2.

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El camino es perecedero, o quizás no, quién pudiese responder con veracidad. El ramaje que pinta los huecos vacíos hacen del lugar algo más armónico y natural, mientras que, a su vez, la colina parece menearse con el viento que ronronea en su pasar. Sus almas vagan, desconcertadas y con cierta tribulación, viendo –soñando– el rostro de un joven de cabellos azabaches y tez morena. Es, pues, la incertidumbre la que come de sus esperanzas. Siendo así, una manera tan posma por afrontar el devenir.

Quizás nunca hubo uno –devenir– y son meros juguetes en el tablero de una hiena.

Aún así, son ocho espíritus inquebrantable que desean y creen por siempre, esperando a que el muchacho de figura esbelta al fin despierte de su sueño, pues son días que han pasado con sus angustias aullando.

Son ocho días los que toman hasta que las centelleantes perlas nocturnas abren en vida. La tripulación está extasiada, ansiando respuestas y el futuro soñado. Todos terminan junto a él, hasta arremolinarse alrededor del lecho.
El joven se abruma –sin entender– ante la situación, desconcertado por la atención de aquellas personas.
El cielo parece estar nublado, en propagación una enorme tormenta; aglomeración de sentimientos. El cuerpo del moreno parece moverse solo en el momentos en el que su par de ojos abren por primera vez tras caer inconsciente. El mundo parece agitado pero él lo es más, así que toma posición sobre sus pies y sale de aquel aposento demasiado pequeño.

Su cuerpo es por fin paralelo a aquella habitación y el sol quema contra su piel. Al mirar al cielo se puede percibir el sol y unas migajas de nubes junto a él, cree escuchar el sonido de gaviotas en la lejanía pero no puede estar seguro. Explora el lugar en el que está, de derecha a izquierda y viceversa. No tarda en identificar aquel navío como un barco pirata. No obstante, él queda aturdido, pues no alcanza a reconocer aquella singular bandera en calavera.

De repente, siente que alguien toca su pierna con delicadeza y rápidamente se inclina a ver. Allí, junto a él, hay un animal que parece tener forma de mapache con cuernos. Levanta las cejas sorprendido.

—¿Mapache?

En el preciso momento que pronuncia esa palabra, el aura cálida de la diminuta silueta desaparece y se remplaza con enojo. Lo que menos espera es que aquella criatura crezca diez cabezas más en tan solo unos segundos.

—¿¡A quién llamas tu mapache!?

Mira –con la gran sorpresa disimulada– como aquel animal vuelve a encogerse sin moverse de sus pies. Su aura cambia una vez más, y la ira es replanzada por la calidez de minutos atrás.

—Soy un reno, tonto... —las palabras callan en un susurro que el ojinegro puede escuchar. Eventualmente el reno, que mantiene una postura gacha, empieza a derramar suaves lágrimas por sus mejillas. Haciendo que la sorpresa del mayor se intensifique.

—Espera, ¿qué? —se siente agitado por un momento, sin comprender lo que ve cuándo el pequeño llora en silencio—. Lo siento, no lo sabía, pero no hace falta que llores. Lo recordaré la próxima vez, ¿está bien?

Su voz es suave y melodiosa, tal y como el reno desea que sea. Chopper, que se mantenía cabizbajo hace apenas unos instantes, levanta su cabeza y conecta miradas con el mayor, quién sonríe de vuelta. El más joven ha dejado de llorar.

—Así mejor —asiente con la cabeza mientras se inclina apoyado en su rodilla y posa una de sus manos sobre la cabeza del reno—. No te ves bien cuándo lloras; no llores.

El menor asiente mientras le da un corto abrazo y retrocede.

—Debes volver a la cama, sigues muy herido —dice con firmeza, como doctor a su paciente.

Memorias del marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora