7.

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Fueron cuatro días restados. Tan solo tres quedan y la joya está por deteriorarse en su totalidad. Es inminente el desasosiego que atesoran, pues recuerdan que el tiempo es efímero y la despedida llegará temprano. Lo dicho y hecho, él jamás volverá; siendo -probablemente- un recuerdo dulce en su futuro, siempre acunando cada segundo de sus innumerables sonrisas fugaces y resplandecientes.
Sus lágrimas cristalinas, tan dolorosas como dulces, estarán presentes en ambos sentidos. Pues el pelinegro, aunque quisiese negarlo una y otra vez, sabe que los extrañará. Porque sintió una pena enorme al saber que en aquel lugar dónde aceptan su persona no es aceptada su presencia, pues su lugar no es con ellos aunque lo desee.

-Quizás mi alma siempre pertenecerá a este lugar -murmuró él una noche, acompañado de un silencio acogedor-. Solo quizás, cuándo muera, pueda volver a verlos.

Y es probable que sea así, porque él siente que es de esa manera. Siente que es dónde debe estar, su lugar. Su felicidad.

En estos momentos, sentado en la barandilla de aquel navío, siente la brisa recorrerle junto a la sinfonía del músico. Tan suave y plausible que tatarea para acompañarle. Chopper, quién se mantiene en su regazo totalmente acurrucado, le transmite una calidez que pensaba que jamás sentiría. Y si el hombro donde se apoya el francotirador empieza a adormilarse, entonces no importará. Porque se siente tan amado en esos momentos que solo tiene ganas de romper a llorar.

—¡Nami-san! —la voz dulce del cocinero resuena por el lugar, y sin verlo puede imaginarlo revolotear alrededor de la mujer—. ¡Te preparé un delicioso zumo de frutas!

—Muchas gracias Sanji-kun.

Un par de chillidos encantados de parte del rubio, hacen que cierto peliverde salte exaltado.

—¡Cállate, estúpido cocinero!

—¿¡Qué demonios quieres marimo!?

—¡Con tu actitud de pervertido no me dejas dormir!

Siente una sonrisa dibujarse en su rostro, pues ama a todos y cada uno de los presentes de aquel barco pirata. Pensar en ellos, amarlos, hace que sus vivencias pasadas sean olvidadas, todos los recuerdos dolorosos quemados en su piel parecen nunca haber estado. Por eso mismo, sabe que todos ellos son únicos. A conciencia de esto, aceptará su destino y se marchará, pues siempre que amó eventualmente atrajo al inevitable dolor; y él jamás querría verlos sufriendo.

—Luffy-san —murmura una suave voz a su derecha. Levanta su cabeza con suavidad y cruza miradas con el peculiar músico.

—Brook...

—Ya es hora de que se levanten las bellas durmientes —y la risa del mayor resonó por todo el lugar. Él sonrió de vuelta mientras asentía con la cabeza.

En menos de cinco minutos, los tres más jóvenes ya se levantaban totalmente lúcidos, riendo a carcajadas de algo que el francotirador había comentado con su gracia tan característica y que el moreno ya cree haber olvidado. Ahora solo importa ese momento de felicidad burbujeante mientras apoya su cuerpo contra sus dos compañeros. De fondo puede escuchar las exclamaciones del cocinero junto a la risa ostentosa del músico.

Y por unos minutos olvida que debe marcharse, se permite desechar las malas vivencias de su pasado por unos minutos para reír sin preocupaciones. De tal manera que en un parpadeo, el día ya se extingue junto a las risas y voces tan joviales.

Con un par de tripulantes del navío inconcientes en el suelo y el resto en sus respectivas habitaciones, tan solo quedaron el marine y el músico pirata. Ambos contemplando el atardecer y permitiéndose escuchar el ronroneo del oleaje.

—Eres un esqueleto, ¿por qué? —cuestionó curioso tomando unos segundos para observar al mayor.

—Morí y reviví —explicó con simpleza—. Sin embargo, cuándo mi alma encontró mi cuerpo esto fue lo único que quedaba. Solo huesos.

—Al menos estás vivo, ¿no?

—Sí, supongo que sí. Aunque durante los primeros cincuenta años no pensaba lo mismo, por mi mente había pasado un millón de veces el ir y tirarme hacia la inmensidad del mar, así hubiese podido unirme junto a mis nakamas pasados  —recordó con pena—. Pero mi capitán me salvó, me otorgó una razón por la que vivir.

Se instauraron en un silencio cómodo, siendo inmensamente feliz con tan solo la compañía del otro. Minutos después, el moreno habló:

—¿Cómo es morir?

El mayor pareció meditarlo durante unos segundos.

—Depende. Morí feliz, canté hasta que cada uno de mis compañeros caían junto a mí, pero a su vez presencié como algo se encojía dentro de mí —murmuró. Levantó su cabeza y contempló el cielo sobre él, tonteando con sus dedos golpeando la madera sobre ellos hasta llegar a un suave ritmo—. Tardé en comprenderlo, pero finalmente lo hice. Aquello que sentí fue el arrepentimiento, porque dejé algo sin hacer; algo que aún necesito hacer. Encontrar a un amigo.

—Espero que encuentres lo que buscas —animó.

—Espero que luches por lo que quieres —animó de vuelta.

Y el silencio se extendió hasta provocar que el moreno cayese dormido.

Y por una vez, pensó que morir no era  tan bueno.

Memorias del marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora