Noche de bodas || Inglaterra x Francia

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Resumen: Cuando Arthur vuelve a su casa luego de la ceremonia civil, espera encontrarse solamente con su triste reflejo, pero un capítulo mal cerrado le asecha en forma de fantasma, envuelto en penumbras y rencores maltraídos. [Inglaterra/Francia; Inglaterra/Nyo!España; Francia/Austria]. Oneshot.

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NOCHE DE BODAS

—Una apuesta insegura—

Fue luego de la ceremonia civil que Arthur necesitó llegar a su departamento, exhausto, y con el corazón aún desbocado por la emoción aún latente. Era esa clase de emoción que no conmueve, que no genera calor en el pecho ni se expresa en una sonrisa como una forma de arte. Era esa emoción que se siente obligatoria, como un peso exasperante, un nudo en la garganta que le impide respirar. Intenta hacerlo bajar al tragar saliva, así como quiere evitar que las lágrimas le broten. Entonces su cuerpo entero se tensa. ¿Y cómo no? Si acaba de cometer el error más grande de su vida sólo por guardar las apariencias, por parecer correcto ante su padre, su madre y sus hermanos, desposando a la bella hija del empresario español pretendiendo continuar con la tradición de la familia Kirkland. Se preguntaba cuánto soportaría tomar ese papel dentro de su propia vida como si él fuera un personaje de ficción.

Se quita el saco de su traje perfectamente planchado y lo deja colgando en una de las perchas de la pared. Se dirige al pequeño bar de la sala, una mesita discreta que sostiene una vieja botella de whisky escocés de exclusiva exportación, un regalo de Scott al momento de su titulación. Toma un vaso de vidrio, ancho, corto y de base gruesa. Sus manos se mueven solas hacia los hielos (tres cubos. Sus dedos jamás se percataron del frío que despedían) depositándolos en el vaso y luego llena hasta la mitad con el licor. Bebe casi de golpe y el alcohol le escoce la garganta a tal punto que se vuelve un verdadero placer; es el primer paso hacia el abismo oscuro de la borrachera, en donde puede hacer y decir cuanto quiera y luego culpar a alguien más. Qué fácil es culpar a alguien más de sus malas decisiones. Mis padres me presionaron. Isabel era demasiado insistente. Lovino y Gilbert ya se pasaban de la raya con sus chistes sobre homosexualidad reprimida. Debía tomar una decisión. Yo no tuve nada que ver, maldita sea. Todos me obligaron.

—Bonita ceremonia, Arthur.

Sus manos se tensaron alrededor del vidrio y su cuerpo entero dio un salto. El vaso cayó al suelo junto con los hielos. No fue la sorpresa lo que lo sobresaltó. No fue el hecho de saber que había alguien más en la casa y que posiblemente acabaría muerto por algún maleante.

Fue la voz. Fue esa voz. Particularmente aterciopelada y gangosa, de cargado acento francés e insoportable aroma a rosas.

—¡Mierda, Francis! Casi me matas de un susto.

—Tanto mejor—Dice el no-invitado. Arthur frunce el ceño un poco ante ese ácido comentario—. Te veías particularmente sensual hoy, querido.

Si había algo que a Arthur le daba mala sensación era que Francis hablara con acidez, como si le eyectara veneno de la boca igual que una astuta serpiente. Porque cómo pudo haberse escabullido hasta allí sino.

—Tan sensual como serio. ¿No era que el novio debe llorar de emoción cuando ve a la novia entrar del brazo de su padre? —Continúa con su veneno, jugueteando con la llave del departamento de Arthur entre sus dedos.

—Cállate, imbécil. Sabes que...

—Oh, Arthur. ¡Cierra tu puta boca!

Arthur obedece sin chistar. Cierra la boca, la emoción lo golpea. Francis está enojado como nunca, está tan triste que la ira no le apacigua el gimoteo de sus lágrimas traídas a cuestas a cada lado de su nariz. Ni siquiera se molesta en limpiarlas de su cara (porque sabe que Arthur anhela con todas sus fuerzas limpiarlas él).

APH: FragmentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora