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—Buenas noches, buenas noches, no dejes que los bichos te muerdan. 

Sopló en el vientre de nuestro hijo. Nuestro primogénito. Parte Weaver, parte Min. 

Los últimos años pasaron tan rápido. Nos convertimos en una verdadera familia; trabajando juntos, amando juntos, aprendiendo y evolucionando. 

Mi embarazo fue fácil. Gracias a mi buena condición física por correr, me mantuve flexible y capaz de trabajar hasta el día de dar a luz. Yoongi a menudo me encontraría en el cuarto Weaver, cosiendo y dibujando con mi redondo vientre mientras los días se extendían. 

Nunca me dijo que parara. Apoyó lo que yo quería hacer. Me tomaba de la mano cuando caminaba la finca y requisaba la cocina a todas horas para complacer mis antojos ridículos. 

Él absolutamente me adoraba, y caí más profundamente enamorada de él. No sabía que existían tantas capas para amar. Dulce y brillante, luego lujurioso y deseoso, evolucionando profunda e interminablemente a medida que los años pasaban. Y cuanto más tiempo vivíamos juntos, más nos convertíamos en almas gemelas en cada sentido de la palabra. 

Él conocía mis pensamientos sin que yo los verbalizara. 

Yo conocía sus preocupaciones sin que tuviera que hablar. Nos hallábamos en sintonía con el lenguaje corporal y el código del corazón... escuchando con algo más que las orejas.

Cuanto más progresaba en mi embarazo, más mi padre visitaba. Su miedo por mi salud creció hasta que parecía un dirigible, calmando las heridas de nuestro pasado. Rogó por el derecho de ayudar a decorar el cuarto de niños y casi por sí mismo agotó en Londres cada pañal, muñeco de peluche y ropa linda de bebé. 

Mi gemelo se hallaba menos impresionado. Me molestaba constantemente sobre el peso que aumenté; burlándose como se le permitía a un hermano. En las noches venía de visita, palmeaba su estómago plano y tocaba el mío enorme, riendo con buen humor. Incluso bromeaba que me compraría un par de lecciones con un entrenador personal una vez que diera a luz para ponerme en forma. 

Yoongi no había sido feliz. Sus ojos brillaron de celos cuando Vaughn bromeó sobre el asunto de algún fornido deportista ayudándome a estirar y entrenar. 

La noche terminó con bebidas para los chicos y risas para mí. 

Nunca estuve tan contenta. 

Y el día que di a luz cambió una vez más mi vida. Estuve aterrorizada; no que le dije a Yoongi. Mi corazón se sacudió y el miedo de morir en el parto robó todo el disfrute de traer vida al mundo. 

Pero Yoongi fue mi príncipe, manteniéndome anclada, frotando mi espalda cuando el vértigo me golpeó y llevándome con calma al hospital privado que contratamos para dar a luz. 

El nacimiento no salió a la perfección. Estuve en trabajo de parto durante veinticuatro horas. El bebé se giró la noche anterior, y se posicionó de la manera equivocada. Una cesárea de emergencia tuvo que hacerse después de que Yoongi rugió por los médicos para que calmaran mi dolor. 

Por cada una de mis contracciones, Yoongi las sentía. Sudaba a mi lado. Temblaba en simpatía. Casi vomitó cuando la agonía amenazó con destrozarme. 

Pero cuando los primeros gritos de nuestro hijo sacudieron la sala de operaciones, Yoongi cayó de golpe sobre las rodillas. Sus hombros se estremecieron en sollozos silenciosos mientras se dejaba sentir la otra conciencia por primera vez. 

No la mía. 

No la de los médicos y enfermeras. 

Nuestro bebé. 

Endeudado: Epílogo/MYG Y TÚ/ +18 [TERMINADO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora