su comida, olvida a esos niños… Mientras le cuentas la historia de la carrera de disfraces, porque me acaba de confesar que no la recuerda muy bien. – lanzó una mirada cómplice a Armando, quien le siguió la corriente. Fue así que Lucy empezó a relatar la versión light de la historia. Armando reía abiertamente y Ricardo daba detalles también riendo. No notaron el tiempo que pasó, hasta que el celular de Armando sonó y atendió la llamada.
- Tengo que volver al hotel – dijo con pesar – tengo una videollamada que no puedo rechazar.
- ¿En qué hotel estás? – preguntó Ricardo.
- Uno como a veinte minutos de aquí –
- Yo te llevo – Armando no se negó. Pagaron la cuenta y se dirigieron al auto de Ricardo. El camino fue ameno, pronto estuvieron frente al hotel.
- Bien… - Suspiró Armando – fue la mejor sorpresa que he tenido en mucho tiempo – confesó, extendiendo la mano para despedirse de Ricardo.
- Por dos – contestó él.
- Además ha sido un honor conocer a tan bella señorita – agregó, dirigiéndose a Lucy - … Debo irme… Me gustaría no perder contacto… otra vez – dijo titubeante.
- Mi número – Ricardo le dio una tarjeta. – llama antes de que regreses a Nueva York. Armando sonrió como respuesta. Estaba a punto de bajarse del auto cuando recordó algo.
- Lamento mucho lo de tu madre – dijo solemne.
- Gracias… Yo… también siento mucho lo de Marcela, sé que fue hace mucho tiempo pero… - no supo qué más decir, simplemente estrechó la mano de Armando y se miraron fijamente, entendiendo mutuamente la sinceridad de cada palabra.
FIN DEL CAPÍTULO 5
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Betty en NY Aquí está mi amor
FanfictionQuitando los últimos episodios. Armando decidió casarse con Marcela. Lo mejor para Betty era que su vida tomara un rumbo nuevo, lejos. No sentirse acorralada entre dos opciones, debía haber más que eso y estaba dispuesta a descubrirlo.