3.

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Su cuerpo se sintió entumecido; borrada la sonrisa que para la tripulación era tan cotidiana, junto a los hombros caídos y su cabeza cabizbajo. El cielo pareciese que dejase de iluminar, pues el silencio –una vez más instaurado– se había propagado en sus corazones acompañado de la pena y el dolor punzante que temblaba en lo más profundo.

Los ojos del moreno se cristalizaron, envuelto en un recuerdo desagradable pues su espalda se contraía a la misma vez que el resto de sus músculos. El joven dió varios pasos hacia delante, tomando aire y observando fugazmente el cielo.

—Sí, quizás esto fue algo bueno —restregó con una de sus manos sus ojos cansados, dejando caer pesadamente la extremidad—. De dónde vine no creo que me esperen con los brazos abiertos.

Nadie se atrevió a articular palabra. Jamás vieron aquella actitud en aquel joven que brillaba en recuerdo añejos. Aquel no era su capitán.

—Sin embargo...—murmuró—. La vida no os a tratado mucho mejor, ¿no?

—Cada uno tenemos nuestras vivencias —declara el esqueleto, afirmando con la cabeza—. ¿Quisieras escucharlas?

Una suave sonrisa, quizás pena o quizás esperanza, se asoma en el rostro del joven. Toma varios pasos y se acerca al grupo de personas que parecen formar una banda pirata. Sus ojos brillan en ilusión.

—Me encantaría.

Aún esté en aquella situación, el moreno siente curiosidad. Cree conocerlos a la perfección aunque no ha vivido nada junto a ellos, un calor parece abrazar a su corazón dormido en el momento en el que todos parecen hablar de sus vidas pasadas hasta la actualidad.

Alguien los salvó a todos, el moreno llega a esa conclusión. No obstante, nadie específica.

Termina conectando miradas con el mayor de cabellera verdosa, ambos parecen tener un enfrentamiento y nadie se atreve a decir palabra. El moreno siente algo al observar tan detenidamente los ojos oscuros del mayor, estos reflejando pena y nostalgia. Añorando lo que se perdió.

—Tú no eres el capitán.

No es una pregunta, sino una afirmación. El moreno llegó a esta conclusión hace ya un tiempo, pues aunque este hombre aparentase una fuerte postura indomable, no era el capitán, no se sentía como tal.
Una sonrisa irónica se dibuja en el rostro del mayor, mientras su mejilla se apoya en una de sus manos, inclinando levemente la cabeza.

—No.

Y parece que su curiosidad le quema por dentro.

—Ellos tampoco.

—No.

Y su cerebro parecer conectar todos los puntos, porque sus ojos se abren como platos. Recordando como cada uno de ellos hablaba de su salvador con una pena y tristeza que parecía matarlos por dentro.

—Está muerto.

Pronuncia estas dos palabras y al momento se arrepiente, viendo las figuras de cada uno desinflarse. Recaen de nuevo en el dolor. No obstante, el que está frente suyo no titubea.

—Sí.

Duda en pedir o no perdón. No tiene el valor para decirlo, aunque el peliverde no le da mucho margen para pensar.

—Ahora, dinos, ¿quién eres?

En un parpadeo todos clavan sus miradas en él, sintiéndose avergonzado por unos segundos. No entiende el porque de su excesiva curiosidad hacia su persona.

—Monkey D. Luffy —declara—. Pero eso ya lo sabías.

No hace falta que nadie afirme lo dicho, así que prosigue.

—En la situación en la que estaba antes de caer en aquella isla no tiene importancia aunque no recuerdo mucho —dejando claro entre líneas que no deseaba hablar de dicho tema—. Lo importante es que tengo una pista de cómo llegué hasta aquí.

Todos parecen sorprendidos, alzan sus cejas descaradamente y abren sus bocas para preguntar. Sin embargo, callan.

—Tenía esto junto a mí cuando desperté —rebuscó en sus bolsillos hasta sacar un colgante que portaba una piedra preciosa, morada—. Creo que esto tiene que ver con mi viaje, yo jamás había visto esto antes.

—¿Puedo? —pide amablemente la morena de ojos azulados.

No contesta y extiende el objeto ofreciéndose a la mujer.

—No entiendo de dónde ha salido, pero parece tener algo ver. Estaba brillando cuándo lo encontré, ahora parece haberse opacado.

La morena inspecciona la joya en busca de alguna anomalía, alguna pista por pequeña que sea para desentrañar aquel misterio. Durante unos minutos todos se mantienen silenciosos clavando sus miradas en la mujer, esperando con ansias una explicación, una reacción.

Sin embargo, esto jamás sucede.

—¿Puedo tomarla por un tiempo? Para investigarla —pide amablemente—. Por favor.

El menor parpadea algo confundido ante tal amabilidad, termina asintiendo.

Se levanta de la silla en la que descansa y dirige sus andadas hacia la saluda, sujetando con cuidado la perla.

—Tomará un tiempo, estaré en la biblioteca sí desean algo.

Cuándo la mujer desaparece tras la puerta, se escucha un bufido.

El menor tarda en entender de quién proviene tal resoplido, no es hasta que ve la mujer pelirroja cruzada de brazos y con un pronunciado fruncir de cejas.

—Todo es tan enigmático, ¿por qué siempre me tienen que pasar estas cosas? —murmuró.

Quizás es la pena que atesora la voz de la joven lo que impide que los demás contesten a esa pregunta sin respuesta. Así, el resto de la pequeña tripulación se limita a realizar sus quehaceres pasivamente.

No es hasta la mucho tiempo después –para el moreno es una eternidad– que cada miembro de acerca a charlas con él.

Y, bueno, quizás tienen más en común de lo que el joven creía.

Una pena la situación del joven Monkey. Es un marine, después de todo.

Memorias del marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora