La mañana siguiente, muy temprano, sentados en un café a dos cuadras del hotel hicimos tiempo antes de ir a hacer las maletas. En plena charla, de golpe empecé con mi altanería y le contesté varias veces de forma despectiva sacando a flote temas relacionados con la noche anterior —el trío—,casi inconscientemente. Entonces él se levantó, dejó el dinero en la mesa, hizo señas al mozo y me dijo:—¡Vamos!Él caminaba por delante muy rápido, y yo lo seguí por detrás.Llegó a la puerta del hotel, giro la cabeza y me dijo:—¡Esperá acá!Yo no entendía nada y, por supuesto, si estaba retobada, mirándolo altanera con los brazos cruzados.Él entró, habló con el conserje y éste le dio una llave. Facundo me miró y me hizo una seña para que entrara y lo siguiera.Fue a una puerta al final de pasillo. La abrió y entró. Rápidamente me dijo:—¡Entrá y cerrá la puerta!Apenas logré escucharlo. Llegué a la entrada y descubrí que era un túnel oscuro. Entré y cerré la puerta como lo había ordenado. Avancé por el pasillo que iba en bajada, oscuro, lleno de humedad y frío. Se escuchaba el agua que caía de alguna cañería rota. Mi corazón latía fuerte, casi a punto de estallar, acompañada de... ¿miedo? Caminaba lentamente, en penumbras. A lo lejos apenas se notaba una luz que titilaba. Facundo llegó al final y desapareció. Estaba ahí, esperándome. Yo lo sabía. De golpe pensé: "Era un lindo desayuno de despedida de París. Sé que me porté mal. Mis sarcasmos y retobadas lo enervan. Siempre me dice que no conteste, que piense antes de boconear, pero yo sigo y sigo". Sentí cosquillas; mi pulso se aceleraba, mi corazón aún más. El lugar era excitante. Mi vagina ya estaba mojada. Quería llorar y gritar, no de miedo, lo que yo sentía era algo inexplicable.Mientras más avanzaba por el pasillo oscuro, más excitada me ponía.Estaba intrigada, "¿tendrá una sorpresa?, ¿me azotará?", pensaba.Llegué a la luz que titilaba y apenas alumbraba el centro de aquel lugar. ¡Era una mazmorra real! Había humedad por doquier, el piso tenía grietas y algo de agua en algunos lugares. Tenía una cama chiquita, vieja, de hierro y alambres... como esas camas de antes. Le eché un vistazo rápido al lugar y no lo veía a Facundo. No podía, la adrenalina, los nervios y los huecos oscuros no me dejaban. Entonces divisé unas cadenas en el suelo. Di unos pasos y vi en un rincón,arriba de una tabla, tres cuchillos, agujas varias, agua oxigenada, algodón y sogas. En ese instante reconocí que debía respetarlo mucho más, y no ser tan ruda como creía que era. Reflexioné sobre la cuestión de que, pese a que era masoquista, había cosas que me excitaban y me hacían temer al mismo tiempo.Mi corazón estaba por explotar. Abrí la boca porque no entraba suficiente oxígeno. Entonces él se dejó ver. Estaba atrás de un pilar,parado con los brazos al costado y las piernas abiertas. Yo no sabía si llorar, pedir perdón o preguntar qué iba a hacer. Es más, no podía emitir sonido alguno, no podía moverme. Confiaba, aunque sentía un temor que desconocía hasta ese momento. No tenía fuerzas para huir, tampoco lo quería hacer. Estaba segura de que aguantaba hasta el grado 5 de placer y dolor —pero él esta vez me daría hasta el grado 7. Él sabía que era mejor darme de más, que quitarme, por quedarme de más era placer y castigo.Él caminó despacio, serio, mirándome fijamente. Yo ni parpadeaba. Se puso enfrente de mí. Yo no lo miré a los ojos. Su mano levantó mi mentón, entonces nos miramos. Él levantó una ceja desafiante. Yo quise decir algo, pero no tenía voz. Me soltó y se puso detrás de mí me respiraba en el oído. Metió sus dedos en mi cabello, me tomó de la nuca y gemí, él también lo hizo, pero trató de esconderlo. Tomó una de las cadenas que tenía un collar y me lo colocó en el cuello. Me desnudó y vendó los ojos; me empujó hacia la cama y la cadena colgó por el piso. Ató mis manos abiertas en cada extremo de la cama con una soga. Quise preguntar, pero él se adelantó diciendo:—Shssss, ¡¡¡ni lo intentes!!!Vendó mis ojos y me susurró:—¿Confiás en mí?—¡Si, mi señor! —respondí.—Quiero que dejes las piernas abiertas. Si las cerrás, te dejo acá,subo al avión y vuelvo solo a ciudad de Resistencia solo . Y eso no es nada, va a venir el conserje y no creo que quieras que te vea desnuda atada a la cama,¿o sí? Así que, ¡hacé caso! —amenazó.Yo a esas alturas no estaba segura de si hablaba de verdad o era parte de su juego mental para conmigo, pero la posibilidad de que cumpliera con lo que decía, estaba en el aire.Él se alejó. Supongo que para observarme, como siempre lo hacía. No sentía ruido más que el de las gotas de agua de la cañería rota. Estaba excitada. Respiraba apresuradamente y me sentía muy mojada. De repente sentí la hoja fría de uno de los cuchillos en mi tobillo que va subiendo sobre las curvas de mi cuerpo. Pensaba en mil cosas: "¡Éste acá me corta en mil pedazos! ¡Lo cansé! ¿¿¿Qué hago,Dios???". Moví mi cabeza de derecha a izquierda, ¡no podía ver nada!Yo pensaba: "Si digo la palabra de seguridad, todo se acabará y él sabrá que yo no confío en él... eso lo mataría tres veces". Estaba temblando, excitada. Entonces me susurra:—¡El filo de un cuchillo es quien te va a educar! Para que recuerdes que cuando tu Amo te pide por favor que no toques un tema puntual, ¡no lo hagas! ¡¡¡Y menos con esa altanería!!!Entonces no lo soporté más. La adrenalina recorrió mi cuerpo.Me encontraba llorando, con mis entrañas vibrando. Él, tan sádico, sonreía y gozaba de aquello, podía sentirlo claramente. Pero yo presentía además, su miedo, aunque su temor era que yo dijera lo que no tenía que decir: ¡la palabra de seguridad Por el costado de las vendas que me cubrían los ojos, rodaban las lágrimas. De pronto el cuchillo estaba en mi garganta y luego en mis labios. Él, con la mano desocupada, abrió mi boca y me lo metió con cuidado solo para que sintiera el sabor de la hoja en mi lengua y sobre los dientes. Me arqueé porque era excitante, sin embargo las lágrimas no cesaban. Él bajó lentamente hasta mi vagina, me lo pasó por mis labios vaginales, incluso parecía que con la poca luz quiso ver si también podría metérmelo en la concha mojada, pero eso es lo que yo imagino nomás. ¿Qué imaginaba él? ¡Quién sabe!Luego se levantó. Yo seguí llorando, apretándome los labios.Él sonrió y tomó una aguja finísima esterilizada. Estiró mi pezón y me la clavó, obviamente él sabía cómo y dónde hacerlo. No sangraba, pero quemaba tremendamente. Me retorcí pero con las piernas separadas, sabía que si las separaba se acababa todo.Mis pezones con agujas, más todas las sensaciones aquellas, hacían en mí una llamarada de fuego fantástico. Él se montó arriba de mis caderas y me tomó del cuello con una mano, apretando el collar sobre mi piel, mientras con la otra metía su pene en mí una y otra vez, una y otra vez. Yo me arqueé y él aprisionó más mi cuello, me asfixió puntualmente, provocándome el primer mareo y, a su vez, un orgasmo.Gemí una y otra vez. Mi boca estaba llena de saliva, mi pezones ardían... me sentí un solo fuego junto a él, que también gemía.Soltó las sogas y mis muñecas se liberaron, me dio vueltas y me dijo que tuviera cuidado con las agujas. Me levantó por las caderas,dejando mi culo a su merced. Entonces me penetró una y otra vez,fuerte y preciso, con ímpetu. Yo tenía los codos apoyados en el fino colchón de la cama de hierro, ¡que no dejaba de hacer ruido!Me agarró del cabello, me lo jaló fuerte hacia él. Yo jadeé y entonces me dijo:—¡Puta retobada, sos mía! ¡Empezá a entender que las cosas tienen que ser a mi manera! —mordió mi espalda fuerte al finalizar sus palabras.Facundo gemía sin control y cada vez que lo hacía, me penetraba más y más duro. De golpe se salió bruscamente, se sentó, me acostó boca abajo dejando mi abdomen sobre sus piernas y mi culo a su deriva. Luego sacó las agujas rápidamente. Yo gemí al sentir ese ardor puntual. A esa altura estaba muy mojada. Entonces volvió a jalarme el cabello, me miró de costado y dijo —¡¡¡La próxima vez que me contestes mal, va a ser peor!!! ¡Nunca más te voy a pedir ningún por favor! ¿Sos hija del rigor? ¡¡¡A vos simplemente hay que darte órdenes!!!Empezó a azotarme una y otra vez. Yo aguantaba hasta treinta azotes; él me azotó hasta cansarse. Lo interesante es que yo no dije jamás la palabra de seguridad. Tenía los glúteos morados, llorabacomo una nena y me retorcía desesperadamente. Solo decía:—¡¡¡Por favor, basta!!!Puse resistencia y quise salirme a la fuerza, pero no pude. De todas maneras, si realmente hubiese querido que todo acabase,sabía qué decir.Él, notablemente cansado y excitado por aquel forcejeo, con su erección imponente, me empujó al suelo. Yo caí desplomada con mis manos que temblaban. Él se paró y se masturbó hasta terminar bañándome en su semen. Se sentía su respiración acelerada. Un dulce silencio nos abrigó. Yo, tirada en el suelo, extendí un poco mis brazos y mis dedos tocaron el agua estancada en una grieta del piso. Lloré boca abajo,desconsoladamente. A él no le dolía haber hecho aquello porque sabía que yo hasta el grado 5 gocé, pero ahora había llegado al grado 6 y hasta el 7.Él esperó unos minutos a que mi cerebro asimilara todo lo que acaba-ba de pasar para que yo entendiera que recibí lo que quería y que el resto es lo que merecía por ser irrespetuosa con mi dueño, con mi hombre. Me levantó, me sacó la venda de los ojos porque yo ni eso podría hacer; estaba agotada, destruida, pero por dentro había nacido nuevamente.Me susurró al oído:—No vas a poder sentarte en una semana y cada vez que te toques o la ropa roce tus heridas recordarás cómo comportarte, y eso no es nada, ¡lo más loco es que vas a excitarte recordándolo, preciosa masoquista!Yo lo miré a los ojos agradecida y con un poco de odio también.¡Lo admiraba tanto, por darme lo que yo quería y a su vez quería azotarlo yo a él por haberme dado de más! Yo adoraba a ese hombre, era mi dios, y empezaba a entender, que si me portaba bien, recibiría lo que quería. De lo contrario —portándome mal— también recibiría lo que quería. Pero el exceso de lo que uno quiere también es contra-producente. ¡Gran moraleja! ¿Verdad?Él me preguntó si estaba bien. Llorando lo abracé. Lo amaba más que nunca.Facundo tuvo que vestirme porque yo no podía moverme. Seguí temblando llena de adrenalina un rato después. Cuando ya recuperé mi estado normal, salimos rápido, subimos en el ascensor y me abrazó diciendo:—Quiero que te acuestes así como estás. Yo te despierto en un rato para irnos al aeropuerto, ¿estamos?—¡Sí, mi señor! —contesté .Apenas entré a la habitación, miré la cama y caí desplomada. Talvez dormí media hora profundamente, hasta que él me levantó estirándome del brazo izquierdo y me metió debajo de la ducha. Cuando pude reaccionar, ya estaba bajo el agua fría boquiabierta con los ojos grandes. Me dijo que eso era para que recordara que antes de hablar, primero tenía que pensar. Después me ayudó a vestirme y salimos tomados de las manos para ir al aeropuerto... Continuraaa.....
ESTÁS LEYENDO
La Obsesión del Señor Freity
Roman d'amour*Vestida de colegiala cruza siempre por la misma vereda para poder verlo, ella es de las buenas masoquista & tan sádica como para jugar con los sentimientos de su mejor amigo, al cual no puede tomarlo en serio. Ella se va a casar sin saber porque? r...