Capítulo 01.

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El viento fresco de la mañana secaba poco a poco mi cabello mojado. Mis hombros pesaban, mi cabeza dolía y mis ojos ardían, ni siquiera la cálida ducha con agua caliente sirvió para despejar mi mente y cuerpo del terrible cansancio que llevaba desde hace días. La búsqueda de trabajos cada vez se hacía más y más dura. Construcción, limpieza, administración, pasear perros, todo lo había probado. El dinero que ganaba se lo daba a Mamá para los gastos de la casa, comida, cuentas y quizá un poco más de vez en cuando para ella sola. No me arrepentía de prácticamente casi morir cada día en el trabajo y regalar todo mi dinero, al contrario, me enorgullecía.

Me reconfortaba la sensación de la preocupación irse de inmediato cuando llegaba ese día tan esperado de cada mes. Como cuando te encuentras solo en un campo lleno de flores, rodeado de naturaleza. El aire fresco de las montañas y montes. El cantar de los pájaros y las cigarras. Todas esas sensaciones se presentaron en mí hace meses, donde tuve que, por obligación, buscar una fuente de dinero. Aun así, me sentía cansado, cansado de abrir los ojos cada mañana, de comer, de salir y volver a casa. De vivir.

Sentí como el viento tiraba de la pequeña toalla enrollada en mi cuello. Di un suspiro y vi la hora en mi reloj de mano, 8 am. Cerré los ojos por un instante y dirigí la mirada hacia el tejado de la casa de en frente. Doblé las piernas y bajé la mirada para ver nuestro propio tejado debajo de mis pies, puesto que estaba sobre él.

—Choromatsu —subí la mirada en un dos por tres por la repentina voz pronunciando mi nombre a mis espaldas. Osomatsu sostenía una bandeja en cada mano y me miraba con una sonrisa, misma que no desapareció hasta tomar asiento a mi lado —. Traje el desayuno, pensé que tendrías hambre.

Asentí en modo de agradecimiento, tomando lo que me pertenecía. Arroz blanco con huevo, un pez asado decorado con distintos acompañantes y té verde. Lamí mis labios de lado a lado, oyendo de fondo el sonido de mi estómago, exigiendo que comiera eso de una es por todas. No me hice de rogar y empecé, olvidando por completo la presencia de mi hermano.

—Si que tenías hambre —comentó Osomatsu, riendo al ver como casi terminaba el arroz —. Ten, te doy el mío.

—No es necesario, Osomatsu-niisan, estoy bien.

—Tranquilo, yo comí algo de sardinas secas de Ichimatsu antes de venir aquí —dijo haciéndome poner los ojos en blanco —. ¿Por qué me miras así? Darle eso a los gatos es un desperdicio, son deliciosas.

Solté una pequeña risa, divertido. Una, por la forma en que la dijo, dos, porque las sardinas secas son principalmente bocadillos para felinos y demás animales, pero el seguramente no lo savia. Así que me limite a asentir y tomar su plato, devorándolo casi al instante.

—Mañana tendré el día libre —dije, tratando de sonar relajado, pero el cansancio casi no me dejaba —. Se que es mucho pedir y quizá que te moleste, per-

—Choromatsu —el repentino cambio de voz, de dulce a serio, me hizo dar un respingo —, está bien. Llevaré a los chicos a alguna parte.

—Pero no es necesario que...

—Si lo es. Sé que estás cansado, que no consigues dormir bien —interrumpió —. Podrás descansar el día entero.

Abrí los ojos sorprendido y una pequeña sonrisa empezó a formarse en mi rostro. Agradecí desde el fondo de mi corazón con un pequeño — gracias— en un tono bajo por la vergüenza que me atacó desprevenido. Él me sonrió y comió su comida de forma lenta, como si quisiera apreciar cada segundo juntos como hermanos después de mucho tiempo. Era cierto que desde que empecé con mi estadía laboral, no he pasado mucho tiempo en casa, ni hablando con mis hermanos como antes. Ya casi no visitaba a Chibita o iba a los conciertos de Nya-chan.

No escapes •OsoChoro•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora