El rey de París I

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Cédric apenas y podía abrir los ojos. Sus párpados, pesados y duros parecían haber sidos cubiertos con concreto, pero por suerte era parte de su imaginación. Cuando finalmente su vista logró enfocarse admiró el mar. El mar, inquieto, azul brillante y profundo, digno de una tormenta mortal que acabaría con cualquier navío y cualquier de sus tripulantes.

El mar que encerraban los ojos de Marinette era tan activo como templado. Cédric dio un pequeño grito de miedo y se hizo hacia atrás, chocando con la pared. Su cuero cabelludo comenzó a sudar, y todos los vellos de sus brazos se erizaron, al igual que su lengua enfrió y, por alguna extraña razón, sus ojos comenzaron a arder.

El silencio los obligó a mirarse a la cara hasta que la pesadez de la falta de sonido hizo que Marinette rompiera aquel extraño vacío que estaba lleno de nada, y a la vez, de todas las palabras mudas que ahogaban dentro de su garganta, cual sensación de ahogarse, muriendo, con notable excitación de vomitar sus sentimientos.

—Chloé Bourgeois, ¿por qué?— Susurró la pelinegra, acercándose más, acomodándose entre su hombro y su cuello, cerrando los ojos, abrazando a Cédric por la cintura con notable necesidad, pero sin fuerza en demasía. Marinette temblaba, por lo que él pudo notar, así que con timidez, miedo y angustia, pasó un brazo hasta depositarlo en la finísima cintura de Marinette, recargando la mano en su cadera.

La excitación le llegó al corazón cuando sintió el respirar de la joven sobre sus clavículas, delgadas y frágiles.

—Parecía que lo tenía todo, ¿verdad?... Bueno, en realidad, no tenía nada — suspiró el varón —Nací con un padre que amaba más a su patria que a su familia, con una madre que admiró más el sueño americano que cuidar de su pequeña... y yo, Marinette, con el paso de los años, no encontré nada. Tenía el dinero que tenía, incluso para limpiarme y desmaquillarme con billetes. Pero no.

»No tenía nada realmente. No tenía a quien abrazar, excepto un mayordomo al cual nunca pude decirle que lo quería... Cuando... llegaste tú. Tenías todo lo que siempre deseé, y cuando fue muy tarde, la envidia me había consumido. La envidia me llenó la cabeza de tanto odio que no pude ver lo mucho que te amaba; cuando logré darme cuenta de que el odio se convirtió en amor, también encontré un obstáculo: soy una mujer. Nací una, y una moriré.

»No fue fácil aceptarlo, Marinette. Al principio, supuse que solo era cuestión de envidia que ya no soportaba sentir, pero luego te vi... tan hermosa, como siempre. Tan sonriente, tan viva, y no soporté la idea de que tanta luz que tenías no iluminara mi vida.

»Mentiría si dijera que en un primer momento pensé que solo era mi imaginación... Entonces, Sabrina decidió ayudarme. No quería vivir así, Marinette. Siempre fui la chica más odiada de París, pero yo quería algo de tacto. Hubo noches en las que no dormí por pensar en lo bella que eras y, otras, ahogué mis pecados con tus pensamientos. Solo soy un completo idiota— finalmente, Cédric concluyó.

Tras tantas palabras, Marinette no hizo más que llorar.

—¿Por qué no simplemente cambiaste, Cédric? Si hubiera sido más amable, más tierna y cariñosa, quizás yo no me hubiera enamorado, pero hubieras conseguido alguien mejor— insistió la mestiza

—¿Qué no te lo acabo de decir? Yo no quería nada que no fueras tú. Cállate ya, Marinette Dupain-Cheng—

Marinette se sentó, antes de que un tremendo movimiento la hiciera saltar y caer sobre el cuerpo del rubio encadenado.

—Cédric... tengo que decirte algo— el dolor de la voz de Marinette era tanto que incluso tuvo que aclararse la garganta

—Primero, ¿dónde estamos?—

—Camino a la libertad—

El silencio reinó de nuevo, pero esta vez solo un par de segundos

—¿Libertad? Yo no la merezco, Marinette. Desátame y llevame a París—

—No estamos siquiera en Francia...—

Cédric giró su cabeza a todas partes, admirando cajas y cajas, junto con una ventana pequeña en la que, forzando débilmente la vista, admiró el mar abierto. Un mar más vivo que el que se encontraba en los iris de su amada eterna, uno que de verdad podía matarlo.

—¿A donde vamos?—

—A Réunion— dijo ella, suspirando —Llevamos una semana en el barco—

—¿Acaso planeas abandonarme ahí?—

—No, Cédric— dijo ella, tan seria como doliente —No te perdonaré jamás por haberme mentido, pero si algo no podría perdonar, sería a mí misma dejándote morir ahí. Eres exactamente todo lo que buscaba, no más. Quizás menos, sí... pero no quiero intentarlo jamás de nuevo, no en esta vida—

Cédric, a como podía, se acercó a ella para besarla.

Fue un beso tan dulce, tierno, que sabía al perdón y a la amargura de la traición, junto con la sal de las lágrimas, esas que se desparramaban por todos los momentos que no estuvieron juntos más que por su propio error. Semejante error tan vil, tan imperdonable, tanto que dolía el superarlo más que el olvidarlo.

Marinette lo desató.

Entre heridas que marcaban su corazón y su piel viva, Marinette se deshizo de sus prendas y ayudó a Cédric a desvestirse de igual manera, admirando un cuerpo femenino.

Marinette enterneció completamente al verla tan avergonzada. No le daba vergüenza estar desnuda, sino el no encajar en su nueva vida con su anterior cuerpo.

—No mires demasiado— dijo Cédric cubriéndose los medianos pechos, frunciendo los labios sin despegar la mirada de su enamorada

—¿Me vas a pedir que no mire? Tengo mucho tiempo querer verte... Seas Chloe, o seas Cédric, yo amo tu alma, pero solo puedo amarla atravesando tu cuerpo... Basta de ocultarlo, Chloé. Además, no tienes de qué preocuparte, nadie vendrá en un buen par de días—

Tras una risa, ambas almas se amaron, absortas de ellas mismas.

¿Qué le había pasado a Marinette?

Pasó que, aquella herida tan grande que casi le rompe el alma solo se podía curar de la misma mano que la había herido a tal grado de corromper su necesidad, sus sentimientos, incluso su propia vida.

Vida.

Cédric y Marinette querían una vida juntos. Y la iban a tener, sobretodo cuando el vientre de una de ellas cargaba una.

El rey de París   ;   Male!Chloe {Chloenette}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora