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Maria volvía a su casa junto a Abel, su novio volvería a su ciudad el día siguiente a primera hora y ninguno de los dos quería despedirse. Sabían que después de esto no se volverían a ver en mucho tiempo. El coche negro propiedad del chico del pelo dorado frenó frente la pequeña casa de la rubia. Habían intentado evitar ese momento a toda costa durante la noche, proponiendo actividades a modo de prórroga hasta que cerraron todos los locales y no supieron qué más inventarse. Al otro lado de la valla se podía ver como la luz se colaba por las ventanas de la casa y se reflejaba en el agua de la pequeña piscina, eran las 12.30 de la noche y la luz seguía brillando, señal de que los dueños del hogar estaban discutiendo de nuevo. Eso sacó un suspiro cansado a Maria.

- ¿Porque no bajas, mor?- Se preocupó Abel.

- No me quiero despedir,- Apartó su mirada de la ventana del coche y la redirigió a su pareja, quien la miraba con expectación- quiero irme contigo.- Los ojos azul-verdes humedecidos por la amenaza de lágrimas acompañados de la rota voz de quien fue el primer amor del conductor resultaron hirientes para él. Un suspiro roto lo hizo obvio. Sabía que la distancia sería dura, sabía que se echarían de menos pero también sabía que eso no era suficiente para que ella estuviera así. <Algo no va bien.>- concluyó el rubio.

- Mor,- alzó una mano y la posó con delicadeza encima de la mejilla de su chica- ¿Que te pasa? Sé que hay algo mal.

- Nada, solo que te echaré de menos.-Mintió como de costumbre, y también como de costumbre mintió fatal y ni ella se lo creyó. Los hermosos ojos de la chica se desviaron y buscaron cualquier cosa que no fuera la mirada de su amado.

- Maria,- usó su nombre, se sentía raro para ella que su nombre sea pronunciado por los labios de Abel.-porfavor, es fácil ver cuando mientes.

- No es nada, de verdad.- Su voz rota ayudó a destapar su mentira de nuevo. Con delicadeza, Maria apartó las manos del hombre al que amaba de su afligido rostro, bajando la cabeza para intentar cubrir el desastre lagrimoso que se estaba formando en su cara.

- Deja de mentirme, sabes que puedes confiar en mí, realmente me duele cuando me mientes.- Confesó bajando la cabeza en busca de la mirada de la rubia. Esta le facilitó la tarea levantando su cabeza y clavando su mirada entristecida a la intensa mirada azul de su novio.

- Lo sé, lo siento, pero...odio hablar de mis problemas, no quiero preocuparte.

- Mi vida, así me preocupas igual.

Maria bajó la mirada recibiendo el impacto de esas palabras, ella le hacía daño igual, no había porqué ocultarlo más. Así que se preparó, se secó las lágrimas que poco a poco logró parar usando todo su autocontrol y se preparó para soltar al fin algo que la había estado atormentando durante toda la semana.

- Mis padres discuten una y otra vez.- Y las lágrimas volvieron a brotar en imparables cascadas.- Están- los sollozos que emergían incontrolables le dificultaban la tarea de hablar- pensando en- y de nuevo tuvo que hacer una pausa para luchar contra la oleada de lágrimas y sollozos- pensando en- se detuvo para coger aire temblorosamente- el d-d-di-vor-c-ci-o.- Finalizó al fin su frase e inundó el coche de tristeza con su llanto adolorido. Abel, sin poder aguantar el sufrimiento de su amada, la rodeó con los brazos. Un cálido abrazo con la intención de ser un consuelo. No la soltó durante lo que parecieron horas, interminables horas en las que ella le partía el corazón y mojaba su camisa de lágrimas, lágrimas más saladas que la misma agua del Mar Muerto.

Cuando no había más agua para desperdiciar en llantos, el abrazo cesó. Quedaron muy cerca y sus miradas no se despegaban. Dicen que los ojos son la ventana del alma, y es que a través de esas miradas profundas, se transmitían más que mil palabras.

🅢🅘🅝 🅣🅘🅣🅤🅛🅞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora