Maria se encontraba en su habitación, recostada en su cama, con la mirada perdida hacia el techo, los ojos rojos e hinchados, con la molesta sensación de las lágrimas secas esparcidas por sus mejillas. Cogió aire con fuerza por la nariz, hinchando sus pulmones al máximo y lo soltó en un sonoro suspiro entrecortado.
Llevaba tres días llorando sin control, viendo series en Netflix, sin ganas de hacer algo más. Se encerraba en la habitación día tras día para evitar escuchar las peleas de sus padres. Esas peleas no la ayudaban mucho con su estado de ánimo, aún encerrándose en su habitación podía oír sus gritos, cuando sentía que todo se calmaba, salía de su habitación para encontrarse con sus padres en el salón ignorándose el uno al otro.
Aún así, la principal razón de sus llantos no eran las malas vibraciones que se apoderaban de la casa, si no el hecho de que se había dado un tiempo con su novio. Desde que esto pasó sintió como si su corazón no fuera capaz de soportar un golpe más, un golpe más y ella se rompería. Sus amigas más cercanas ya estaban informadas, aunque solo sabían que se había dado un tiempo con su novio, ellas no estaban al corriente sobre lo que pasaba en su casa. Al segundo de enterarse sobre lo que pasó ellas la consolaron, estuvieron ahí para ella. Pero entendieron perfectamente que su amiga se desconectara al día después. Así que durante dos días nadie supo de ella.
Finalmente decidió levantarse de la cama e ir a comer algo, al salir de su habitación se encontró con su madre viendo una serie turca sentada en el sofá y pudo ver a su padre jugando en el ordenador de su despacho. Siendo ignorada por sus progenitores, se dirigió a la cocina y abrió la nevera en busca de algo que comer, cogió un yougurt y se sentó al lado de su madre y se dispuso a ver la serie con ella. Maria no tenia ganas de ver esta serie pero quería distraerse y no podía usar el Netflix ya que su madre lo estaba ocupando.
Maria sabía que Marlen y Julie se irían de fiesta este día, la habían invitado con el pretexto de que así podría despejarse, pero Maria había decidido no ir ya que sentia que podría derrumbarse en cualquier momento; sus amigas ya la habían escuchado llorar a través de los audios y las llamadas de Whatsapp, no tenia ganas de preocuparles más o de arruinarles la fiesta. Ahora, que su madre y su padre volvían a discutir se arrepintió de no haber aceptado su invitación.
- ¡ Te juro que como no te calles te echo de casa!- Gritaba la madre de Maria.
- ¡ Jura lo que quieras! ¡Eres tan floja que no podrías echar a un bicho de casa!- Grita su padre de vuelta.
- ¿Sabes qué? Tienes razón, si fuera capaz de echar a los bichos, ¡ya no estarías en esta casa!
- ¡No me llames bicho, maldita bruja inútil!
- ¡ Cómo te atreves a llamarme así, calvo de mierda!
¡Pum!
La puerta de la habitación de Maria se cerró con fuerza, distrayendo a la pareja, si aún se podía llamar así, de su feroz discusión solo por un momento. Un momento en el que desviaron su mirada a la habitación de su hija, a la cual habían estado ignorando toda la semana y posiblemente la más afectada por sus recientes peleas. Por un momento, la culpabilidad tiñió las expresiones de Juan y Magda, por un momento se sintieron culpables por haber estado día, tras día discutiendo, dejando todo de lado por una estúpida discusión que habían dejado que les afectara más de lo que debería, y que acabó afectando a la gente a su alrededor. Se sintieron los peores padres del mundo por ver sufrir a su hija por su culpa sin hacer nada al respeto, de hecho, incluso agravaron la situación.
Pero su culpabilidad no tardó mucho en chocar con su orgullo, su enorme orgullo. Este se encargó de ocultar su culpabilidad, echándole la culpa al otro, cosa que provocó que retomaran su pelea.