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Sus oídos detuvieron su escucha por completo, siendo así el retumbar de su corazón agustioso el único sonido que podía percibir. Mientras que su visión se vio sucumbida ante una cortina roja, quemando hasta las cenizas la poca cordura que su realidad poseía.

Él no podía estar allí. Este era su propio lugar, su decisión, no la suya.

Sus piernas parecen tambalearse, sin embargo el impulso no flaquea e intenta interponerse en el ataque fatal que vuela directamente hacia su mejor amigo, a su ángel, a su familia, a su querido hermano. Porqué este no es su lugar, él habita en el mar, junto a su respectiva tripulación, su familia. No en aquel oscuro lugar lleno de sangre, lágrimas y dolor.

Todo parece estar en blanco y negro a excepción de sus llamas y el magma tan letal que ve frente a él, peligrosamente cerca del cuerpo de aquél que le otorgó una razón para vivir, para amar.

Y él salta, cómo demonios no lo haría.

Su ansiedad parece incontrolable y sus lágrimas parecen derramarse con antelación, siendo ellas tan imprevistas que él mismo no lo comprende. Su alma se hace pedazos, inquebrantable será su pena y en cenizas desapareció su luz. Siendo sincero, no puede comprender nada, solo puede contemplar embelesado el cuerpo que sostiene en sus manos, tan cálido y tranquilo que él cree poder llorar.

Es la cosa más hermosa que puede haber visto. Siendo algo desconcertante el momento en el que queda cautivado -como si de un hechizo hablásemos- ante lo que sus ojos ven, arropándose en una cálida niebla de recuerdos infantiles y futuros esperanzados. Se aferra al cuerpo entre sus brazos, intentando mantener el calor de este, en un intento por abrazar ese sueño tanto futuroz, como fugaz que siempre tuvo en su presente.

Intentando sostener su alma vagabunda, ella quiere escaparse. Y es tan absurdo e infantil que él cree que se está ahogando en su locura, no obstante sigue sin entender por completo lo que ante él se desvanece. Como aquella alma desea dejar el mundo de aquel risueño niño, es impensable. Así que él espera.

Él espera a que la sonrisa del cuerpo laxo que entre sus fuertes y ardientes brazos permanece vuelva a resurgir cuál fénix. Se detiene y observa cautivado una vez más, porqué el cabello azabache parece brillar más pesé a la mugre y el mucho tiempo que debe de estar sin cepillar, él puede decir que parece más lacio de lo que alguna vez recordó.
La figura con extremidades esparramadas sigue inusualmente quieta, tan silencioso y pacífico que aterra el corazón latente del mayor.

Así que sí, él se detiene allí. Respirando lentamente, grabando el lugar, el momento y la figura en su regazo. Esperando a un futuro que nunca llegará, esperando la libertad que ambos soñaron.

Y si el cuerpo que arropa ha tomado una textura rígida y helada, nadie dirá nada, solo se detendrán. Observando a ambos hermanos, uno dejando atrás su sueño de libertad por aquella persona que amó de forma incondicional y otro muriendo junto a la promesa que años atrás fue anunciada entre ambos hermano.

Dónde el hermano mayor deseaba proteger a su único hermano, pero el mundo no se lo permitió.

Y si noches después desea morir junto a él, nadie tiene la fuerza para alentar a un hermano inconsolable.

Él era el hermano mayor; debió proteger. Sin embargo, él no pudo, ¿qué razón tenía ahora para vivir?

Memorias del marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora