Carpe diem

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—vas a estar castigada jovencita— no habían pasado ni dos minutos de que llegó a la puerta de los laboratorios Fenton y ya había recibido una sentencia, odiaba que ese viejo uraño hubiera tenido razón —tendrás que limpiar el laboratorio toda la semana y a demás no habrá salidas— su padre tenía los brazos cruzados mientras la veía con enojo.

—¿Qué?— cuestionó Daniela, esto tenía que pasar justo cuando sus amigos y ella habían planeado un maratón de películas de terror, la iban a matar —eso no es justo— estaba por reclamar cuando su madre la interrumpió.

—se suponía que estarías en tu habitación, pero cuando vamos a buscarte para cenar no te encontramos y entras por la puerta, bastante tarde de la hora de tu toque de queda, para explicarnos que estabas con Tucker en los videojuegos — por un momento se sintió bastante culpable, sólo iba a una ronda de vigilancia, regresaría en quince minutos y jamás había planeado lo que pasó.

—de verdad lo siento— Intentó excusarse, para que al menos su castigo fuera menor —se suponía que me mostraría su nueva consola portátil, pero me llevó a los videojuegos, no planeaba salir de casa.

—sigue siendo la misma situación, estábamos preocupados hija ¿Qué hubiera pasado si algún fantasmas te atacaba y no nos enterábamos?— su madre se quitó la capucha del traje, mostrando una mueca de preocupación que hizo a Daniela encojerse de culpa —hubieras estado a tu suerte, lastimada en quien sabe donde.

—hubiera sido sólo otra noche más— susurró con algo de molestia, todo el tiempo le sucedían cosas horribles y sus padres no tenían ni idea de lo fuerte que era para superarlas.

—¿Qué dijiste?— preguntó su madre, pero ella negó con la cabeza.

—nada, que está bien, me encargaré del laboratorio, lamento haberlos preocupado— observó a sus padres para luego verlos suspirar.

—está bien, ya puedes irte— dijo su padre y ella subió a su habitación, no podía creer que la hubieran atrapado.

Se arrojó contra la almohada para luego gruñir de enojo, después de unos minutos se dió la vuelta viendo hacia el techo; todo había sido muy extraño, el niño que jamás había visto, su insistencia por ser hijo de Vlad y luego que el Halfa se mostrara más raro de lo normal, nada le parecía que estuviera bien, pero al menos el pequeño parecía contento con el mayor, a demás de que había asegurado que era su hijo.

Ese no era su hijo, no sabía ni siquiera quién era el niño, pero ahí estaba, observando cómo un infante se sentaba en su carísimo sillón para ver la televisión a petición de Vlad.

No sabía que hacer, algo dentro de él le decía que conocía de algún lugar el rostro del pequeño, su cabeza le gritaba que recordara y aún así no encontró nada, no tenía idea del porqué le había mentido a Daniela.

Pero todo iba a estar bien, o eso creía, ese niño parecía sumamente convencido de ser su hijo y al menos él no recordaba que hubiera intentado lavarle el cerebro a nadie, algo andaba mal, pero podía seguir jugando al papá por algunos días, sólo hasta que lograra encontrar a sus verdaderos padres o podría haber consecuencias legales, prefería no manchar su reputación de alcalde, gracias.

Pero la cara de Daniela al verle decir que era su hijo fue lo mejor de su semana, esos ojos llenos de celos fueron un deleite y en el fondo quería que ella lo deseara tanto como él lo hacía, aunque sabía que estaba mal, por donde quiera que se viera.

El sonido de la televisión lo distrajo, ahora tenía que hacerse cargo de un niño que no conocía, sólo esperaba que no fuera una molestia, al menos no pareció asustarse cuando lo vió en su forma fantasma o al verlo destransformarse, cosa que le seguía pareciendo extraña, pero que investigaría después, por ahora debía mandar a la cama a alguien.

Viejos enemigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora