IX: Final

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Fanny

La medicina es en definitiva una carrera hermosa, no hay nada más gratificante que el poder salvar una vida, pero al mismo tiempo no hay nada más doloroso que el no poder hacerlo.

Hoy perdí un paciente. No resistió una operación después de tener una aparatoso accidente automovilístico que lo trajo grave al hospital. Murió en mis manos. Intenté reanimarlo, lo hice hasta que ya no me quedaron fuerzas, pero no lo conseguí.

Y la peor parte siempre es cómo decírselo a sus familiares y no poder mantener la sangre fría ante la imagen de tristeza y desolación por la pérdida de un ser querido.

No puedo evitar sentirme dolida ante esto y unas gotas de lágrimas humedecen mis mejillas.

—Sé lo que sientes, Fanny, pero sabes que no es tu culpa, son cosas que ocurren —me dice Carter Lawrence, medico Cardiólogo del hospital y con quien tengo una estupenda relación de colegas médicos.

—Lo sé, Carter —musito, sentándome sobre la mesa de mi escritorio mientras me miro las manos con guantes—. Se supone que como médicos estamos para salvar vidas y el ver que...

—Estamos para salvar vidas, Fanny, pero algunas vidas se nos van de las manos y no podemos evitarlo —me dice, tocándome la cara con amor fraternal. Es un hombre de casi cincuenta años, bien amable y bastante respetuoso con sus compañeros de trabajo y que lleva casi veinte años en el hospital.— La vida de un paciente, más que en nuestras manos, está en las manos de Dios, y bueno, de él depende si vive o no. No te sientas mal, tú no mataste a ese pobre chico.

Lo sé, pero no puedo evitar la sensación de desolación en mi corazón por esa perdida.

—Gracias, Carter.

Él me sonríe, rodeándome con sus brazos fuertes y después se retira, dejándome sola.

Sé que él tiene razón, somos médicos, no dioses y aunque hacemos todo para preservar la vida de un paciente en un momento crítico no podemos hacer nada contra los designios de Dios, pero aun así, no se puede evitar que duela y que sienta que una parte de mí se va con cada persona que muere en mis manos.

Me quito los guantes de las manos, y el resto de ropa que utilizo para llevar mi labor como médico y no sintiéndome capaz de continuar en el hospital en las circunstancias en las cuales me encuentro, agarro mi bolsa y decido irme a unos brazos que en definitiva me harán sentir mejor de lo que me siento: los de mi Bruno.

°°°

Yago está jugando en la sala con un helicóptero mientras corre y finge que este vuela e imita el sonido de las arpas. Esta solo con unos pequeños bóxer de Bob Esponja puesto y los pies descalzos. Es sin duda la imagen de un bebé adorable y feliz. Hace dos días atrás fue su cumpleaños y tal y como quería su padre él disfrutó bastante de su fiesta con sus amiguitos, los payasos y disfrutó comiendo la torta que con tanto cariño le preparé junto a su tía. Él fue feliz ese día.

Con un vaso de agua y un analgésico porque me duele la cabeza, tomo asiento en unos de los sofás justo frente a Bruno que está muy concentrado en su ordenador, trabajando muy concentrado, a pesar de que es domingo.

No emito ninguna palabra, solo me tomo la pastilla y después me recargo en el sofá, subiendo todo el cuerpo sobre el mismo y me pongo la mano en la frente mientras mantengo los ojos cerrados, perdida en mis pensamientos mientras Yago sigue creyendo que el helicóptero de juguete que tiene en las manos realmente puede volar y su padre está perdido en su mundo de letras en su ordenador.

Pasado un momento siento la cercanía de un cuerpo y un beso en la punta de mi nariz y un segundo en mis labios. Abro los ojos encontrándome con el rostro de Bruno inclinado sobre el mío.

Dulces Caricias ✓✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora