Minicapítulo 3

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De un salto me descubro sentado en la cama, mientras el corazón me galopa con furia en medio del pecho. Tengo la frente perlada de sudor y en la penumbra sigo vislumbrando figuras que no paran de moverse.

No sé cómo ni cuándo, pero me he quedado dormido y me ha envuelto la noche en un horrible sueño. Mis manos se mueven solas hasta mi cuello y el insistente dolor alrededor de este me obliga a pensar que fue algo más que eso.

Acostumbrado por completo a la oscuridad, miro en silencio la cama contigua y compruebo que su huésped continúa dormido, aunque emite apenas un resuello ronco. La garganta me escuece y respiro aún con dificultad. Sacudo la cabeza con impaciencia, intentando alejar los malos pensamientos, pero no lo consigo.

Comienza a clarear el día o, al menos, eso figura la tenue luz que se cuela por el pequeño agujero que hace las veces de ventana. Debo llevar casi una hora despierto, maquinando sobre lo sucedido. No me preocupo por eso. Sé que pronto habré perdido la noción del tiempo y ya no sabré discernir entre la noche y el día. Por ahora, no puedo hacer otra cosa que abrazarme las piernas y recostar la cabeza entre las rodillas, mientras me oculto lo mejor que puedo en mi propia sombra.

«Mamá, papá -pienso compungido-, ¿por qué me abandonaron ahora, que es cuando más los necesito?»

El insomne © (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora