Sospechas

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Alya, desesperada, tocaba una y otra vez el timbre de la residencia Agreste. Estaba muriendo de los nervios, cuando, entonces, se abrió el cancel. Ella entró casi corriendo, para después tocar directamente la puerta. No tardó mucho en que se abriera, siendo el mismísimo Adrien que la recibía en su hogar.

—Hola— sonreía el hijo Agreste, sin entender porqué le había pedido con tanta urgencia reunirse. La invitó a pasar con la mano, mientras Alya se distraía admirando el increíble hogar de Adrien, el cual era enorme, bien decorado y con detalles hasta en lo más mínimo.

—Adrien— llamó la morena, saliendo de su transe —Necesito que tu ayuda—

—¿Qué pasa, Alya? comienzas a asustarme—

—Pues... lo que pasa es que... agh... — no se sentía preparada para hablar con él, explicarle como desde hace meses ella y su mejor amiga habían indagado donde probablemente no debían, pero tomó aire, y lo hizo. —Estoy sospechando de que, en realidad, Chloe no se suicidó. Quizás fue secuestrada, pero estoy muy segura de que no se quitó la vida.—

Adrien sintió como su sangre se bajaba a sus pies. Parpadeó, con la mirada nerviosa, negando suavemente con la cabeza.

—Alya, por favor. Sabes lo mucho que me duele pensar en que mi amiga de la infancia haya...

—No, Adrien— interrumpió ella —He investigado desde el día en el que murió, si es que murió. Y sé que tú puedes ayudarme... lo único que necesito es que... me apoyes. Por favor, Adrien, déjame explicarte bien.

Él, pese a estar dolido, aceptó. Alya le enseñó todo, haciendo que el rubio fuera cayendo en sus propias conclusiones. Fue ahí donde Adrien supo donde podía actuar, yendo a la oficina de su padre quien, agradecido, no estaba de momento. Se había ido con su asistente a un importante evento de moda. Ahí, en el lugar más preciado de su padre, Adrien tomó una agenda de contactos. Sí, su padre tenía una libreta llena de gente con sus teléfonos, cual directorio. Alya sabía qué tan influyente eran los Agreste, y por eso habían acudido con él.

Encontraron el teléfono de Audrey Bourgeois, la madre de, según eso, la Chloe fallecida.

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Cédric estaba afuera de la panadería, con un enorme ramo de flores y un pequeño paquete de chocolates. Con prisa, Marinette bajó del apartamento, en el mismo edificio que compartía con el negocio de sus padres, bajando solo para encontrarse al hermoso caballero trayéndole regalos.

Marinette sonrió ampliamente, nerviosa, con un color en las mejillas.

—Cédric, no era necesario....— apenada, la chica de oscuro cabello tomó las flores y los chocolates, para después entrar a la panadería, donde se encontró a su madre, la señora, de apellido de soltera, Cheng.

—Hola, señora. Es un gusto— sonreía el rubio, acercándose para saludarla de doble beso. La madre de Marinette sonreía encantada. Al fin se le hacía conocer al muchacho del que tanto hablaba su hija, y esta contenta, se veía agradable e innegablemente guapo.

—Estoy encantada de conocerte, Cédric— decía la señora con su notable acento chino sobre su francés, antes de que saliera el padre de Marinette de la cocina, mirando como su mujer saluda a su... ¿yerno? ¿debía llamarlo así?

Habían pasado un par de semanas desde que Marinette y Cédric salieron por primera vez, y desde entonces, Cédric no podía dejar de buscar a la mestiza. Le mandaba mensajes de día y de noche, a veces con poemas y a veces con palabras simples, como un "te quiero" al cual Marinette nunca había respondido, pero al menos no lo ignoraba.

La familia Dupain-Cheng, junto con el invitado, subieron al apartamento, donde la señora empezó a servir una sopa de fideo chino, haciendo que Cédric hiciera una mueca; agradeció que nadie lo hubiera visto. La sopa se veía horrenda, pero estaba delante de quienes quería fueran sus suegros así que empezó a comer, descubriendo que la mala aparencia era solo eso, y que su sabor era delicioso.

Cédric comía con tanta delicadeza que incluso mientras sobría, no salía volando ninguna gotita del caldo, cosa que hizo pensar a los padre de Marinette que venía de una buena familia.

En parte no estaban equivocados.

—Cédric— llamó la hija Dupain-Cheng, sonriendo, admirándolo con sumo aprecio —¿Quieres un vaso de...

—¿Vino? me encantaría— sonreía el joven, antes de darse cuenta del silencio en medio del pequeño comedor

—Aquí no tenemos vino, hijo— decía el señor, riéndose —¿De donde vienes? El vino será barato, pero no bebemos vino aquí. ¿En tu familia sí?—

—Así es, señor— se excusaba Cédric, notablemente nervioso —En mi casa el vino no falta. Puedo traerles un par de botellas la próxima vez que me inviten, sería un gusto

—A nosotros también nos gustaría— afirmaba la china, levantándose para llenar un vaso de agua el cual le dejaba en frente al invitado.

Cédric miró el vaso. ¿No era agua de manantial? Vaya, sí que se había acostumbrado a su vida anterior incluso antes de regresar a Francia, donde Sabrina se encargaba de todas las compras y Cédric, de pagar.

—Y... bueno. Sabemos que tu nombre es Cédric, ¿de qué parte vienes? Cuéntanos de ti— el padre de Marinette estaba interesado, mirando a su hija quien comía mirando al rubio, sin haber podido hablar.

Cédric se puso nervioso. Se había preparado para eso, pero no exactamente para ese momento.

—Me llamo Cédric Dubois... Mis padres murieron cuando era muy chico, por lo tanto me mudé a Toulouse con mi... Mi tía. Pero nunca pude olvidar París. Tuve la oportunidad de atenderme en Nueva York, estuve enfermo de... de... —

"Demonios, Cédric. Piensa en algo que atienda el endocrinólogo... además de tu tratamiento..."

—¡De la tiroides!— decía victorioso —Sí, sí. Pero ahora he vuelto a Paris para entrar a la universidad. Si no logro entrar a alguna de las instituciones de la Universidad de Paris, entonces supongo que regresaré a Nueva York... aunque, bueno, tendría otro motivo para quedarme aquí—

Sus padres, entonces, desde ese momento, aprobaron al muchacho como pareja de su hija. No, aún no era novios, pero él ya tenía el "sí" ganado por sus suegros.

Marinette solo se puso roja, casi ahogándose con el fideo. Sus padres la ayudaron a toser, y él, bueno, Cédric solo admiro lo hermosa que se veía incluso ahogándose.

Intentando olvidar que era un mentiroso.

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Adrien estaba impresionado. Alya también. Habían pasado días intentando investigar a Audrey Bourgeois, pero no habían encontrado nada, hasta ahora. Se enteraron por lo que investigaron que Audrey había vinculado la tarjeta de su hija a la de André, su esposo. ¿Por qué? no sabían, pero ya tenían ideas en la cabeza. Parecía importante, así que la morena lo anotó en su libreta de investigación.

Alya salió de la residencia Agreste con más dudas. Mientras más entendía, más lograba enredarse entre sus propias teorías.

Llegó a su hogar, ignorando por completo a sus hermanas, encerrándose en la habitación. Algo de ese tal Cédric no le parecía correcto. Era una persona muy rara, muy cerrada, con incoherencias cuando hablaba. Decía una cosa y luego otra.

Entonces, recordó que tenía anotado la cuenta de Cédric. Prendió su computadora, encendiendo los bloqueadores y entrando en la página del banco, donde ingresó la tarjeta y la contraseña.

Miró que hasta hace poco, Cédric había comprado un medicamento que, entonces, empezó a investigar.

—¿Testosterona?—

El rey de París   ;   Male!Chloe {Chloenette}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora