Muchas personas han entrado a mi vida y muchas otras se han marchado, pero son pocas las que entran y se quedan, son pocas las que realmente me dejan huella y decido que no quiero que nunca se vayan. El problema es que no es tan sencillo hacer que las personas se queden y menos cuando sabemos que no sienten la necesidad de quedarse, al contrario quieren huir... huir para no volver jamás, es ahí donde te matan un poco.
Soy Fernanda, la chica a la cual todos abandonan, la chica la cual creen que no siente, pero, ¿Qué creen? Si lo siento, y el dolor en lugar de disminuir se hace peor.
No debieron abandonarme como lo hicieron, no debieron tratarme como a una basura, no debieron pensar que por verme fuerte por fuera lo era por dentro, no debieron pisotearme hasta que ya no quedará nada de mi dignidad, y sobre todo... no debieron volver.
Cada mañana después de aquella noche veía como el sol salía y volvía a esconderse, escuchaba el dulce canto de las aves, eso me tranquilizaba, escuchaba el agua del río, que estaba cerca de donde me encontraba, al cuál iba cuando la luna se asomaba y aprovechaba para bañarme en él, las cicatrices habían desaparecido, al menos las físicas ya no estaban más ahí. Mi piel había blanqueado por el hecho de no salir a los rayos del sol, mi cabello había crecido hasta debajo de mis muslos, nadie me ha visto desde hace tres años, creo que es momento de volver, momento de cobrarme todo, pero tengo miedo, a pesar de todo el miedo es el único que no me abandona.
Corro a casa de mi abuela, la cual ha muerto hace un par de años, después de que se me declarará desaparecida, los odio por eso también y me odio, si no fuese tan cobarde ella no estaría muerta, pero si ellos no me hubiesen humillado y maltratado de tal manera no hubiese huido, ellos me la pagarán, uno a uno. La casa de mi abuela ha sido abandonada, he escuchado que mis padres no la quieren vender y tampoco quieren sacar las cosas, ahí hay cosas de la abuela y mías, me había ido a vivir con ella para que no se sintiera sola, y yo me sentía libre en su casa, me dejaba hacer lo que quisiera aunque yo era muy reservada así que ella siempre me contaba anécdotas de su adolescencia, no comprendo cómo podía recordarme a mí cuando ella sufría Alzheimer, al menos eso es lo que habían dicho los doctores, pero a mí nunca me pareció así.
Entro a la casa y voy directo a dónde era mi habitación, por suerte no perdí las llaves, abro el clóset y tomo unos jeans junto con una camiseta, me quedan un poco flojos, pero no es mucho, con un buen cinturón estará arreglado, busco debajo de mi cama, está lleno de polvo, sin embargo mi caja sigue ahí, al parecer eso de no tocar nada se lo tomaron muy en serio mis padres, estoy satisfecha con su decisión.
Después de tomar unas cuantas cosas más, vuelvo a dejar casi todo tal y como estaba, salgo hacia el bosque y me vuelvo a refugiar en la cabaña abandonada en la que siempre me he escondido, mi único alimentos han sido yerbas que he conseguido y algunas liebres que he logrado atrapar, al principio fue difícil, pero la práctica fue mejorando.
Es momento de hacer lo que debí hacer hace mucho, ellos no debieron volver, pero ahora ha llegado su momento, es difícil que me reconozcan así que lo haré.
Grito lo más fuerte posible, y al instante escucho pasos acercarse a mí, mi nerviosismo crece, debo tranquilizarme y seguir con mi plan. En menos de 5 minutos ellos están lo bastante cerca, y uno a uno caen en mis trampas, los escucho gritar y pedir ayuda, eso no pasará, este bosque es peor que un desierto.
Salgo de la cabaña los veo ahí, tratando de escapar... Uno, dos, tres, cuatro, cinco... Empiezo a contar y me detengo, los reconozco a todos, menos a uno.
— ¿Quién eres?— cuestionó al chico, él me mira, sin embargo no responde, está nervioso, y no logro comprender por qué — responde. — insisto, con calma, el chico cae de rodillas aún con la trampa en el pie, ignora el dolor y comienza a llorar.
—Fer, soy yo, tu hermano. — sus palabras me dejan sin aliento, mi hermano era un niño de tan solo 14 años cuando lo deje, no nos vimos después de que yo me mudará con mi abuela, ahora es todo un joven de 19 años. Yo sé que es él, tiene el mismo porte de mi padre, lo que no entiendo es, ¿Que hace con ellos?
— ¿Por qué estás aquí?— le pregunto con brusquedad, lo adoro, pero no puedo soportar la idea de que esté aquí, eso daña mis planes.
— Solo quería divertirme un poco, mis amigos...
— Ellos no son tus amigos. — le grito dejándolo a media oración — necesito que te vayas ahora, a casa con nuestros padres después de que acabe con esto estaré de vuelta, solo no digas que me viste, por favor.— él asiente, así que lo suelto, sé que le debe doler el pie por la trampa, solo espero que no le cause contusiones.
Los otros chicos me miran con confusión mezclada con miedo, menos uno.
—Fernanda, déjanos ir, no sé qué estás tramando, pero te juro que no lo vas a lograr. — Esteban, el más idiota de todos. Sería el primero en pagar lo que me hicieron.
— Vaya, veo que te acuerdas de mí.— le miro con asco y lo pateo justo en la entrepierna.— mejor así, para que sepas quién te hará sufrir y quien hará de tus últimos minutos una miseria, aunque si lo deseas, podría darte unas horas más de vida o incluso podría dejarte vivir, aunque desearás estar muerto.
— Quiero ver que lo intentes — me provoca, al menos eso le hago creer— sigues siendo la misma chica débil de aquella noche, aún recuerdo cada gemido que salió de tu boca, sé que te gustó aunque lo niegues.
Le pateo de nuevo con toda la rabia que tengo encima, es un idiota. No hay nada más que me provoque tanto asco como este tipo lo hace. Comienzo a sacar los lazos que me servirán para amarrarlos en los árboles, al menos ya empezó a causar efecto el veneno que he puesto en cada trampa, se les nota un poco débiles, es un veneno no tan fuerte así que no morirán así de sencillo, nada mejor que un bosque para llevar acabo mi venganza mi tan ansiada venganza.
Comienzan a gemir de miedo al sentir las sanguijuelas sobre su piel, las cuales no me costó conseguirlas, les he puesto una buena cantidad a cada uno, menos a Esteban, no tardarán en desangrarse.
A él le tengo algo mucho mejor, su muerte no será tan rápida como la de los demás. Saco mi caja de la mochila, en ella guardo una navaja, antes no creía necesitarla, por lo cual está bastante oxidada por la humedad que hace en la casa de la abuela, a pesar de eso sigue teniendo filo, lo compruebo pasándola por la mejilla del tipo. – Perfecto. – exclamo entre risas, él no hace ningún ruido, pero sé que le duele, las muecas que hace me lo demuestran.
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¿En Dónde Comenzó Todo? (Antología completa)
Misterio / SuspensoLa vida real no es un cuento de hadas, los cuentos de hadas en realidad no siempre tienen finales felices, ¿Quieres saber que más no tiene un final feliz? Acompáñame a leer a cada personaje en esta antología, que por más que quisieran tener un fina...