Las fábricas

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Llegué a las fábricas, estaban cerradas, ya que el trayecto fue muy largo. Eran edificios grandes, de colores oscuros, que desprendían un holor a humo y cuero que tiraba para atrás. La verja de entrada tenía un candado. Siempre he oído que forzar cerraduras con ganzuas es un arte. Nunca lo he aprendido. Por suerte, llevaba mis tenazas para candados. Lo rompí, intentando no hacer mucho ruido, y entré cerrando la puerta tras de mí, si alguien todavía me seguía quería escucharlo. Me encontraba en una amplia nave, con cintas transportadoras recorriendola de arriba a abajo. Tomé rumbo hacia el despacho de Esteban, que tenía que estar en el segundo piso. En la oscuridad, sólo iluminada por la tenue luz de mi linterna, conseguí divisar una señal un tanto oxidada que marcaba las escaleras. Eran unas escaleras de latón roidas por el óxido. Aquel lugar no pasaría un control sanitario. En el segundo piso, un largo pasillo daba a su despacho. Mi linterna empezó a fallar, y la oscuridad del pasillo era total. Unos ruidos me pusieron el pelo de punta. Unos chirridos agudos provenían del techo. Seguramente serían ratas, pero en aquella situación, parecía más las risas de alguien observandome, vigilando mis movimientos en todo momento. Un par de ojos rojos pasaron corriendo por las tuberías del techo. Aceleré el paso. Había llegado al despacho.

Nocturnis tenebrisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora