Capitulo 2. Conozcámonos como buenos amigos

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Tarheri estaba más que perplejo; no se había imaginado que de un momento a otro, uno de sus amigos de infancia se viera envuelto en un escándalo que le había costado la confianza con su tan amado padre. Pero, ¿qué tan fiable era confiar en las señoras del pueblo? Si era bien sabido que la mayoría tenía una lengua tan puntiaguda como un machete y un veneno incluso más letal que el de una serpiente de cascabel. No quería caer el especulaciones falsas, no por el momento, así que, había optado por mejor ir a ver a su amigo, después de todo, aún había una entrega para realizar.
Después de que las señoras se fueran y al cabo de unos diez minutos, fue la hora de irse a entregar aquel mandado de pan para los de la iglesia quienes a pesar de tener una auténtica panadería cerca, preferían por encima de todo los de la señora de Fernández por su exquisito sabor que deleitaba incluso hasta al más amargado. Sin embargo, aquel favoritismo les hizo ganarse un rival que no aceptaba tregua ni en noche navideña; era la familia Sánchez cuya hija, Carmela Sánchez, tenía un odio profundo e injustificado hacia el hijo mayor de los Fernández, tal odio incluso era usado por la señora Fernández para molestar a su hijo con que Carmela estaba enamorada de él en secreto. Sin embargo, el joven no se molestaba en lo absoluto con rivalidades que él consideraba como una pérdida de tiempo; él tan sólo le limitaba a vivir su vida sin afectar a los demás.

–Te vas con cuidado, ¿de acuerdo, hijo?

Dijo la señora Xóchitl mientras acomodaba los panes en la canasta para después cubrirlos con un trapo blanco y grande.

–No tengas cuidado, madre. –Dijo el joven. –Estaré bien.

Salió del local con el canasto de pan, se lo puso en la cabeza y emprendió su caminata hacia la iglesia.
A ratos sentía como el equilibrio de su cabeza se perdía, por lo que tenía que detenerse, acomodarse y seguir con su camino para que metros más adelante volviera a suceder lo mismo. Así fue hasta que se metió a un callejón el cual daba con una pequeña plaza cuya gran fuente decoraba el centro, había tomado ese camino porque ahí habían escaleras que al subirlas daban al inmenso patio de la iglesia; sin embargo, en la oscuridad del fondo, había un bulto tirado quien al sentir la presencia del extraño se levantó. Ignacio se sorprendió demasiado cuando vio que ese bulto era su amigo pero ahora este estaba lastimando y su ropa ya estaba hecha girones; al contemplar eso, supo que las señoras no habían inventado tal rumor después de todo.

–Tarheri. –Lo llamó algo asustado, luego se acercó a él y mirándolo a los ojos le contó lo sucedido. –Por favor, debes creerme. Mi familia no lo creyó y ahora mírame, mi padre me golpeó por ser un cobarde.

El joven miró a su amigo muy preocupado; quería creer que toda esa historia debió haber sido producto de su imaginación, porque algo así era imposible de suceder, de por sí la historia sonaba descabellada cuando salió de la boca de esas mujeres, pero, ¿acaso él también no suele imaginar cosas sobre criaturas sanguinarias? Sea como sea le dijo que no se preocupara y que de ser posible cazará a la bestia para que por fin durmiese tranquilo y en su hogar.
Rogelio le agradeció dándole un abrazo pero cuando se separaron escucharon el andar de un automóvil. Ambos voltearon y lo único que vieron al final del callejón fue a algo negro siguiendo su camino; como último obsequio, Ignacio le regaló un pan, Rogelio lo tomó bastante agradecido y le dijo que si habría problema; le respondió que no, que más tarde se las arreglaría y luego siguió su camino tomando las escaleras para cortar camino.

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Debía admitir que, pese a ser un pueblucho, era un bonito lugar; la temperatura es la adecuada y la gente, ni se diga, desde que había escuchado hablar del sitio, se le había dicho que la gente de ahí era bastante hospitalaria y amable. Nada que él no podía pedir, realmente era perfecto, incluso el hecho de haber vagado por los bosques durante la noche tras masacrar a ese rebaño había sido cuestión de nada. 
El hombre que viajaba en el auto, y el responsable de dicho suceso, tan sólo optó por relajarse sobre el fino respaldo de piel que decoraba el vehículo, confiado en que ni siquiera tendría que hacer un laborioso plan para llevar a desenvolver sus intenciones en el lugar. Sin embargo, unos murmullos suaves y traviesos fueron captados por sus oídos; intrigado, le pidió al chófer que fuera despacio; al parecer, la cobarde víctima de anoche hablaba de lo ocurrido anoche, pero había algo más, o más bien alguien más. El vehículo pasó frente al callejón y ahí aquel hombre pudo ver, no sólo al ahora andrajoso pastor de ovejas, sino también a un joven moreno que llevaba una enorme canasta en la cabeza el cual le había jurado ''cazar'' a lo que sea que atormentaba a su amigo.
Sonrió tranquilo, recuperando su semblante tranquilo mientras que en su cabeza imaginaba cómo acabar con Rogelio. No sería difícil, pues tan sólo era cuestión de hacer que cayera en el olvido, para que, durante una noche, su agonía fuera por fin liberada. En cuanto al otro... Había algo peculiar en ese joven, algo inexplicable que lo hizo pensar si debería matarlo o no.

El vampiro del pueblo. Aph RusMexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora