Capítulo I "Inocencia"

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Sola por la vida tratando de entenderse y sintiéndose viva como podía. ¿Existen sensaciones que
valen la pena conocerlas? Llegó a pensar que lo suyo
era algo anormal, que era una histérica imposible de
enamorase realmente. Quizás por eso cuando creyó amar,
no tuvo problemas en suspirar por alguien más. Siempre ha tenido a su
ego en el hombro derecho, él siempre le hablaba, le aconsejaba.
Divina toma un sorbo de café y después prende un cigarrillo. De
manera sensual lo aproxima a su boca, le da una pitada y se queda
mirándome con los ojos entrecerrados. Luego, comienza su relato de
cómo sucedieron las cosas desde el principio:
"Sonó el despertador, como de costumbre, de un solo golpe me
levanté —me gusta empezar el día de buena manera, llena de esa
energía inexplicable— miré por la ventana mientras la abría, prendí
un cigarrillo, pero solo dos o tres pitadas y lo apagué. Prendí el equipo de música, mientras me sacaba el conjunto de pijama nuevo que
mamá me había regalado. Entré a la ducha, esperé unos minutos hasta mojarme por completo antes de ponerme el shampoo y empecé a
pasarme el jabón por el cuerpo; ya llena de espuma pude sentir cómo
mi piel se refrescaba completamente, al tiempo que el agua bajaba
por mi rostro, no pude evitar escuchar que me habían cambiado el
dial de mi radio, ¡mi programa preferido! Me envolví en la toalla y
rápidamente fui a cambiar la música. Fui tan rápido que casi patino y
me caigo al piso, pero me sostuve por la puerta y me reí. Siempre con las mismas reacciones. Recordé que estaba mojada y decidí dejar el
dial ahí nomás, casi siento que la mañana se arruina, pero de pronto
la música no resulta ser tan mala, ¡Vamos, que no se funde el mundo
solo por eso!, ¿o sí? En el aire comienza a zonar "Enjoy The Silence"
de Depeche Mode, el día volvía a retomar su rumbo. Terminé de
bañarme y me sequé rápidamente, después me vestí para ir al colegio, me puse una vedetina verde y un corpiño al tono; en ese momento me miré al espejo —me gustó lo que estaba viendo— pasa que
tengo una cintura muy afinada, unas piernas delineadas, un culo de
esos que en la misma imagen del espejo sobresale llamando la atención de su misma imagen. Mientras me pasaba una crema hidratante
por el cuerpo, no pude evitar acariciarme de más los pechos; adoro
tocármelos, también quería creer que así crecerían más... ¡mentira
total! Seguí untándome la crema por el abdomen, los glúteos, piernas; subí a las caderas y parte de la espalda, pero de una forma muy
especial, rápida y casi como fricción, deslicé mis manos llenas de crema por mi cuello y lo aprieté un poco con más fuerza —bastante brusca— y suspiré. Después me puse la pollera corta azul fuerte y remera
blanca; de golpe reaccioné, me peiné más rápido, esta vez sin usar el
secador de cabello, me lo dejé suelto, húmedo, revoltoso. Algo me
detuvo, inmóvil, un segundo, alcancé a conocer esa canción que empezaba a sonar.... "Juegos de seducción" de Soda Sterero. Sin dudas
era esa canción. Recordé de pronto que en el Estadio Vélez Sarsfield
de la ciudad de Buenos Aires, fecha: 22 de Diciembre, tocarían y
haría lo posible por ir". Ella se queda un segundo pensando y al cabo
de un suspiro retoma el relato: "Me puse un bálsamo de labios, apenas con brillos, de esos que los deja iluminados; uñas algo largas
pintadas de salmón, acompañados de finos dedos; un anillo color
plata que heredé de mi abuela. Puse las manos en mi cintura y moví
las caderas, dejando casi un dulce baile provocador. ¿Para quién? ¡Pues
para mí!, contesta siempre mi ego.
Si hay algo que tengo en claro, ya desde aquella edad, es que en
la próxima vida quiero ser la misma persona.
Mientras escuchaba que mi madre me llamaba para desayunar,
yo miraba una revista que había comprado hacía una semana (estoy
hablando del 18 de abril de 1990). En ella comentan que los diamantes son casi la debilidad más certera de las mujeres, leí el artículo y
sonreí, ¡nada más exquisito que un par de diamantes!, ¡qué más se
puede pedir!, dice mi ego. Revisé mi mochila y me fijé si estaba adentro mi cuerda, una delgada soga de unos 60 cm, que en aquel tiempo
era mi pasatiempo, la necesitaba en mis manos y con sobradas razones si estaba en clases de cívica. Antes apretaba una pelotita de goma,
pero un día cambié por la soga, me servía en todas las clases donde
las profesoras se la pasaban hablando y hablando. "Sí, bien, ahí está",
dije cerrando la mochila y llevando en las manos unos libros.
Bajé las escaleras y escuché que mi madre volvió a llamarme. Aún
recuerdo con nitidez aquel diálogo:
—¡Buenos días! —saludé.
—Hola hija, buen día ¿Cómo durmió la princesa de la casa? —
responde mi padre.
—Muy bien, papá. ¿Alguien cambió el dial de mi equipo de música?
—Fui yo —contesta Marita, la señora que limpia la casa.
—Disculpá, querida, es que estuve pasando el plumero y al tratar
de acomodarlo se ve que algo moví. —dice Marita.
—Está bien, Mary, no pasa nada, solo quería saber —sonrío, pero
en realidad quería putearla, aunque, pobre ella, no se dio cuenta y la
música no estuvo mal.
Tomé un café casi amargo —soy adicta al café me gusta muchísimo,
solo uso una cucharadita de azúcar, esa parte mía siempre comentándome algo: "tenés que mantener la figura y debés pasártela a dietas"—.
—¿Te llevo, hija? —me dijo mi viejo.
—No, papá, voy caminando, tengo que pasar por la librería antes
de entrar a clases.
Cuando salgas, pasá por el negocio y venimos los tres juntos
—agrega mi madre.
—Sí, mamá, claro —sonreí."
Divina me comenta que en ese momento buscó sus útiles para salir
de su casa y me la describe cómo era: cómodamente decorada con
alfombras beige, cortinas al tono, un living con amplios sillones un TV
grande, puertas blancas y la puerta de la cocina de vidrio. Al momento, pienso que tiene la suerte de que su casa haya sido tan bonita y
también tuvo suerte de tener unos padres que han trabajado siempre
sin descanso, de esos que no van de vacaciones por trabajar y tener
más, siempre más, esa casona algo grande para tres personas, ya que
ella no ha tenido hermanos, pero siempre tuvo muchos amigos.Ella se recuesta en el asiento, mira hacia un costado, acariciando
el apoyabrazos con el dedo índice en forma circular, como si buscara
en el ordenador de su cabeza aquellos recuerdos. Continúa:
"Camino al colegio, en cierto momento me cambié de vereda, cruzando a mitad de la cuadra y disfrutándolo. Mi madre vivía recalcándome que "así no se cruzan las calles, se cruza en las esquinas", pero
siempre cruzaba a media cuadra, de todos modos. Al evocar esas palabras hice un gesto con los hombros y una mueca como diciendo "¿Y
qué?". Me enderecé más, mirando la vidriera y sorprendiéndome por
los colores que llenaban de vida... ese panorama fresco, mucha variedad de imágenes envueltas en un arco iris perfumado, perfectamente
acomodado. A paso casi lento, paulatinamente, giré la cabeza como
para espiar algo, sonreí y seguí avanzando. Me pareció que pertenecía
a otra dimensión. Era una adolecente, mi atención se centraba aún más,
parpadeaba, suspiraba y eso me dejaba seguir con el día aún más alegre, aunque tuviera que caminar unas cuadras de más.
Al llegar al colegio, casi en la puerta estaban mis amigos. Ese año se
pusieron más terribles que otros... Eran los 90 ¡Uy! ¡Los años 90! —Deja
escapar un quejido que sale de lo más profundo.— La adolescencia es,
seguramente, la última de las edades donde todo es más puro, honesto,
natural, muchos estilos de moda excéntricos. En esa época, cuando quedábamos en encontrarnos en un lugar ¡íbamos y ya!, y el que llegaba temprano esperaba al que venía y así, no quedaba otra. Todo era muy simple.
Por aquellos días se incorporó un muchacho nuevo, algo raro, muy
observador, callado, pero no nos importa demasiado, ya teníamos suficiente edad como para tener que explicar quiénes y cómo éramos; decidimos dejarlo ahí para que se las amañara si quería ser parte del grupo.
Ahora miro desde otras perspectivas, y me pregunto si alguna vez amé realmente con locura. Yo creo que sí, aunque para mí
el amor es algo diferente ¿Y qué si el romance es contrario a lo
que las personas normalmente aspiran? Porque he pasado mucho
tiempo evitando todo tipo de delicado amor, por así decirlo; las
dulces caricias y besos, para mí, son premios que uno da a quien
se lo merece. Darlos porque sí nada más, ¡jamás! ¿Por qué dar
cariño a quien no se lo merece? Es como hacer algo sin sentido a
menos que sea de forma rápida. Es más, podría decirse que soy
adicta a esa sensación, que solo sentís en el cuerpo, en los ojos,
en los labios y en las manos cuando vas a ver a alguien que te
produce locura temporal.Como te iba diciendo, yo era completa adicta al boludeo, ¡pero,
qué va, si tenía 17 años! En ese entonces empecé a profundizar el tema
sexual, quizás un poco antes. En ese tiempo me puse de novia y dejaba
que otro, que no era mi novio, me tocara y, a su vez, espiaba a alguien
más. Quizás, también, yo sentía algún tipo de intriga por el mismo
sexo, no solo por el sexo opuesto. Por ejemplo, una de las fantasías que
más tenía en mi cabeza era que me penetraran de una buena vez y, de
paso, que otra chica participase, o que en la oscuridad alguien me atrapase y me maniatara, pero eso era una de las tantas cosas mías que lo
dejaba ahí adentro de mi cabeza y en la almohada, hasta que un día...
todas esas fantasías comenzaron a realizarse.
¡Oh, sí, sí! Me acuerdo de Daniel Rotamos, él era unos 12 años
más grande que yo. Alto, un metro ochenta y cinco, cabello rubio
oscuro, labios gruesos, manos anchas y regordetas... un tipo Normal. Las veces que lo veía estaba vestido informalmente. Tenía un
cargo en casa de gobierno, secretario del ministro de economía. De
muy buena familia, sus padres tenían campos y una producción que
lo dejaba con un muy buen pasar, inclusive si no hubiese trabajado.
Adulto responsable y sincero, lo raro es que no sé muy bien cómo
llegó a mi vida. Quizás fue por Julia —vecina, hermana de Osvaldo,
novia de Roberto, amigo de Daniel— que alquilaba la casa junto a la
de mis padres hacía unos pocos meses. Muchas noches en los fines de
semana Daniel jugaba al ping pong con ellos en el porche y, claro,
yo siempre los saludaba al pasar. Cierta vez vi que preparaba su
mesa de juego y me acerqué a Osvaldo para preguntar dónde conseguía una mesa así, de paso aprovechaba para pedirle unos apuntes, que —seguramente— me lo prestaría, ¡mentira, solo era una ex-
cusa! Yo siempre fui muy buena alumna, pero este era un modo de
establecer algún acercamiento a ese tipo tan guapo. Bueno, no es que
me estaba muriendo por él, pero estaba bastante bien, a simple vista
lo pude percibir. Me atraía, no voy a negarlo.
Me acerco al porche e inicio el siguiente diálogo:
—Hola, ¿podrías prestarme los apuntes de matemáticas para sacar fotocopias? —sonrío y rápidamente pregunto— ¿Dónde consigo
una mesa así?
—Holaaa —dice Osvaldo, algo sorprendido, ya que hacía semanas que estaba en mi curso y no le había hablado, o sea, ni cinco de
artículo. Para mí, en el aula sólo existía mi grupo de amigos y nadie
más. Pero esta es una buena ocasión para comenzar a relacionarnos.—Ella es Julia, mi hermana; él, Roberto, su novio. Ella es Divina,
una compañera de curso —explica Osvaldo.
—¡Hola! —contestaron ambos, que a su vez intercambiaban mi-
radas.—Sí, sí, ya te traigo —se apresura a decir Osvaldo—. Las mesas como estas se mandan a hacer a pedido. Si estás interesada en una
de ellas, te puedo recomendar al carpintero que nos fabricó ésta. ¿Es
muy buena, verdad? —agregó mientras entraba a la casa para buscar
los apuntes.
—Buenas, buenas —Daniel mira directamente a Roberto, que
estaba revisando si la mesa tenía estabilidad—. Vengo por las llaves
—hace un gesto como de resignación— No voy a quedarme... tengo...—se producen silencios y miradas, él suspira acongojado— cosas que hacer con el departamento, se lo voy a dar —dice y aprieta
los labios algo apenado y enojado.
Julia nos presentó muy rápidamente:
—Ella es Divi, la compañera nueva de Osval; él es Daniel, amigo
y compañero de trabajo de Roberto —lo miré con una sonrisa tímida,
él me miró, pero en realidad no estaba allí, se lo notaba como distante, retraído, algo preocupado, agitado.
Roberto entró por las llaves y chocó con Osvaldo, quien me pasa
las hojas y luego de eso me despido. Al retirarme, me doy cuenta de
que para llamar su atención tenía que hacer algo más, quizás provocarlo. "Sí, eso es lo que haré", pensé.
Esa noche en casa, como muchas otras, ya acostada, me sentí algo
enojada. "Ni me ha mirado", me repetía mientras jugaba con mi soga.
La enredaba en mi mano fuertemente. Luego de unos minutos, pasaba a la otra mano; después, enredándome las dos muñecas juntas, até
fuerte una de mis muñecas, pero tan fuerte que casi no puedo soportar la presión... tan dulce a su vez. Me acaricié el cuello, cerré los
ojos, pasándome el dedo por la boca, dejando salir un suspiro sentí
una presión en mi vientre casi como si los músculos de mi vagina se
contrajeran. Alcanzo a mirar el poster pegado a mi pared, Pamela
Anderson con su malla roja, y me invadió un constante calor. Pensé
en el vecino que ni me ha mirado, deseando que me desnudara y se
montara arriba de mí, que me mordiera. Tenía ganas de que su pene
estuviera entrando una y otra vez. Levanté la pelvis, arqueándome.
Sentía un fuego insaciable en mí, bajé mi mano hasta mi clítoris y en
forma circular, en forma de repeticiones, me acaricié. En un momento ya estaba masturbándome alocadamente, casi enojada, detesto hacerlo, pero a veces no puedo evitarlo. Me mordí los labios fuerte,
fuerte, hasta llegar a sentir algo así como una pequeña satisfacción.
Pasaron unos segundos y logré conciliar el sueño.
En las noche subsiguientes, me dedicaba a ver cómo en aquel
porche empezaban a preparar la noche de juego. Entonces pasaba un
buen rato poniéndome linda, me marcaba unos rulos con la buclera,
solo en las puntas; me ponía crema en el cuerpo con olor a violetas,
algo cítrico; pintaba mis pestañas; brillo en los labios; dependiendo
del día, jeans y camisitas o algún vestido de tardecita. Como medía
casi 1,65 de estatura, consideraba que era una buena altura para usar
suecos, pero en ocasiones prefería sandalias cómodas. Allí, cuando
ellos estaban emocionados en el juego, festejando quién ganaba y
quién no, tomando cervezas en latas, yo paseaba a mi perro justo
frente a ellos, les levantaba la mano con un "¡Hola!" y ellos respondían "¡Holaaaa!". Así unas cuantas veces. Ellos continuaban jugando,
pero mi nuevo compañero nunca jugaba con ellos, de hecho, odiaba a
los amigos de su hermana. Era muy estudioso, pero cuando no estaba arriba de las carpetas, estaba mirando pornografía en revistas.
Julia jamás había hablado conmigo, fui yo quien le habló aquella vez
coincidentemente con la rápida presentación, pero, al ser tan estirada, no me animaba a acercarme más que eso.

La Obsesión del Señor FreityDonde viven las historias. Descúbrelo ahora